Los hombres de empresa suelen pegar sus frases en las paredes para alentarse en la consecución de metas, les fascina aquello de que los líderes no nacen, se hacen; como todo, con trabajo duro. Suelen ver los videos en los que se le ve en las reuniones con el equipo, casi siempre los Empacadores, imprimiendo ánimo entre esos hombres con los que tiene que hacer posible esa ambición que otros llaman éxito.
Los padres de familia suelen leer a escondidas aquel poema (otros lo enmarcan y lo ponen como poster en la recámara del chico) que se le atribuye en el que entrega el balón a su hijo: "Toma el balón, hijo mío, te nombro quarterback en el equipo de tu vida. Soy tu coach y te lo doy tal como es. Sólo hay un calendario de juegos: dura toda la vida y es sólo un juego". Más adelante alude a las virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad.
¿Por qué Vince Lombardi se ha convertido en una especie de instructor de la inteligencia emocional sin las palabras bonitas de Paulo Coelho u Og Mandino? Justamente por eso, porque no dice lo que el lector quiere escuchar, no consuela; lastima. Debajo de esa gabardina se esconde un motivador de la vieja guardia, esa que aseguraba que la letra con sangre entrababa: "Lombardi nos trataba a todos por igual… como a unos cerdos", dijo alguna vez uno de sus linieros. "Cuando me decía siéntate -contó alguna vez un corredor- no me tomaba la molestia de saber si había una silla atrás".
Lombardi, hijo de un carnicero italiano, católico estudioso de teología, gran lector del antiguo testamento, nocturno estudiante de Leyes, metódico y de recio carácter, vio en el emparrillado una batalla espartana en la que sólo podían tomar parte jugadores con espíritu inquebrantable, sin importar los medios para fortalecer esa actitud. Antes de la guerra jugó futbol americano, deporte que interrumpió una no firme convicción por el hábito y la propagación de la fe.
El gran valor que tiene Lombardi, por eso su ascendencia con los que tienen posiciones de mando, es su gran habilidad para entender la Psicología humana. En cada uno de sus jugadores supo encontrar las virtudes necesarias para la conformación de un equipo, al que llamaba "la suma de esfuerzos y sacrificios". Antes que muchos de sus continuadores en el campo de la inteligencia emocional descubrió que el deporte era el gran terreno para la superación personal: "Allí, en el campo, los hombres descubren que la disciplina es lo fundamental para conseguir las metas; todo mundo sabe que en el futbol americano los resultados se determinan al final de la primera o de la segunda mitad". Por lo tanto exigió siempre, cuando siempre es justamente siempre, el 100 por ciento de esfuerzo: "Algo menos que esto no será suficiente. Vamos a trabajar de un modo tan exhaustivo que llegará a ser una rutina. Es un juego que da 100 por ciento de alegría al ganar, 100 por ciento de felicidad al triunfar y exige 100 por ciento de resolución al perder".
Fuera del campo, Lombardi, con las lecciones más básicas y más duras por lo tanto, aplicó una conducta imbatible. Compartió siempre como pilares los valores de la honestidad, el amor propio, la lealtad, la devoción al deber, el estudio y el buen comportamiento. No fue el hombre más amable. Pero sus jugadores sabían, al estilo de André Gide, que quien no ha sido lastimado no ha sido enseñado. Religioso, interpretó siempre la humillación como la gran lección humana.
Humillaba desproporcionadamente a los hombres que daban la vida en la línea, solamente de esa manera, decía, podía encontrar el sacrificio suficiente para el logro del equipo: "El éxito del individuo siempre está sujeto a la satisfacción que reside en formar parte del éxito del grupo".
En el futbol americano halló la mejor manera de ver la vida: sin trabajo competitivo, sin respeto a la autoridad (Dios, por ejemplo), sin pagar el precio por el trabajo "no se pueden encontrar las lecciones y las metas valederas".