Con una trayectoria estelar en el Nuevo Cine Mexicano, en teatro y telenovelas clásicas como Cuna de lobos, Diana Bracho defiende el melodrama, pero admite que en televisión el género ha decaído. Faltan esas plumas que hicieron época en la pantalla chica, considera la actriz, quien pertenece a una dinastía cinematográfica y teatral que ha dejado huella en México a lo largo de tres generaciones.
Acaba de celebrar 70 años de vida encarnando una vez más a María Callas en Master Class, puesta que estrenó hace 15 años con un elenco que incluía al hoy afamado tenor Rolando Villazón. Una nueva temporada, dirigida por Diego del Río, se aloja en el Teatro Banamex Santa Fe, con más de 100 representaciones.
___¿Por qué no se han hecho más telenovelas como Cuna de lobos? ¿Será porque ya no está Carlos Olmos ni otros autores de su estatura?
___Era un autor extraordinario, dominaba el género, que es muy menospreciado porque los literatos ven el melodrama como algo menor, pero no lo es; cuando se trata bien actoralmente es muy interesante, pero hay que hacerlo en su tono, sin sobreactuación. No es que no haya buenos escritores, sí los hay, pero no les dan lugar, oportunidad.
___No se corren riesgos...
___La telenovela está casada con un esquemita que ha funcionado, se apega a él y lo repite hasta la náusea. Es muy complejo, pero como hay un público cautivo que tiene expectativas muy concretas, se siguen haciendo igual. Es un público muy importante, internacional; las telenovelas se venden a 100 países del mundo. ¡A mí me han venido a entrevistar de Rumania, porque me han visto en televisión!
___¿Qué hace memorable una historia?
___Por más terrible que sea, por más dolorosa, a mí como espectadora me gustan las historias que se acercan al corazón, igual a su parte oscura; no estoy hablando de historias rosas, sino de penetrar el sentimiento del ser humano.
___¿Incluso en la televisión?
___Yo tengo la teoría de que si no hay una historia, no hay nada, aunque tengas a los mejores actores. Ahora, si esa historia está bien montada y bien actuada, pues ya tienes una obra maestra.
___¿Cómo vivió la experiencia de filmar películas tan fuertes como El castillo de la pureza o Las Poquianchis siendo tan joven?
___Cuando hice El castillo de la pureza tenía 27 años, ya había vivido cinco años en Nueva York, donde estudié Filosofía y Letras, pero parecía una adolescente y tuve la suerte de dar el tipo justo que quería Arturo Ripstein para esa película.
___Además provenía de una familia progresista, liberal…
___Tuve la suerte de nacer en una familia no solamente con talento, sino maravillosa. Mi hermano y yo crecimos con mi papá, que era un hombre de la posrevolución, un grupo de artistas que crearon la cultura contemporánea mexicana.
___Ese grupo le dio una identidad al país...
___Sí, un concepto de país muy interesante, con otra ideología. Mi papá fundó el teatro de la Universidad, el teatro de los trabajadores, antes de Brecht; fue director de teatro en Bellas Artes cuando se inauguró, y mi mamá era bailarina en Bellas Artes. Mi tía Andrea (Palma) fue una actriz muy importante del cine, que era Guadalupe Bracho. Fue hermana de mi papá y mi madrina. El grupo de gente con el que mi papá convivía que eran como mis tíos, llegaban a mi casa y yo no tenía la menor idea de quién era Octavio Paz, Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, pero me sentaba en sus piernas, me abrazaban y platicaban conmigo.
___¿Es importante que la ficción sea un reflejo de la realidad?
___Absolutamente. Por ejemplo, la trilogía de Felipe Cazals: Canoa, Las Poquianchis y El apando, es una de las obras maestras del cine mexicano y habla de problemas muy profundos, pero desde un ángulo ideológico muy interesante. Las Poquianchis sí es una historia de prostitutas, pero en realidad de lo que está hablando es de que en una sociedad enferma, las víctimas se convierten en victimarios y eso tiene que ver con lo que vivimos todos los días en este país.
___¿Cómo se salvó de tomar partido entre los nuevos y los viejos cineastas?
___Generalmente no tomo partido, trato de entender. Lo que hice fue juntar a Arturo Ripstein con mi papá. Los dos eran apasionados, amaban el cine y eran muy buenos en lo que hacían. Los junté un día a comer y se cayeron de maravilla. ¿Qué pasó en París con Netanyahu y el palestino? Estaban parados uno junto al otro, unidos en contra de la intolerancia y la falta de libertad de expresión. Es el ejemplo de que cuando nos acercamos con el alma abierta, entendemos al otro aunque piense diferente a nosotros.
___¿Cómo se siente de retomar la temporada de Master Class, 15 años después de su estreno?
___Al principio no quería repetir el proyecto, porque me gusta romper con lo que ya he hecho para encontrar cosas nuevas, pero Morris Gilbert me convenció. La vi en Broadway y me volví a enamorar de la obra. Es la misma, pero tiene tantas lecturas, que aún ahora, después de haberla hecho 100 veces, cada vez le encuentro algo. María Callas es un personaje realmente alucinante, con tantas aristas, complejidad, dolor.
___¿Cómo aprovechó la experiencia profesional y personal para este nuevo montaje?
___Yo vivo a todo lo que da y disfruto mucho, pero también he tenido pérdidas y sufrimiento, todo eso por supuesto que permea a los personajes que toco, aunque tengo un principio: nunca dejo mi basura en el escenario, nunca vengo al teatro a exorcizarme. El escenario es un lugar de creación, de vitalidad, donde aunque el personaje sufra, el actor no. Está dando, está vivo. Esos dolores lo que hacen es que cambian la piel, la forma de acercarse al mundo, la percepción de las cosas. Me he permitido aceptar mi fragilidad y entregársela al personaje.
___¿Ha pensado en su legado?
___Hago lo que hago con tanto gusto que ése es mi premio. No tengo ninguna ansia de trascendencia.