Rebecca Jones es una mujer de frases breves y enfáticas. Demuestra seguridad en cada palabra, cada movimiento. "Creo que nunca he fracasado", sostiene antes de fumar un cigarrillo. La charla sucede de improviso en una vieja casa de la colonia Juárez. Allí, la actriz de 56 años ensaya el papel que interpretará en Burundanga, una obra que, previo a su estreno, lanzará un reality show que develará el proceso que existe detrás de una puesta en escena. Pero no todo es trabajo; también se da un tiempo para sentarse y hablar sobre la crisis del guionismo en México.
La actriz, protagonista de decenas de telenovelas y obras de teatro, asegura que las buenas historias siempre influyen en el pensamiento de los hombres. Un país con una narrativa desarrollada –afirma– casi siempre deriva en sociedades más activas y complejas. Se declara lectora asidua de William Shakespeare y Pedro Calderón de la Barca. Pero también de Haruki Murakami y Milan Kundera.
Es por ello que, ataviada en un vestido negro, la también productora lamenta la falta de buenos guiones en México, sobre todo en la televisión. Asegura que es en el medio teatral donde se encuentran las propuestas más innovadoras.
Desde hace una década aproximadamente –asegura– es complicado encontrar un buen libreto. Y esto ha representado un gran problema para ella, pues es justo en el guión en lo que más se fija antes de aceptar un proyecto.
"La verdad es que me tocó una época de increíbles historias", admite Rebecca tras consumir su segundo cigarrillo. Y es que esta mujer mitad mexicana y mitad estadounidense participó en una época dorada para las telenovelas mexicanas. Muchos la recuerdan por su participación en Cuna de lobos (1986), escrita por Carlos Olmos, que la catapultó como actriz de primera línea.
Jones ignora las razones por las cuales ha bajado la calidad de los guiones. Hoy –refiere– es más fácil encontrar una buena historia en el teatro, o a veces en el cine. Sobre este último afirma que México vive un buen momento, un boom de directores y guionistas que no se veía desde hacía varios años.
Ella recuerda mucho su participación en El misterio del Trinidad, que en 2003 obtuvo el Ariel a la Mejor Película. Fue escrita por Carlos Cuarón y dirigida por José Luis García Agraz.
Afirma que, antes, los actores estaban mejor preparados académicamente; leían, investigaban y estudiaban más. Por eso exigían buenos libretos. Ella no está en contra de que hoy una modelo quiera actuar; es muy respetuosa de las decisiones ajenas. Pero la única realidad en el mundo de la actuación –dice– es que todo, absolutamente todo, se ve sobre el escenario. "Si eres buena, se nota", sentencia mientras esboza una discreta sonrisa.
EL ENTRETENIMIENTO COMO UN DERECHO
¿En verdad es útil el entretenimiento en un país donde el salario mínimo no alcanza ni para la canasta básica? Jones dice que sí, pues la diversión es un derecho al que todo mexicano debería tener acceso. Sin embargo, sabe que ni el cine ni el teatro tienen el poder para acabar con la injusticia. Asegura que el cáncer mexicano, ese coctel de violencia, impunidad y corrupción, debe ser combatido en el Congreso, en la Presidencia, en la Suprema Corte. Es a los hombres de traje y corbata a los que les compete; no a los artistas.
Jones se declara apartidista. Se informa constantemente de lo que sucede en el país, pero considera que las fuerzas políticas no merecen más gesto que fruncir el ceño. Le enoja que los hombres públicos manejen al país como un guiñapo, y dice que es ahí donde el entretenimiento –ya sea a través del cine, el teatro o la televisión– puede realizar su pequeña, pero trascendente labor: la de imaginar otras realidades.
Otro cigarro. Jones recuerda con nostalgia su juventud. Entre los 15 y los 18 años trabajó como mesera en distintos restaurantes de California. A la par estudiaba la carrera de Arte dramático. Fueron tiempos de bolsillos vacíos. El salario de su padre no alcanzaba para mantener a seis hermanos (ella es la cuarta). Si quería ser actriz, debía trabajar.
Su padre se llamaba Gordon Jones. Era pintor, y uno muy destacado. Fue maestro y amigo de varios artistas de la Generación de la Ruptura, como Arnaldo Coen, José Luis Cuevas y Pedro Coronel. Recuerda Rebecca que de él heredó el gusto por el arte y la disciplina. "Sin ella, no se puede hacer nada en la vida", asegura.
El nerviosismo de subirse al escenario, el nudo en el estómago previo a comenzar un diálogo es lo que más le apasiona del universo actoral. Esas sensaciones –dice– no las cambiaría por nada. Evoca al autor de La vida es sueño y sostiene que el público es "el monstruo de los mil ojos". Algunas veces se ha sentido devorada por esta bestia, sobre todo cuando interpretó a más de 30 personajes en la obra El retrato de una artista desempleada, en 2005. Pero no le importa, está dispuesta a seguir asumiendo el riesgo, y dice que el retiro es en lo último que piensa.