Su belleza atrae a los peatones que pueden pasar horas contemplando sus fachadas, pero también existe una barrera invisible que les impide entrar a conocerlo, incluso ahora que cumple 80 años. Con su magnífica arquitectura, el Palacio de Bellas Artes cautiva, invita; también intimida, repele.
Edificio emblemático de la Ciudad de México, que desde su propia construcción fue objeto de polémica, es fiel testigo de la historia de un país que no ha logrado concretar sus sueños de grandeza, esos que dieron origen al inmueble, en tiempos de Porfirio Díaz.
Ocho décadas después de su apertura, el Palacio de Bellas Artes es un sitio que convoca multitudes. Karina y sus cuatro amigos de la preparatoria se reúnen en la explanada para cumplir con su tarea de historia: visitar los edificios más importantes del Centro Histórico.
Antes de que tomen su camino a la avenida Madero son interceptados por Manuel Alejandro Ruiz, uno de los 24 voluntarios que diariamente ofrecen visitas guiadas gratuitas al palacio. Los estudiantes rechazan su invitación pero acuerdan regresar para ver la bonita iluminación que se inaugurará por la noche.
Una pareja acepta la ruta que en media hora los llena de asombro. Manuel es estudiante de arquitectura de sexto semestre, pero parece un maestro cuando muestra la ornamentación del edificio. "¿Sabían que la escultura de la cara de un perro (apunta al costado derecho) fue en homenaje a Aída, la fallecida mascota del arquitecto italiano Adamo Boari?".
Se regodea con los detalles de la fachada principal, hace notar las expresiones teatrales de las esculturas. En el vestíbulo explica el cambio radical de la arquitectura, que a partir de 1931 corrió a cargo de Federico Mariscal, quien decidió incluir motivos prehispánicos. A la pareja le cuesta trabajo descubrir, en tamaño reducido, a un Tláloc y un Chac mool. También desconoce que las escalinatas negras por las que ascendieron remiten a las de las pirámides prehispánicas de la antigua Mesoamérica.
La explicación termina y la pareja sale rápidamente, pues no está dispuesta a pagar 45 pesos por persona para mirar los murales de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros o la exposición de artes plásticas dedicada a Octavio Paz.
Estética que intimida
Este rechazo inconsciente que tienen algunas personas hacia el edificio tiene una explicación, afirma el historiador e investigador Hugo Arciniega Ávila.
"Uno recibe esta sensación de hasta dónde se puede pasar y hasta dónde no, porque la arquitectura lo está determinando", considera.
Esta dualidad entre la atracción y la intimidación que provoca la construcción hace que incluso la connotada crítica de arte Teresa del Conde tenga sentimientos encontrados hacia su arquitectura. Lo conoce desde los cinco años y dice haber estado presente en las actuaciones de grandes figuras como Luciano Pavarotti, Plácido Domingo, Maria Callas. El espíritu crítico se rinde ante la nostalgia.
"Lo que pasa es que si desde que nació uno fue el Palacio de Bellas Artes uno ya se acostumbró a verlo; es edificio emblemático, sin duda. Ahora, a mí no me parece un edificio extremadamente bello como otros que tiene cerca", sostiene.
La investigadora, galardonada en 2008 con la Medalla de Oro de Bellas Artes, reflexiona un momento sobre lo que, considera, impide a los mexicanos disfrutar de su Palacio.
"Desde mi punto de vista hay un contraste brutal entre el sol que ilumina la plaza, los muros blancos de mármol y al entrar encontrarse con el estilo art déco que es ligeramente funerario. Eso desconcierta a los visitantes".
El pueblo es ajeno a su alcázar de mármol de carrara, pero no siempre fue así, refiere el historiador Hugo Arciniega. Desde su creación, observa, se planeó darle tribuna a la gente de pocos recursos.
"Las clases bajas y medias asistían a ver los espectáculos; claro, pero las circulaciones eran las que establecían las diferencias; es decir, quién llega a su lugar y por dónde: estaban los que cruzaban todo el vestíbulo y tenían pequeñas salas antes de sus palcos, y otros que seguían por las escaleras y llegaban a la galería", comparte Arciniega.
Arte de élite
Después de 80 años los gustos del pueblo no tienen cabida en la programación del recinto, que es elaborada por un grupo especializado. A decir del subdirector del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), Sergio Ramírez Cárdenas, su primer objetivo es ofrecer, de manera equilibrada, una diversidad de propuestas: danza, música, teatro.
"Para esto tenemos un Consejo formado por gente del Instituto y personalidades artísticas externas que opinan y nos enriquecen muchísimo para definir la programación final". En el recinto se ofrecen más de 300 funciones al año, y Ramírez Cárdenas afirma que los precios son "bajísimos". En la Sala Principal, asistir a una función de ballet cuesta entre 150 y 590 pesos, mientras que la Gala de ópera que se presenta este 12 y 13 de octubre por el aniversario del recinto, va de 120 a 250 pesos por asiento.
Pero el arte popular no cabe entre las Bellas Artes. Ramírez rechaza rotundamente abrir las puertas a expresiones de este tipo, como lo hicieran con los conciertos del cantautor Juan Gabriel en 1990.
Día, tarde o noche, el Palacio de Bellas Artes es el espacio más retratado de la ciudad, afirma el arquitecto Hermilo Salas Espíndola. "A la mayoría de la gente le gusta estar fuera del Palacio de Bellas Artes y tomarse una foto como si se la sacara en la Torre Eiffel o el Empire State".
Dice que más allá de su arquitectura ecléctica, de sus defectos y virtudes, hay que gozar esta construcción. "La gente empieza a clasificar y a catalogar todo. Lo importante es qué me hace sentir la magnificencia de un momento histórico traducido en mármol, en una concepción estética de las artes aplicadas. Si me sensibiliza y me hace emocionar, eso es lo más importante".