Alfredo Peñuelas Rivas / Enviado
LA PAZ , BCS.- Muchos de los de mi generación crecimos con el anhelo de ser buzos o biólogos marinos, nos imaginábamos esos viajes a lo largo del mar tratando de descubrir secretos que no eran propios de la gente terrestre. El culpable de estos sueños húmedos responde al nombre de Jacques-Yves Cousteau, un oceanógrafo francés que nos enseñó que el océano era también parte de nuestro mundo y que existían barcos como el Calypso, capaces de enseñarnos lo mucho que ignorábamos de la Tierra. Por eso, cuando recibí la invitación de WWF (Fondo Mundial para la Naturaleza, por sus siglas en inglés) para realizar una expedición a esta ciudad, no lo pensé dos veces.
"El acuario del mundo", así denominó Cousteau al Mar de Cortés. Además de ser el único mar del mundo que pertenece a un sólo país, la zona alberga cerca de 40 por ciento de las especies de mamíferos marinos que existen en el mundo, y un tercio del total de las especies de cetáceos. Esta vez el viaje era para observar al pez más grande del mundo: el tiburón ballena y conocer el trabajo de conservación que la Alianza WWF-Telcel hace al apoyar a especialistas en el estudio y conservación de esta especie en la zona.
El más distinguido visitante
Lejos del gran turismo que impera en la zona de Los Cabos, La Paz es una pequeña ciudad llena de gente amable, platillos indescriptibles y una bahía que compite consigo misma por lograr cada día un mejor atardecer.
Los paceños están orgullosos de su bahía y de su estilo de vida, pero aceptan con agrado a los visitantes, el más distinguido de ellos, el tiburón ballena. Según la doctora Dení Ramírez, de Conciencia México, quien lleva una década estudiando a este pez, a la Bahía de la Paz llegan cada año entre 19 y 72 tiburones ballena desde 2003. En este lapso, Ramírez , ha fotoidentificado a 242 tiburones ballena, de los cuales 50 han regresado en distintas temporadas, lo cual muestra la importancia de esta bahía, donde encuentran alimento y protección contra depredadores.
El tiburón ballena, ser de otra dimensión
Abordamos muy temprano las cuatro pangas en las que se distribuyó el grueso de la expedición. Frente a nosotros la Bahía de la Paz y sus aguas tibias, "recorreremos un área de 40 km cuadrados", dijo el guía. Si algo me impresionó de esta etapa del viaje fue la mirada de los lugareños. Donde nosotros, seres de tierra y asfalto, no veíamos más que agua, mucha agua, ellos decían, "por allá se ve una corriente tibia…", "seguro están del lado del estero…"; "¡allá, allá se ve un tiburón ballena! Mentira, es una mantarraya gigante…" En efecto, la búsqueda se traduce en una suerte dividida entre cuatro embarcaciones en donde el posible descubrimiento del fabuloso tiburón ballena es algo más que un tema de azar auxiliado por la sabiduría de los paceños y la celebración de la certeza de sus palabras en un hallazgo de piel moteada y aletas dorsales.
El hallazgo incluyó unas tres mantarrayas gigantes, animales espectaculares venidos de otro mundo. Detrás de las mantarrayas saltamos al agua con la peregrina idea de poderlas alcanzar, no en balde estos hermosos peces tienen alas, vuelan y planean bajo el mar y sobre él. Un movimiento en la superficie se transformó en anhelo, "ahí está", dijo alguien, "ahí está el tiburón ballena". Las instrucciones de Dení Ramírez vuelan a la mente: "no los toquen", "no les cierren el paso", "no más de seis nadadores y el guía".
Uno se lanza al mar creyendo en las palabras del guía, asume que ahí hay algo por el simple hecho de que alguien más lo diga, un auto de fe marino que, al traspasar la superficie, se transforma en realidad. Bajo la superficie el animal más grande que han visto mis ojos, "parece una vaca gigantesca", pienso, una hembra de tiburón ballena abre su boca apaciblemente y se alimenta de plancton sin importarle nada más en el mundo. Apenas y repara de nuestra presencia, se alimenta, flota, está con esa tranquilidad que los seres humanos ya no sabemos que existe. En cuanto el animal se aburre, se sumerge y nos arrebata el espectáculo de su presencia, lo único que nos queda es la vaga idea de que existió. ¿Habrá sido verdad? Poco importa, esa imagen quedará indeleble en el recuerdo. "Es como entrar a otra dimensión y que el tiburón ballena fuera un ser de esa dimensión", comentó mi colega Daniel Bravo, cosa en la que no pude estar más de acuerdo.
El verdadero jardín del pulpo
"Bésame mucho" se llama la bella embarcación que abordamos a la mañana siguiente, un velero con acabados de madera que llevará a la expedición entera a la isla de Espíritu Santo ubicada a 50 kilómetros de distancia de La Paz.
Se trata de un lugar en el cual los humanos no encuentran mayor cabida que la de ser visitantes ocasionales. Por el contrario una enorme población de lobos marinos de todos tamaños y edades la pueblan y se distribuyen en todas las rocas del lugar y en las escasas playas. El barco se sitúa a unos 70 metros de la isla, el resto del camino tiene que ser nadando. "Cuidado con las corrientes", nos advierte la doctora Georgina Saad, coordinadora del Programa de Especies Marinas Prioritarias del Mar de Cortés de la Alianza WWF-Telcel, quien se lanza al mar a bucear a pulmón como si de andar en bicicleta se tratara. Los demás la seguimos, al entrar al agua me ocurre una epifanía: asomo la cabeza y veo cientos de peces de colores enmarcados por el fondo marino de un azul infinito, "aquí abajo puede haber cualquier cosa".
El asombro por mi primera incursión a nado en mar abierto se evapora al dirigirme a la isla, conforme me acerco descubro la plataforma de la isla poblada de corales, peces, estrellas marinas y demás fauna propia de estos lugares mientras un puñado de lobos marinos jóvenes hacen su aparición. Me meto en un arco de piedra que atraviesa la isla de lado a lado y pareciera que entré a un kindergarten donde los pequeños lobos marinos juguetean mientras sus padres se asolean en las rocas de alrededor. En cada inmersión me encuentro con una nueva sorpresa, nuevos amigos con aletas para los que yo soy un intruso a quien tiene que observar. Los jóvenes aletean y se acercan curiosos mientras hacen todo tipo de piruetas submarinas. La voz de Saad nos advierte que ya se ha hecho tarde y hay que partir. Dejamos detrás un jardín marino en el cual pareciera estar sonando la música infinita de las olas.
Volvemos a La Paz acompañados del atardecer, toda la travesía se convierte en un cúmulo de risas y compañerismos, ya no somos los mismos. Llevamos algo más: la conciencia del trabajo hecho, de lo difícil que es el entrar en contacto con las especies y el porqué es importante protegerlas. Hacen falta recorrer muchos kilómetros y muchas horas de búsqueda para estar unos minutos con un tiburón ballena, con un lobo marino, con la naturaleza en sí y poder decir: "eso existe, nadie me lo platicó, yo lo vi". Más que un viaje natural es un viaje humano, somos otros y lo sabemos. Tal vez mejores humanos que agradecemos a la naturaleza el permitir contemplarla de cerca y con el compromiso de cuidarla para las generaciones futuras.
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