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¿El nuevo ‘mexican moment’?

Desde el TLC, el país no veía una oportunidad de crecimiento como la que refleja que Tesla se instale en Nuevo León, lo que falta es la decisión correcta en materia de políticas públicas.

(shutterstock)

Para quienes tenemos la edad suficiente, la coyuntura que hoy vive en México, nos recuerda la que tuvimos hace ya varias décadas, cuando comenzaba la vigencia del Tratado de Libre Comercio con Norteamérica en 1994.

Déjeme hacer un poco de historia. El presidente Carlos Salinas de Gortari llegó al gobierno en diciembre de 1988 después de un controvertido proceso electoral. Su proyecto era reformar de manera gradual las instituciones políticas y las reglas económicas de México para propiciar la modernización del país.

El propio Presidente ha contado en diferentes libros y entrevistas que cuando asistió en enero de 1990 al Foro Económico Mundial de Davos, un poco más de un año después de haber asumido la presidencia de la República y ya con una estela de reformas en curso, como la privatización del sistema bancario, se sorprendió de que la atención de los inversionistas del mundo estuviera dirigida fundamentalmente hacia los países de Europa oriental.

En noviembre de 1989 había caído el muro y los procesos de apertura de las naciones excomunistas estaban en curso. Los inversionistas a nivel global solo tenían ojos para este proceso y no le prestaban mayor atención al régimen reformista de México.

Fue en ese contexto que el presidente Salinas de Gortari tomó la decisión de emprender la negociación de un tratado de libre comercio con Estados Unidos y con Canadá. Percibió que si no éramos parte de un bloque comercial suficientemente fuerte, en el nuevo contexto internacional, México no podía hacerle la competencia a la atención que estaba generando la apertura del bloque comunista.

La negociación fue larga y complicada sin embargo a partir del 1 de enero de 1994, México empezó a formar parte de uno de los bloques económicos más relevantes del mundo. Con ello la economía mexicana despegó y tuvimos un fuerte crecimiento de las inversiones y del conjunto de la economía.


El crecimiento del producto interno bruto, tras salir de la crisis de 1995, fue de 6.8 por ciento en 1996 y 1997, 5.2 en 1998, 2.8 en 1999 y 4.8 por ciento en el año 2000. Son tasas que no habíamos visto en mucho tiempo.

Veinte años después de haber entrado en vigor el tratado de libre comercio con Norteamérica, el rostro económico del país resultaba completamente diferente. Los estados y los sectores con una vocación manufacturera o agroindustrial modernizadora se habían convertido en los motores de la economía y no requerían ni de incentivos fiscales ni de diversos estímulos del sector público para crecer, sino que era la demanda externa y la nueva inversión lo que propiciaba el crecimiento.

Ese tratado con Norteamérica le cambió de manera profunda el perfil a la economía mexicana.

Otro momento relevante que prometía tener un impacto equiparable fue el que se inició en el año 2013, cuando el llamado Pacto por México dio lugar a un conjunto de reformas estructurales. Sin embargo la reforma energética, que fue la más importante de las que se realizó, no alcanzó a madurar y el entonces llamado ‘mexican moment’, en realidad no prosperó.

Eso se hizo manifiesto en el lento ritmo de crecimiento del PIB en los primeros años del gobierno de Peña Nieto.

Entre el 2013 y el 2016, el crecimiento promedio anual fue de apenas 2.5 por ciento.

Con la llegada de López Obrador al gobierno federal, lo último en lo que se pensó es que fuera a producirse un nuevo ‘mexican moment’.

Sin embargo, las circunstancias inesperadas en el mundo parecen estarlo propiciando. La pandemia, la guerra entre Rusia y Ucrania, los conflictos comerciales y tecnológicos entre Estados Unidos y China, entre otras cosas, hicieron manifiesto que las localizaciones distantes de las redes productivas del sector manufacturero eran altamente vulnerables.

Por esa razón, una gran cantidad de empresas tomó la determinación de buscar una relocalización cercana a EU, en la medida de lo posible sin pagar los altos costos de establecerse en esa nación.

En ese contexto, México se empezó a convertir en un mercado muy atractivo para invertir, y desde nuestro país, atacar al mercado norteamericano.

Así que, pareciera que, nuevamente nos estamos encontrando ante la oportunidad de generar un crecimiento como no habíamos visto en mucho tiempo.

Sin embargo, esto, desde luego requiere que se tomen decisiones correctas en materia de políticas públicas.

La decisión de Tesla de instalarse en México es un ejemplo de lo que debiera hacerse.

El gobierno del estado de Nuevo León creó las condiciones para que la empresa productora de autos eléctricos encontrara ventajas para instalarse en nuestro país. Y tras un jaleo de última hora, también se encontró con buena disposición por parte del gobierno federal.

Lo que hoy se requiere es que la experiencia que tuvimos en el caso de Tesla pueda replicarse en muchos otros, que aunque no tengan la dimensión que puede tener la empresa en Elon Musk, sumen para generar el impacto suficiente para cambiar el rostro económico en muchos lugares del país.

Como le he comentado en otras columnas, los datos de inversión extranjera directa o de crecimiento de la participación de mercado de las exportaciones mexicanas en EU, aún no muestran un efecto de este proceso de relocalización. Lo más probable es que estemos aún en una fase temprana de ese proceso.

Pero también hay el riesgo de que, si las empresas percibieran que no hay suficientes ventajas como para instalarse en México en lugar de hacerlo en Estados Unidos directamente, se inclinaran por ubicarse en algún estado de la Unión Americana, en donde también se están generando elementos de atracción para las empresas norteamericanas.

Como se ha dicho en diversas ocasiones, aún si México hace muy poco, va a lograr beneficios de este proceso de relocalización.

Pero también existe la posibilidad de que si se logra crear el potencial de atraer a las inversiones foráneas en gran escala, podamos tener un efecto equiparable al que ocurrió después del arranque del TLC con Norteamérica o del que no pudo darse con la aprobación de la reforma energética en el sexenio anterior.

Como en otras ocasiones, serán las decisiones que tomemos en materia de políticas públicas las que determinen si el “Momento Mexicano”, que parece sugerirse con la llegada de Tesla a nuestro país, va a cristalizarse o si se nos va a escurrir de las manos.

Tal vez el gobierno de Andrés Manuel López Obrador nunca pensó que se iba a enfrentar con este dilema, pero bien podría pasar a la historia como un gobierno que permitió un proceso de crecimiento con equidad que no ha visto antes en el país.

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