After Office

¿Qué hacer con las producciones de Harvey Weinstein?

Usuarios de Twitter exigen censurar las películas en las que participó el productor señalado de acosador; sin embargo, hacerlo implica castigar también a maquillistas, guionistas, actores y otras personas que participaron en los filmes. 

A estas alturas, uno tendría que vivir en una ermita para no saber que Harvey Weinstein, uno de los productores más poderosos de Hollywood, está siendo acusado de abuso y violación. La clave está en el gerundio. No fue solo una acusación: desde que salió el reportaje inicial en el New York Times, todos los días hay una actriz o una celebridad que afirma haber sido objeto de algún atropello por parte del productor. No solo la cantidad y consistencia de las acusaciones son suficiente para confiar en la versión de las víctimas: además de los testimonios, los medios en Estados Unidos han reproducido grabaciones e información confirmada de pagos para que las mujeres de las que abusó guarden silencio. Weinstein era tan influyente (en función de su carrera ya podemos hablar en pretérito), que no solo sentía la libertad de acosar aspirantes a actrices sino a las más grandes luminarias de Hollywood: Angelina Jolie, Gwyneth Paltrow, Kate Beckinsale y Ashley Judd, entre muchas otras. La figura que emerge de estas declaraciones es más que un macho siniestro, usando su autoridad para conseguir favores sexuales. Harvey Weinsten es, como lo describió Emma Thompson en entrevista para la BBC, un depredador.

La palabra "poder" es obligatoria al hablar de Weinstein. Sus producciones han ganado un total de 81 premios de la Academia y muchas de ellas son exitosísimas: Pulp Fiction, The English Patient, Shakespeare in Love, Good Will Hunting, Scream y The Lord of the Rings forman parte de una lista inmensa. Solo Steven Spielberg y Dios han sido mencionados más veces que él durante los discursos de agradecimiento en los Oscar. Hablamos de un tipo con la capacidad de convencer a la Academia de nominar a bodrios como Chocolat a la categoría de Mejor Película (de haberse estrenado bajo su sello, Condorito, la película probablemente también estaría nominada). El apellido de Weinstein pesaba tanto que su compañía, fundada después de Miramax, se llamaba simplemente The Weinstein Company. Si esa era su influencia en la industria, imaginemos su influencia con la materia prima de esa misma industria. La bendición de Weinstein podía impulsar una carrera al estrellato. Su maldición también podía hundirla. Y como prueba basta el olvido al que Mira Sorvino fue relegada después de rechazarlo. El Oscar que obtuvo en 1995 por Mighty Aphrodite sirvió de poco. El Rey Midas de Hollywood no perdonaba. Decirle que no traía consigo el riesgo de la ignominia en un negocio en el que desaparecer es morir. Esa era la posición desde la cual Weinstein abusó e intimidó sistemáticamente. El tipo no solo merece nuestro repudio y el de su gremio: sería inconcebible que no parara en la cárcel.

En las postrimerías del escándalo, Hollywood también ha tomado cartas en el asunto. Apple canceló una serie en la que había trabajado con Weinstein desde 2016 y Amazon está considerando hacer lo mismo con The Romanoffs, creada nada más y nada menos que por Matthew Weiner, en lo que sería su primera serie después de Mad Men. La compañía de Weinstein ya lo expulsó y la Academia hizo lo mismo. Directores que trabajaron con él, como Quentin Tarantino y Kevin Smith, le han dado la espalda públicamente, sin medias tintas. Las repercusiones probablemente continúen por un buen tiempo. No era para menos.

