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Álvaro Matute, atleta de la Historia

Con el fallecimiento del historiador, a los 74 años, México pierde a uno de sus más elevados pensadores, quien hereda una obra honesta y valiente.

México no ha perdido a un historiador, sino algo mucho más grande: a un intérprete del pasado, aseguran sus colegas y amigos en entrevista con El Financiero.

El fallecimiento de Álvaro Matute Aguirre –ocurrido ayer en la Ciudad de México a los 74 años– le da vida, paradójicamente, a la máxima de Tucídides, el gran historiador ateniense: "la Historia es un incesante volver a empezar".

Miembro de la Academia Mexicana de la Historia, siempre fue un predicador de las historias bien contadas, pero sobre todo de las historias bien pensadas.

Amante de la filosofía y la sublimidad que, decía, sólo logra la literatura, su vocación se parecía más a la de un historiólogo que, según él, no era otra cosa que un hombre capaz de comprender el pasado –que no tiene existencia en sí, aseguraba– para desarrollar el planteamiento socrático y tratar de responder las preguntas esenciales del pensador griego: ¿Qué es la virtud? ¿Qué es la moderación? ¿Qué es la justicia? ¿Qué es la bondad? ¿Qué es el coraje? y ¿Qué es la piedad?

El filósofo-historiador –escribió en Ensayos de filosofía de la historia (2007)– tiene la responsabilidad no sólo de contar el pasado, sino de traducirlo a los lectores del presente a través de los paradigmas del pensamiento. Y para lograrlo, dicen los entrevistados, su vocación de profesor fue fundamental.

Trabajó en la UNAM desde 1970. Dio clases durante más de 40 años en el Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, donde educó a decenas de generaciones con sus cátedras, siempre enriquecedoras, más parecidas a una tertulia que a una lección rigurosa, según cuenta Ramón Jiménez, alumno del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. "Lo que más me sorprendía era su capacidad para enseñar. Era una enciclopedia, pero nunca perdió esa cosquilla por transmitir sus conocimientos".

La historiadora y directora general del Instituto de Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), Patricia Galeana, lo recuerda como un hombre afable cuyas convicciones cabían perfectamente dentro de la palabra maestro. "Mucho se habla sobre su obra de investigación –que es vastísima–, pero también debemos destacar su obra docente, a la cual se dedicó en cuerpo y alma".

Álvaro Matute no sólo escribió piedras angulares de la historia de México, como La Revolución Mexicana: actores, escenarios y acciones (1993) o El Ateneo de México (1999), sino que se dedicó, fiel a la tradición más universitaria, a difundirlas mediante conferencias, clases, mesas redondas o charlas.

El historiador Enrique Krauze –su colega y amigo– lo recuerda como un hombre de libros que tomó la vida intelectual como un servicio público. "No sólo ha escrito libros, ensayos y artículos valiosos, sino que ha pasado buena parte de su vida transmitiendo su conocimiento a las generaciones jóvenes. Recuerdo el entusiasmo con que hace algún tiempo me hablaba de un curso que ha impartido sin interrupción por decenios a los recién llegados de las escuelas preparatorias".

En una generación arrebatada por las pasiones, Álvaro Matute es la imagen misma del equilibrio, la suavidad, la ponderación, la honestidad”


"Álvaro Matute siguió una tradición que está muy arraigada en la UNAM desde hace tiempo: la de no solamente entender el proceso histórico, sino la de reflexionar sobre el devenir histórico; es la misma línea que siguieron historiadores como Edmundo O'Gorman o Juan Antonio Ortega y Medina. Álvaro tenía una cultura filosófica impresionante. En esos temas le llevaba años luz al resto del gremio", asegura el historiador y director de La Capilla Alfonsina, Javier Garciadiego.

Andrés Lira, director de la Academia Mexicana de la Historia, afirma que Matute fue un maestro en el oficio de historiar la historia y una de las mentes más brillantes de esa institución.

El recién elegido miembro de la Academia Mexicana de la Lengua poseía la mayor virtud: el equilibrio para observar los acontecimientos sin vehemencias ni posturas políticas.

"Desde que éramos jóvenes mostró una enorme tranquilidad en su trabajo académico. Siempre fue un hombre sensato y maduro que mantuvo la ecuanimidad ante todo, incluso ante su propia vida", apunta Galeana. Krauze coincide: "para apreciar su mayor cualidad como historiador basta acercarse a él como persona: en una generación arrebatada por las pasiones, Álvaro Matute es la imagen misma del equilibrio, la suavidad, la ponderación, la honestidad".

México -sostiene Garciadiego- pierde a un gran historiador, un gran universitario, un hombre sensible y, para ser honestos, a un hombre muy sabio. En el gremio era una persona muy querida por su calidez y su tremenda cultura. Cree que Álvaro Matute sí puede ser considerado un intelectual en todo el sentido de la palabra. "Su muerte fue repentina; nos tomó a todos por sorpresa. Hasta hace poco lo vimos en la reunión mensual de la Academia Mexicana de la Historia, donde nos presentó informes y adelantos de su trabajo".

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