Una tarde de primavera, dos hombres y una mujer entraron al lujoso casino Ritz Club en Londres. En la trastienda del casino, los agentes de seguridad registraron su entrada en el circuito cerrado de televisión.
Los agentes prestaron especial atención a uno de los tres, su aparente líder. Niko Tosa, un croata con lentes, escudriñaba la sala de juego, atento como un halcón. Había visitado el Ritz seis veces durante las dos semanas previas, asombrando al personal con su habilidad para la ruleta y embolsándose varios miles de libras cada vez. Un gerente declararía luego que Tosa era el jugador más exitoso que había visto en 25 años en el trabajo. Nadie tenía idea de cómo lo hacía Tosa. El casino había inspeccionado una ruleta en la que había jugado en busca de signos de manipulación y no encontró nada.
Aquella noche del 15 de marzo de 2004, el croata parecía estar buscando algo. Después de unos minutos, se instaló en una mesa de ruleta en el salón Carmen, apartado de la zona principal de juegos. Estaba flanqueado por sus compañeros: un empresario serbio y una mujer húngara. Al final de la mesa, la ruleta giraba en silencio, iluminada por un candelabro. El trío compró fichas y comenzó a apostar.
El Ritz, como los mejores casinos de Londres, era solo para miembros y atraía una mezcla ecléctica de dinero antiguo, dinero nuevo y dinero de origen dudoso.
La realeza británica era parte de la clientela, al igual que las herederas saudíes, los magnates de los fondos de cobertura y el actor Johnny Depp. Un diplomático griego se concentraba tanto en el juego que se negaba a levantarse de su asiento para ir al baño y orinaba en una jarra, según contaba la leyenda.
Pero la forma en que Tosa y sus amigos jugaban a la ruleta era singular incluso para el Ritz. Esperaban hasta seis o siete segundos después de que el crupier lanzara la bola, cuando el traqueteo del plástico sobre la madera comenzaba a disminuir, luego colocaban sus fichas antes de que se cerraran las apuestas, cubriendo hasta 15 números a la vez. Se movían tan rápida y armoniosamente que era “como si alguien hubiera dado un pistoletazo de salida”, dijo un subgerente a los investigadores después. La ruleta era un modelo europeo estándar: 37 casillas numeradas en rojo y negro en una secuencia aleatoria (32, 15, 19, 4 y así sucesivamente) con un solo cero verde. El trío prefería un área del tapete reservada para apuestas especiales que cubren segmentos de la ruleta. Allí, los jugadores pueden elegir secciones llamadas huérfanos o tercios. Tosa y sus socios preferían las apuestas “en vecinos”, que consistían en un número más los dos vecinos de cada lado, cinco casillas en total.
El trío no acertaba el número correcto en cada giro, pero sí la mayoría de las veces, en rachas que desafiaban la lógica: ocho veces al hilo, o diez o trece. Incluso con una docena de fichas en la mesa a un costo total de mil 200 libras, el pago de 35:1 significaba que podían más que duplicar su dinero. El personal de seguridad observó con nerviosismo cómo su pila de fichas crecía cada vez más. Tosa y el serbio, que hacían la mayor parte de las apuestas mientras su compañera pedía bebidas, habían comenzado con 30 mil y 60 mil libras en fichas, respectivamente, y en poco tiempo ambos habían superado las seis cifras. Luego comenzaron a aumentar sus apuestas, arriesgando hasta 15 mil libras en una sola tirada.
Era casi como si pudieran ver el futuro. No reaccionaban al perder o ganar; simplemente seguían apostando. En una ocasión, el serbio colocó 10 mil libras en fichas y miró hacia otro lado distraídamente mientras la bola rebotaba en las casillas. Ni siquiera estaba mirando cuando aterrizó y perdió, ya caminaba en dirección al bar.
No era la cantidad de dinero en juego lo que inquietaba al equipo de seguridad del Ritz. Los clientes habitualmente ganaban varios millones de libras en una noche y se marchaban con bolsos de diseñador repletos de efectivo. Era la forma en que estos tres ganaban: constantemente, durante cientos de rondas. “Es prácticamente imposible predecir el número que saldrá”, escribió una vez Stephen Hawking sobre la ruleta. “De lo contrario, los físicos harían una fortuna en los casinos”. El juego fue diseñado para ser aleatorio; caos representado en un elegante movimiento circular.
