La Aldea

Adiós, Gabriel

Gabriel García, operador supremo y silencioso de todos los programas sociales, metió la mano en la elección, aparentemente sin conocimiento ni consentimiento de su jefe.

Hombre cercano a AMLO, operador supremo y silencioso de todos los programas sociales que el gobierno federal distribuye a través de los superdelegados en todo el país. Un potente monto que supera los 300 mil millones de pesos al año, y de los cuales, Gabriel García era titular, responsable y ejecutor. Sentado a la derecha del padre.

Pues don Gabriel se atrevió a tener iniciativa propia, a jugar sus cartas e impulsar carreras políticas locales, regionales y estatales al favorecer –con recursos y recomendaciones– a candidatos y hoy triunfantes gobernadores. Don Gabriel metió la mano en la elección, aparentemente sin conocimiento ni mucho menos consentimiento de su jefe.

Nadie en Morena, ni líderes ni delegados se atrevieron a respingar, bajo el sobreentendido de que contaba con la venia presidencial. Era tal la cercanía de Gabriel con el presidente, que todos, incluido Mario Delgado, presidente de Morena, entendieron que era línea superior del águila nacional.

Vaya sorpresa, cuando el presidente se enteró de las acciones de su antiguo hombre de confianza en el manejo de los dineros.

Tomó decisiones ipso facto: Gabriel fue cesado de forma inmediata y fulminante por tener la osadía de mover recursos sin consulta ni autorización del caudillo. Por si alguien aún tiene dudas acerca del centralismo absoluto de la administración.

Al que le lleva las contras al presidente dentro de Morena, se va, como la infausta Irma Eréndira quien, cuentan, todavía se atrevió a respingar y a decir que era una injusticia su retiro, después de su compromiso con el movimiento y su entrega a la causa. A su casa, sin embajada ni diputación, que sí le ofrecieron, pero ante la rezonga, se fue sin nada.

A quien juega a sus espaldas, pretende tener corrientes políticas propias, construir grupos de apoyo o redes de respaldo individual, son alejados y enviados al congelador.

Es el caso de Gabriel García quien fue expulsado sumariamente del círculo íntimo y de confianza mayor, pero no exiliado al frío invernal del gulag, donde ahora vivirá Irma Eréndira. García regresó al Senado, donde aún tiene “hueso”, aunque perdió lo más valioso: la confianza del presidente. Ahí sufrirá ahora, de regreso como es la política, el desdén y el maltrato que él mismo le dispensó a los senadores los últimos dos años.

Tal vez podrá aún, recoger algunas simpatías y reciprocidades de la gente a la que Gabriel García apoyó desde su poderoso cargo, repartidor de los dineros por orden suprema.

A quién le toca y a quién no le tocan recursos etiquetados para fines específicos, es decisión única, exclusiva, intransferible del señor de la silla del águila. No hay secretario, funcionario, titulares de Hacienda, del Bienestar o del inexistente Insabi que asuman dichas responsabilidades. Los dineros se dispersan desde Palacio Nacional, bajo la orden de ‘El Único’.

Lecciones claras para todos aquellos que pretenden volar con alas propias. Aquí, se los dijo a los superdelegados en Palacio a puerta cerrada, “aquí hay un solo proyecto de nación” (sic) y es el mío –se entiende –.

Otra cesada fue la superdelegada en la Ciudad de México, ante el estrepitoso fracaso electoral de Morena. El presidente no se repone aún de la derrota y su enojo con Claudia Sheinbaum, quien no recupera aún los niveles de cercanía y de confianza que los han unido por años.

La jefa de Gobierno ha compartido en círculos cercanos, que lo único que le importa, es recuperar la amistad, la cercanía y el afecto de AMLO. Nunca había sufrido regaños ni desplantes como los que enfrentó después de las elecciones y la calamitosa pérdida de posiciones y alcaldías. Ahí también el señor García metió la mano, al imponer y defender candidatos poco competitivos y de mala reputación.

Debe ser difícil vivir tan cerca del cielo con la confianza del patriarca, para después, ser alejado súbitamente de su halo protector y poderoso.

Poseedor de rencorosa memoria –miente cuando afirma lo contrario– AMLO no perdona las traiciones ni los dobleces: o con él en todo y para todo, o mejor a la distancia, cada quien a lo suyo. Y si no pregúntele a Rosario Robles, quien sólo está en la cárcel por el caprichoso rencor del presidente, y la anhelada venganza de Bejarano y Padierna.

Adiós, Gabriel, por “charolear” con nombre ajeno y recursos públicos.

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