El país ha entrado a una etapa en donde uno de los temas centrales de los que se habla es la sucesión presidencial. Va a ocupar espacios en la prensa, en las reuniones, en los espacios públicos.
Quizás pueda resultar extraño, pues la Administración de Andrés Manuel López Obrador termina hasta el mes de septiembre de 2024 y la elección del próximo Presidente de la República y ocurrirá en junio de aquel año, en poco menos de dos años. Pero, pese a que aún faltan muchos meses, ya se inició la carrera por definir quién habrá de suceder a AMLO. Para entender por qué está ocurriendo este proceso con tanta anticipación, es necesario hacer un poco de historia y observar qué es lo que pasó a lo largo del tiempo.
En México sólo han llegado al poder presidencial tres partidos. Por muchos años el único que tuvo el control de la presidencia de la República fue el PRI y sus antecesores, el PRM y el PNR, todos surgidos del bloque triunfador de la Revolución Mexicana en las primeras décadas del siglo 20. Desde que hubo periodos sexenales, durante 11 sexenios consecutivos, fue el PRI (o sus antecesores) el único partido que monopolizó la presidencia.
Fue hasta el año 2000 cuando ocurrió una alternancia, al ganar la elección Vicente Fox, del PAN.
El Partido Acción Nacional, de gran tradición en México pues fue fundado en 1939, estuvo 12 años consecutivos en la presidencia de la República, entre 2000 y 2012.
En ese año, el PRI logró reconquistar la presidencia de la República. Fue hasta 2018 cuando un tercer partido, Morena, fundado apenas unos cuantos años antes, ocupó esa posición. ¿Cómo fue durante muchos años el proceso de sucesión presidencial en el PRI? Ocurrió lo que en la historia política de México se denomina como “el destape”.
El sistema político mexicano dominado por el PRI estuvo basado en la entrega al Presidente en turno del control completo de los poderes.
Aunque formalmente, como en las democracias modernas, existía un Poder Ejecutivo, uno Legislativo y otro Judicial, que eran presuntamente autónomos e independientes, en la realidad el Presidente de la República concentraba todos los poderes. La voluntad presidencial, de facto, estaba por encima de la ley, que tenía que ajustarse para que las decisiones del Presidente siempre quedaran arropadas por el Congreso y por las leyes y la Constitución.
Uno de los atributos más importantes de ese sistema político era precisamente la facultad presidencial para definir a su sucesor.
Aunque se realizaban formalmente elecciones para seleccionar al Presidente de la República entre varios candidatos, era perfectamente sabido que el del PRI las ganaría y ocuparía ese cargo.
De modo que la designación que hacía el Presidente en funciones era equiparable a la definición de su sucesor.
Usualmente, quien sucedía al Presidente de la República provenía de sus círculos más cercanos, mayormente de sus colaboradores del gabinete presidencial.
Pero también era una regla no escrita del sistema político mexicano que, pese a esa cercanía, el Presidente que dejaba el poder tenía que marginarse de la vida pública y darle todo el escenario al nuevo titular del Poder Ejecutivo.
La única ocasión en la que pretendió violarse esa regla, fue cuando al comenzar la década de los 30, Plutarco Elías Calles estableció lo que se denominó “el maximato”, a través del cual, él tenía un poder que estaba por arriba del de los Presidentes. Eso duró hasta que el Presidente Lázaro Cárdenas usó el poder presidencial para expulsarlo del país y terminar de un plumazo con “el maximato”.
El mecanismo de sucesión funcionó en medio de diversas dificultades y tironeos, pero nunca se gestó una crisis política de grandes magnitudes por el hecho de que alguien fuera o no fuera designado… hasta 1987.
La clase política priísta lo reconocía y aceptaba las reglas del juego. En aquel año, Cuauhtémoc Cárdenas, renunció al PRI cuando se le marginó del proceso de definición del candidato presidencial y acabó contendiendo por otras siglas y creando un cisma político en el país, del que muchos años después surgió Morena. Las condiciones política cambiaron y empezó a darse una mayor pluralidad y competencia políticas.
La diversidad social y la insatisfacción con esquemas que muchos consideraban arcaicos condujo al triunfo de Fox en el año 2000, lo que requirió que el Presidente en turno, Ernesto Zedillo, formalmente un priísta, pero realmente un tecnócrata que llegó a la candidatura presidencial tras el asesinato de Luis Donaldo Colosio, aceptara este cambio en las reglas del juego del sistema político mexicano.
En los tiempos del PAN, aunque en algún momento Vicente Fox trató de usar su influencia presidencial para imponer al candidato que disputaría las elecciones del 2006 no tuvo la capacidad para imponerlo y fue Felipe Calderón, quien había abandonado el gabinete de Fox en medio de reprimendas, quien logró hacerse primero con la candidatura del PAN y posteriormente con la presidencia de la República.
Calderón tampoco logró que la candidatura del PAN en el 2018 le correspondiera a las personas más cercanas a su equipo y cayó en Josefina Vázquez Mota.
Sin embargo, para entonces, el priísmo se había recuperado y ganó la presidencia Enrique Peña Nieto. En el 2018, nuevamente operó el sistema sucesorio del priísmo tradicional y el Presidente Peña tomó la decisión de postular a Jose Antonio Meade como candidato del PRI.
Sin embargo, en ese año obtuvo el triunfo Morena, uno de los partidos más jóvenes, y en su tercer intento, antes por el PRD, llegó López Obrador a la presidencia de la República.
Ahora que empieza a dirimirse el proceso de sucesión presidencial para el 2024 todo indica que se regresará a las viejas costumbres del PRI, aunque revestidas de nuevas formas. En el pasado, cuando el Presidente tomaba la decisión de quién sería su sucesor, eran los líderes de los sectores del PRI los que manifestaban su inclinación por esa persona.
Hoy, las cosas probablemente sean diferentes y sea a través de presuntas encuestas que se incline la balanza hacia aquella persona que el Presidente López Obrador considere que tiene los méritos para sucederlo. Por eso la prisa de empezar la competencia desde ahora.
Obviamente ni Andrés Manuel López Obrador ni los integrantes de Morena admiten públicamente que vaya a ser el Presidente quien designe a su sucesor… pero, en privado, todos los aspirantes lo dicen.
Se cerrará el círculo y ahora con otros nombres y otros mecanismos se estará regresando a la tradición priísta que comenzó a principios del siglo pasado.