Aun así, los jugadores han ideado elaborados sistemas matemáticos para vencerlo, como las estrategias Oscar’s Grind y D’Alembert. También métodos simples, como apostar al negro y luego doblar en cada pérdida hasta que ganes. A los propietarios de casinos les encantan estas estrategias porque no funcionan. La casilla verde con el cero (en las ruletas americanas hay una casilla adicional con un doble cero) significa que incluso las apuestas con probabilidades más altas, al rojo o al negro, por ejemplo, tienen poco menos de la mitad de posibilidades de éxito. Todos pierden a la larga.
Salvo Niko Tosa y sus amigos. Cuando el croata salió del casino en la madrugada del 16 de marzo, había convertido 30 mil libras en fichas en un cheque de 310 mil libras. A su socio serbio le fue mejor, ganó 684 mil con sus 60 mil libras iniciales. Pidió medio millón en dos cheques y el resto en efectivo. El grupo recogió en total, sesiones anteriores incluidas, cerca de 1.3 millones de libras. Y Tosa no había terminado, les dijo a los empleados del casino que planeaba regresar al día siguiente.
Una semana más tarde, después de que los eventos en el Ritz ya eran del conocimiento de la policía, abogados e ingenieros de ruleta, la prensa británica se enteró de la épica suerte de Tosa.
The Mirror informó que una banda no identificada había asaltado el casino con una “estafa láser”, emparejando un dispositivo oculto en un teléfono móvil con una microcomputadora para lograr lo imposible.
Era una teoría tan buena como cualquier otra. Pero los observadores más cercanos no estaban tan seguros, y el caso siguió siendo un misterio incluso para los expertos en casinos casi dos décadas después. “Todavía perdemos el sueño por eso”, me dijo un ejecutivo.
Pasé seis meses investigando el mundo clandestino de los jugadores profesionales de ruleta para descubrir quién es Tosa y cómo venció al sistema. La búsqueda me llevó a lo más profundo de una guerra secreta entre aquellos que se ganan la vida apostando en la ruleta y aquellos que intentan detenerlos, y finalmente a un encuentro con el mismo Tosa. La prensa británica se equivocó bastante en sus informes sobre lo que sucedió la noche del 15 de marzo de 2004. No hubo ningún láser. Pero los periódicos tenían razón en una cosa: es posible ganarle a la ruleta.
John Wootten acababa de terminar su primer día como jefe de seguridad en el Ritz cuando recibió una llamada de un colega sobre una actividad inusual en las mesas de ruleta. Estaba en un pub del West End tomando una cerveza con amigos, celebrando su nuevo trabajo, cuando al teléfono le dijeron que el casino perdía dinero rápidamente, ¿qué debían hacer? “Consigue los nombres de los jugadores y vuelve a llamarme”, ordenó Wotten.
Pronto tuvo la información: uno de los jugadores era Niko Tosa; los otros eran Nenad Marjanovic (serbio, aunque usaba un antiguo pasaporte yugoslavo) y Livia Pilisi (de Hungría). Wootten nunca había oído hablar de ellos, pero ordenó al personal que interrumpiera sus apuestas y se dirigió al Ritz. Cuando llegó, los misteriosos jugadores se habían ido.
Al día siguiente, Wootten llegó temprano para investigar. No encontró ninguna señal evidente de que la ruleta o la mesa hubieran sido manipuladas. Al ver las imágenes de las cámaras de seguridad, notó que Tosa y Marjanovic se levantaban de súbito para hacer sus apuestas unos segundos después de cada giro. Deben haber estado usando algún tipo de computadora, pensó.
La ruleta asistida por computadora nació en la década de 1960, hija de académicos rebeldes en las universidades estadounidenses de élite. Si los científicos armados con microprocesadores podían predecir el movimiento de las estrellas y los planetas, ¿por qué no la ruleta? Era una cuestión de física. Edward Thorp, un matemático y pionero del juego, hizo el primer intento serio, junto con Claude Shannon, el profesor del MIT que más o menos inventó la teoría de la información. Desde su punto de vista, la ruleta no era totalmente aleatoria. Era un objeto esférico que recorría una trayectoria circular, sujeto a los efectos de la gravedad, la fricción, la resistencia del aire y la fuerza centrípeta. Una ecuación podría darles sentido.