Ya que Weinstein sea castigado tanto por la ley como por la industria donde abusó a sus anchas, nos tocará a nosotros, el público, ver qué hacer con las películas en las que estuvo involucrado. La crítica en Estados Unidos ya ha declarado sus afanes punitivos. Dana Stevens, del sitio Slate, tardó poco en firmar un artículo en el que asegura que el escándalo alrededor de Weinstein la ha obligado a apreciar (o despreciar) su cine a través de un nuevo tamiz, tal y como Matt Zoller Seitz, uno de los críticos más populares y respetados en Estados Unidos, declaró, tras la última ronda de acusaciones contra Woody Allen, que le resultaba imposible ver un filme del director sin lamentar que "es la obra de un pederasta". Cada quien está en su derecho de interpretar una película como le plazca, aunque no deja de ser peculiar que Zoller Seitz no haya tenido inconveniente en escribir un libro entero sobre Oliver Stone. En ningún momento, que yo sepa, se ha lamentado de publicar algo así de extenso sobre un apologista de dictadores, al servicio de Vladimir Putin y el régimen chavista. En la condena moral, al parecer, uno se puede dar el lujo de ser selectivo.

Me inquieta seguir el ejemplo de Stevens y Zoller Seitz, así como el de tantísimos usuarios de Twitter que piden boicotear o censurar las películas producidas por Weinstein como medida de castigo. Eso no implica que Weinstein trabaje de nuevo: el tipo no debería volver a pisar un set, ya no digamos la banqueta que rodea la prisión de San Quintín. Pero la obra que dejó se cuece aparte, en gran medida porque no hay expresión artística más colaborativa, ni que dependa de un mayor número de personas, que el cine. La crítica enfocada en el autor (crítica que yo, a menudo, perpetro) olvida que en una película producida por Harvey Weinstein también hay un director, un guionista, un fotógrafo, un diseñador de producción, un compositor, muchísimos actores, un maquillista, un editor y un equipo de cientos de personas. Censurar a Weinstein castiga de pasada a todos los involucrados en una filmación numerosísima. Y, sí, me suena aventurado afirmar que el gaffer de Good Will Hunting sabía de los abusos de Weinstein y que por ende merece la pena. Pero eso es lo de menos.

En Estados Unidos, la probidad moral ha empezado a ser un prerrequisito para la creación: hay películas que acaban destrozadas no por sus méritos artísticos, sino porque se descubre que el director estuvo envuelto en un escándalo o cometió un delito. El Oscar a Casey Affleck generó controversia no porque su actuación en Manchester by the Sea no lo mereciera, sino porque, al tiempo que recibió la nominación, los medios en Estados Unidos sacaban a la luz acusaciones de abuso en su contra. El carácter del creador se utiliza como vara para medir o tachar la calidad de la creación. De seguir ese rumbo, falta poco para deshacernos de la poesía de T.S. Eliot y Ezra Pound, de los cuadros de Picasso y Balthus, todo porque preferimos no enfrentar una verdad incómoda: un ser humano desagradable puede crear una obra de arte. Una cosa no está peleada con la otra. Vamos más allá: algunos medios han ventilado rumores que involucran a Louis C.K. en situaciones de acoso sexual con algunas comediantes, pero eso no quita que sus rutinas de stand up defiendan la libertad de abortar, así como condenan la cultura machista weinsteiniana. C.K., la persona, quizás sea un hipócrita. Su comedia, sin embargo, no es su persona.

Visto así, parece posible ver Pulp Fiction sin decretar que no tiene ningún valor estético solo porque contó con el apoyo de Harvey Weinstein. Además, si queremos boicotear quizás debamos empezar con el deporte, al que convenientemente elegimos no pasar por filtros éticos. Boicoteamos el cine de Woody Allen, pero que nadie nos apague la tele cuando toca pelea de Floyd Mayweather, aunque no haya creación artística, más allá de un buen jab, que medie entre la figura reprobable y el espectador. O todos coludos o todos rabones.

Mi impresión es que debemos separar el mérito artístico del carácter y la rectitud del artista. Nada de eso implica pasar por alto, olvidar o no castigar atropellos monstruosos como los de Weinstein, una alimaña que usó su poder para abusar de decenas de mujeres. Chinatown, sin embargo, es una obra maestra, aunque la haya dirigido un hombre acusado de violación. El arte existe más allá de su creador. Es tarea de cada quien decidir si lo ve o no, pero la opción debe estar ahí. Con censurarlo y boicotearlo no ganamos nada.

También lee: