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El Presidente bipolar

López Obrador es el primero en creerse sus fantasías. Es el director, productor, guionista y primer actor de una serie cuyos episodios presenta cada día.

Bienvenida a casa, Alejandra.

Andrés Manuel López Obrador viaja entre una realidad paralela en que vive la mayor parte del tiempo, y la menos agradable que enfrenta el resto de los mexicanos. Es el Presidente de las apariencias que él mismo construye en su mente y que comunica incansable. Es el gran narrador de un país ficticio con un gobernante extraordinario que ocurre que es él. Habla con tal aplomo porque es el primero en creerse sus fantasías. Es el director, productor, guionista y primer actor de una serie cuyos episodios presenta cada día.

Heredero directo del priato setentero, López es el más ferviente creyente en la omnipotencia de El-Señor-Presidente-de-la-República. Calzarse la banda tricolor trae ese extraordinario poder. A ello el tabasqueño agrega un intelecto fuera de serie, una cultura enciclopédica aunada a una pasión por la historia y, finalmente, la fuerza moral del pueblo bueno que lo llevó a Palacio Nacional.

Es un ser extraordinario que igual sabe de petróleo, ingeniería aeroportuaria o de caminos, que de políticas públicas y programas sociales. No existen los obstáculos técnicos o financieros, aquellos que critican sus extraordinarias ideas son unos tecnócratas neoliberales. El fósil de la UNAM se sabe superior a esos doctores fifís. Leonardo da Vinci es un estúpido al lado de López Obrador.

En el mundo alterno obradorista, las apariencias lo son todo. Lo que es importante es el anuncio de la visión, el esbozo de lo que habrá de convertirse en maravillosa realidad. México será transformado en un sexenio con las audaces propuestas que solo un gigante es capaz de diseñar e implementar.

El momento cumbre es la inauguración, plena de simbolismos. No importa que la obra realmente no sirva, o sirva a medias, lo trascendente es que se hizo. Así el aeropuerto de Santa Lucía, pilar del grandioso Sistema Aeroportuario Metropolitano, con México a la par de urbes con varias terminales aéreas como Nueva York o Londres. Con pocas funcionalidades y peor conectividad terrestre, pero estrenado el día establecido y coincidente con el natalicio de su héroe, Benito Juárez.

Como ocurrió con el salto cuántico del sistema de salud pública de México a un nivel tipo Dinamarca: el Instituto de Salud para el Bienestar, que no sirve. Es un limitado remedo del Seguro Popular que López destruyó de un plumazo, pero, en su enloquecida imaginación, funciona: servicios médicos, operaciones, medicinas, todo gratis para el pueblo. López cumplió (en su mente).

Así será con Dos Bocas, aunque el fracaso es ya evidente para cualquiera menos para el Presidente. Cortará el listón el 1 de julio (conmemorando su triunfo en las urnas) pero no habrá un solo barril de gasolina saliendo de esa refinería sino hasta 2023 o incluso más tarde. Quizá ni siquiera produzca una sola gota en todo el sexenio, mientras el costo se sigue disparando. El Tren Maya será otro desastre dados los constantes rediseños de ruta. Eso sí, se va a inaugurar a fines del año entrante.

Lo que muestran Insabi y Santa Lucía no es solo la desatada imaginación del inquilino de Palacio, sino su afán destructor. No le importó dinamitar el aeropuerto de Texcoco ni el Seguro Popular con tal de imponer sus desastres propios. No le importa la destrucción de manglares y selvas para poner refinería y tren. El mesiánico enardecido infla su propia importancia, en su bipolaridad dañando todo lo que se atraviesa en su camino. El orgullo de quienes no pueden edificar es destruir.

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