Sin embargo, el modelo se volvía más difícil una vez que la bola se movía desde el borde exterior hasta el rotor central giratorio, rebotando en los listones de metal y los divisores de las casillas numeradas, una segunda fase caótica que, según el consenso científico, alteraría cualquier predicción. Thorp y Shannon descubrieron, sin embargo, que cronometrando la velocidad de la bola y el rotor, podían calcular el destino probable de la bola. Hubo errores, pero Thorp estaba encantado de descubrir que sus predicciones normalmente estaban equivocadas por unas cuantas casillas.
Para probar su ecuación, los dos matemáticos construyeron y programaron la primera computadora portátil del mundo, un dispositivo del tamaño de una caja de cerillos conectado a un cronómetro escondido dentro de un zapato. Una vez que Thorp había calibrado el dispositivo para ajustarse a la dinámica de una ruleta específica, todo lo que tenía que hacer era tocar dos veces con el pie para obtener lecturas de velocidad. El sistema funcionó, al menos en un entorno de laboratorio, porque el cableado falló cuando lo probaron en un casino.
Una década más tarde, J. Doyne Farmer, estudiante de física de la Universidad de California en Santa Cruz, tomó la estafeta. Farmer soñaba con crear una comunidad utópica de inventores financiada con las ganancias del juego. Él y sus socios llamaron a su iniciativa Eudaemonic Enterprises, en honor al término aristotélico que remite a la sensación de satisfacción de una vida bien vivida. Al igual que Thorp antes que él, Farmer descubrió que la ruleta era más predecible de lo que nadie imaginaba, y también que lograr que la ciencia funcionara en medio del sudor y el ruido de un casino real era casi imposible. Su dispositivo usaba un timbre oculto que le decía al usuario en cuál de las ocho secciones u “octantes” probablemente caería la bola. En las pruebas de campo en los casinos de Lake Tahoe y Las Vegas, la computadora se cortocircuitó o se sobrecalentó. Los Eudaemons desperdiciaron varios años y miles de dólares antes de abandonar el proyecto a principios de los años ochenta. Uno de ellos publicó un libro sobre sus aventuras llamado The Eudaemonic Pie. Al final, concluía el libro, la eudemonía no era una meta a alcanzar, sino un viaje.
Wootten había leído The Eudaemonic Pie y sabía cuánto habían avanzado las computadoras desde su publicación. Al analizar el método de Tosa un día después de que este ganara a lo grande en el Ritz, concluyó que la pausa de seis segundos antes de que el croata colocara sus apuestas era tiempo suficiente para cronometrar las rotaciones de la bola y la ruleta y hacer que una computadora produjera un pronóstico. Decidió llamar a la policía.
Tosa, Marjanovic y Pilisi regresaron al Ritz a las 10 de la noche, como prometieron. Esta vez fueron conducidos a una habitación privada donde los esperaba la Policía Metropolitana de Londres. Un oficial les informó cortésmente que estaban bajo arresto bajo sospecha de “engaño” y los condujo a una comisaría cercana. Cuando los jugadores no escuchaban, Wootten solicitó a la policía revisar sus zapatos y ropa en busca de dispositivos ocultos.
Tosa y sus compañeros reaccionaron al arresto con la misma calma surrealista que habían mostrado en la ruleta. En la comisaría, fueron entrevistados por separado a través de un intérprete. Tosa se negó a responder preguntas. Marjanovic fue más comunicativo, afirmó ser un jugador profesional con tanta habilidad en la ruleta que podía ganar el 70 por ciento de las veces. Solo la “automoderación” limitaba sus ganancias, dijo. Ambos negaron usar algún tipo de computadora.
Pilisi, quien parecía estar involucrada sentimentalmente con Marjanovic, fue vaga sobre cómo conoció a Tosa y dijo que sabía poco sobre las apuestas de su pareja. Un detective le mostró imágenes de Marjanovic apostando en el Ritz. “Ese es tu novio ganando medio millón de libras”, dijo, señalando la pantalla. “Es como ganar la lotería. No muestras ninguna emoción”. Pilisi se encogió de hombros y solo dijo “¿Y?”.
La policía había incautado cuatro teléfonos celulares y un dispositivo tipo PalmPilot para analizarlos. Al registrar sus habitaciones de hotel, los oficiales encontraron varios cientos de miles de libras y una lista de casinos marcados con palomitas, taches, y signos de más y menos. El detective le dijo a Wootten que, dadas las sumas en cuestión, la división de lavado de dinero de la Policía Metropolitana se haría cargo. Mientras tanto, se autorizó al Ritz a detener el pago de los cheques de Tosa y Marjanovic, para que no pudieran tomar el dinero del casino y huir.
