Estamos viviendo una era en la que más vale que reconozcamos que no entendemos la economía. Los hechos no se están comportando según dicen las teorías, pero no hay nuevas explicaciones que nos den herramientas para interpretar los cambios que estamos viviendo. Y las políticas económicas han tenido que construirse en medio de esta relativa oscuridad.
Quizás los cambios más sorpresivos comenzaron desde la etapa de la pandemia. No estábamos equipados intelectualmente para dimensionar el impacto impresionante del confinamiento más generalizado que hubiera vivido el mundo. Y fallaron todos los pronósticos. Algunos anticipaban un derrumbe de proporciones apocalípticas y otros suponían que muy poco iba a ocurrir.
Erraron unos y otros. Los gobiernos y bancos centrales, sin embargo, no quisieron equivocarse por insuficiencia y prefirieron en todo caso hacerlo por exceso.
Así que canalizaron a la economía cantidades sin precedentes de dinero, sea a través de la emisión introducida a la economía a través de la compra de bonos y demás papeles, o en el caso de los gobiernos, mediante subsidios y transferencias a familias y empresas. Existió entonces el temor de que estas estrategias ocasionaran inflación, pero el riesgo se considero preferible frente a la posibilidad de vivir una nueva gran depresión.
Luego de un retroceso sin precedente en el 2020, vivimos un rebote que poco calcularon en el 2021.
Sin embargo, la temida inflación, no llegó ni con la rapidez ni con la intensidad que se temía y hubo, en la mayoría de los casos, gran lentitud para cambiar las políticas y enfriar la economía, que ya estaba de nueva cuenta caminando con sus propios pies, sin necesidad de ayuda.
Todavía se escuchan los ecos de las declaraciones de muchos banqueros centrales, sobre todo de la Reserva Federal, que decían que la inflación que empezamos a padecer en 2021 era algo de carácter temporal. ¿Para qué frenar una economía que apenas levantaba la cabeza con medidas para disciplinar los gastos? No entendieron lo que pasaba. Y menos aún después de que una nueva sorpresa cambió el mundo cuando el ejército ruso invadió Ucrania, desatando una guerra entre países en Europa por primera ocasión desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Menos aún se dimensionó el impacto que tendría la política de “cero covid” instrumentada por el gobierno chino, que afectó profundamente la cadena de suministro a nivel global, encareciendo y entorpeciendo el comercio en el mundo.
Otro fenómeno que no se vio venir fue la escasez de semiconductores derivada de la demanda extraordinaria que se produjo por nuestro cambio de estilo de vida, que usó intensivamente teléfonos móviles, tabletas, computadoras y demás. Este hecho afectó a muchas industrias, especialmente las asociadas al automóvil.
Otro cambio inesperado se presentó en el mundo del trabajo. El hábito del trabajo a distancia; la disrupción de las cadenas de suministro; un cambio de valoración de la vida personal; un disparo de la productividad y los enormes subsidios que se recibieron en algunos países produjeron una reticencia a regresar a los trabajos tradicionales en diversos países. Así se produjo una gran escasez de mano de obra en todos los niveles mundialmente, que persiste en la actualidad y que bajó a niveles históricos las tasas de desempleo.
Demasiados cambios, y dejamos muchos sin mencionar, para que puedan ser entendidos y procesados por las teorías convencionales. Pero, hay que apoyarse en algo para poder tomar decisiones. Y gobierno y bancos centrales están teniendo que hacerlo desde las perspectivas de sus visiones usuales.
Así que, ya con la peor inflación en medio siglo, la Reserva Federal decidió iniciar el camino alcista de las tasas de interés. El problema es que alza tras alza no se logró frenar el paso de la economía. Y, la inflación, si bien mostró una tendencia a la baja, se mantuvo en niveles considerablemente elevados.
Y apenas hace unas cuantas semanas, con la quiebra del Silicon Valley Bank (SVP) se hizo manifiesto que existía el riesgo de propiciar inestabilidad financiera, en caso de producirse más quiebras.
Resulta claro que nos enfrentamos a circunstancias tan singulares, que hay que ser modestos y considerar que en realidad entendemos todavía muy poco de lo que está ocurriendo con la economía del mundo.
Los dilemas, sin embargo, aparecen cuando deben tomarse decisiones, pues no podemos esperar a entender plenamente lo que ocurre para poner en práctica políticas públicas que le puedan hacer frente a las nuevas circunstancias.
En un país como México los dilemas se amplifican. Nos enfrentamos al hecho de que la economía mexicana es altamente dependiente de lo que sucede en los Estados Unidos.
Pero también reparamos en que los grandes trastornos a nivel global nos están beneficiando pues muchas empresas que en décadas pasadas se asentaron en China tomaron la decisión de que es demasiado riesgoso seguir ubicadas en un lugar tan distante y sujeto a contingencias, que además está envuelto en un conflicto comercial con Estados Unidos.
En otras palabras, pagamos el costo de nuestra cercanía con Estados Unidos al elevar las tasas de interés al paso que marca la Reserva Federal —o aún con más celeridad— pero al mismo tiempo nos beneficiamos del proceso de relocalización de las manufacturas a nivel global que ha llevado, por ejemplo, a inversiones tan significativas como la anunciada por Tesla.
Hay etapas en las que el mundo económico es relativamente fácil de comprender pues los cambios ocurren con lentitud y las relaciones causales entre las principales variables se pueden analizar y descifrar.
Hoy, por lo menos para Estados Unidos y para México, esos tiempos se acabaron. El funcionamiento de la economía se ha vuelto mucho más complejo y cambiante. Pero, si además agregamos a este cuadro los nuevos comportamientos políticos, pareciera a veces que nos enfrentamos a un completo acertijo.
No sabemos a ciencia cierta qué es lo que vaya a pasar en las elecciones del 2024 en México y Estados Unidos, aunque sí sabemos que las tendencias proteccionistas y nacionalistas, que dieron lugar a un gobierno como el de Trump en EU o el de AMLO en México, no han desaparecido y podrían hacerse presentes de nueva cuenta el próximo año.
Eso podría tener implicaciones económicas profundas. Quizás es tiempo de que reconozcamos que es poco lo que podemos entender y vayamos, pragmáticamente, tomando decisiones que vayan ajustándose a las circunstancias.
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