CIUDAD DE MÉXICO.- Lo dice con cierta pena: "Mi infancia fue color de rosa". Es una declaración tan poco común que da gusto escucharla.
Beatriz Rivas es la mayor de tres hijos de una típica familia chilanga de clase media. Los Rivas se avecindaron en Echegaray –cuando el Periférico no cruzaba la ciudad– en una casa pequeña, como de campo. Su madre, educadora y pintora, les contaba cuentos a sus hijos mientras comían. "De ahí viene mi vena literaria", dice la escritora, y ésta fue reforzada en el Colegio Albatros, que privilegiaba la enseñanza de materias como literatura y poesía. Esos idílicos primeros años le dieron un carácter plácido y sereno, y la dotaron de seguridad.
Antes de iniciar su carrera profesional, vivió en París durante un año. Estudió francés y civilización en la Sorbona. Rivas eligió un mal año para su estancia. En 1982, el presidente José López Portillo cortó el flujo de dólares hacia el exterior. Su padre no encontraba la manera de hacerle llegar los billetes verdes. La joven tuvo que buscarse un lugar más modesto para vivir y dejar una academia de arte en la que también se había inscrito. "Acabé en un cuartucho para estudiantes –en el que apenas cabía una cama individual y un guardarropa minúsculo– con baño compartido y un minuto de agua caliente, y eso si lo pagabas". Por las noches, trabajaba como niñera, a pesar de su explícito disgusto por los menores.
En pleno Río Sena, como de película, Rivas conoció a otro personaje que sería decisivo en su biografía: Daniel Paz, un profesor uruguayo que impartía literatura iberoamericana, también en la Sorbona. Paz la introdujo a Cortázar, le regaló Rayuela y le daba lecciones informales en tardes de café. "Fue la primera vez que tuve conciencia de lo que es hacer literatura, de que no sólo importa el tema, sino el cómo".
Las letras, sin embargo, tuvieron que esperar varios años más.
* * *
En su departamento, decorado con varios cuadros de su madre, Beatriz Rivas cuenta que descartó las ciencias políticas y la filosofía. Sabía que su padre, un hombre amoroso, contador público empleado en la UNAM, poco les iba a heredar a ella y a sus hermanos. Ella perseguía, desde entonces, la emancipación plena, así que se inscribió a derecho en la ENEP Acatlán y a periodismo en la desaparecida Universidad Nuevo Mundo. Pronto dejó la primera. A mitad de la carrera consiguió empleo en Imevisión, el organismo gubernamental que operaba las estaciones televisivas del gobierno federal. Ahí conoció a su primer marido, con quien se casó cuando apenas había cumplido 22 años.
Ella participaba en la producción de Perspectiva Internacional, un programa de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Unos años después, su marido emprendió su propia compañía de video y Rivas se convritió en la mano derecha de José Gutiérrez Vivó, presidente de Grupo Monitor y conductor del famoso noticiero Monitor de la mañana.
El periodista le encargó que reuniera a "las mejores mentes del país" para que hicieran comentarios de todos los temas en su programa. Además de hombres y mujeres de prestigio, tenían que saber expresarse en la radio. Rivas reclutó a personajes como Miguel Ángel Granados Chapa, Germán Dehesa, Enrique Krauze, Jorge Castañeda, Isabel Turrent y Bernardo Barranco, entre muchos otros.
__Pero aún no escribías...
__¡No! Nada fuera de resúmenes de prensa extranjera y libros para elaborar fichas porque mi jefe no tenía tiempo ni para respirar.
Rivas también se convirtió en la responsable de las transmisiones especiales de Monitor. Su carrera ascendía mientras la empresa de su marido se arruinaba, lo mismo que el matrimonio.
Renunció en un fallido intento por rescatarlo, se mudó a casa de sus padres y mientras encontraba otro trabajo, tomó su primer taller literario, con el cuentista Edmundo Valadés; le siguió otro en la Universidad de las Américas. De pronto, la novelista ya estaba en lo suyo. De un tercer curso literario –con Guillermo Samperio– salió su primer libro colectivo, Las Mujeres de la Torre. "Lo presentamos en la sala Manuel M. Ponce (de Bellas Artes), y entonces sí sentí que era capaz de escribir".
Tras unos años empleada en medios de comunicación, fundó Info Press, una agencia que producía resúmenes noticiosos y de opinión y síntesis informativas. Recién nacida su única hija, feliz producto de su segundo matrimonio, el entonces canciller Jorge Castañeda se la llevó como asesora. Al mismo tiempo, Beatriz Rivas escribía su primera novela, La Hora sin Diosas, que fue publicada en 2003.
Aficionada a los viajes, a la lectura y al whisky, Rivas se inclinó por sus novelas. Arrancó la segunda, Viento Amargo, y dejó incompleta una maestría en letras contemporáneas en la Universidad Iberoamericana. "Y aquí me tienes".
El verano pasado, Rivas y su esposo –el escritor Francisco Martín Moreno– rentaron un alejado departamento en un pueblo de Normandía para concentrarse en sus respectivas novelas.
__Además de leer y escribir, ¿qué disfrutas en la vida?
__La amistad. Tengo grandes amigos, que van cambiando. Por ejemplo, fui muy amiga de Adela Micha y de Jorge Castañeda, pero me quedé atrapada en esa relación entre ambos que yo sabía que explotaría como la bomba atómica. Disfruto muchísimo la comida. Ojalá disfrutara más el ejercicio…
La autora de Todas mis vidas posibles, de dos volúmenes de Amores Adúlteros y la más reciente, Dios se fue de viaje, cuenta que a otra escritora y amiga suya, Ruth Reséndiz, le debe la idea de su propio taller literario.
Se conocieron en un gimnasio. Reséndiz le pidió a Rivas que le diera clases. Frente a la negativa, insistió: "entonces déjame ser tu asistente". Pero la escritora no podía darse el lujo de pagar uno. "Por lo menos, déjame llevar tu ropa a la tintorería", perseveró.
Beatriz se comprometió a impartir el taller literario si Ruth conseguía agrupar a seis personas. Eso ocurrió hace diez años. Desde entonces, casi una novela por año resulta de ahí.
Esta mujer es una de esas, contadas, que no cambiaría su vida por ninguna. Aunque tenga, como todos, muchas vidas posibles.