Más tarde esa misma noche, en libertad bajo fianza, Tosa, Marjanovic y Pilisi se detuvieron frente al casino y tuvieron una conversación breve y extraña con un portero que luego se lo informó a sus superiores. Tosa le dijo al portero en un inglés con acento balcánico que los dueños del Ritz eran malas personas que buscaban una excusa para no pagar. Él y sus compañeros iban a demandar para recuperar su dinero, advirtió.
Unos seis meses después, un Mercedes-Benz se detuvo frente al casino Colony Club, no lejos del Ritz, y descendieron dos hombres que dijeron que podían demostrar que era posible ganar en la ruleta sin hacer trampa.
La investigación policial se había estancado. A pesar de numerosas búsquedas, no encontraron auriculares, cableado ni cronómetros. Los especialistas informáticos de la policía habían encontrado pruebas de que se habían borrado los datos de los teléfonos móviles incautados, pero ninguna señal de software para jugar a la ruleta.
Tosa y los otros sospechosos ya habían contratado abogado y se negaban a responder más preguntas. En cambio, sugirió su abogado, la policía debería ver una demostración sobre cómo alguien puede vencer a la ruleta sin recurrir al fraude. Un ejecutivo del Colony Club accedió a ser el anfitrión e invitó a los jefes de seguridad de todos los casinos del West End de Londres.
Tosa no participaría; el abogado presentó en su lugar a un croata llamado Ratomir Jovanovic para que hiciera la demostración junto a su compañero de juego libanés, Youssef Fadel. Los dos habían ganado aproximadamente 380 mil libras jugando a la ruleta en varios sitios de Londres al mismo tiempo que Tosa, utilizando el mismo estilo distintivo de apuestas tardías. La policía ya sospechaba, aunque no pudo probarlo, que Jovanovic era parte de un grupo de apostadores dirigido por Tosa. La presencia de Jovanovic en la demostración pareció confirmar su teoría.
Cuando Jovanovic y Fadel llegaron al Colony, los condujeron a un salón privado donde los aguardaba no solo la policía, como esperaban, sino también media docena de jefes de seguridad de casinos. La mayoría eran exsoldados como Wootten, algunos tenían cicatrices visibles y todos parecían hostiles. La sonrisa de Fadel se desvaneció. Jovanovic trató de salir corriendo, pero uno de los muchachos del casino cerró la puerta de una patada con el talón. “No vas a ninguna parte”, dijo, según varios asistentes.
Wootten observó, cautivado, cómo Jovanovic tomaba su lugar junto a una mesa de ruleta. El método del croata era reconocible por las imágenes de Tosa en el Ritz: la pausa, la apuesta, la distribución de fichas. Al igual que Tosa, utilizó el área de la mesa reservada para apostar en secciones de la ruleta, donde podía cubrir cinco casillas adyacentes con una sola ficha en la sección de “vecinos”. Pero Jovanovic no pudo acertar nada. Un ejecutivo de casino se desesperó y dijo que perdían el tiempo. El croata culpó a las malas vibras del salón de trastocar sus instintos. “Tenemos corazón para la ruleta y lo hemos perdido”, dijo. Wootten no se convenció. ¿Cómo podría ser esto más estresante que apostar en vivo con dinero real?
El detective intervino para explicar que todos sospechaban que los jugadores usaban una computadora oculta. “No hacemos eso, podemos jugar desnudos”, afirmó Jovanovic. Ante esto, uno de los representantes de casinos agarró la chaqueta del croata como para desnudarlo. “¡Adelante, entonces!”. El detective había visto suficiente y terminó la demostración antes de que las cosas se pusieran feas. Acompañó a los jugadores a la salida.
A los ojos de la policía, Tosa y su pandilla no eran inocentes. Tenían grandes sumas de dinero en efectivo, teléfonos celulares desechables y pasaportes que mostraban viajes a Angola y Kazajstán. Sin embargo, ¿cuál era exactamente su crimen? Incluso si se pudiera probar que habían usado una computadora, la respuesta no habría sido clara. Nevada había prohibido el uso de dispositivos electrónicos en los casinos en la década de 1980, pero el Reino Unido no tenía tal prohibición. La legislación británica en materia de juegos y apuestas, que data de 1845, se creó para evitar que los nobles despilfarraran la fortuna familiar en los clubes del West End, no mencionaba las computadoras.
Poco después de la demostración en el Colony, la policía llamó a Wootten para notificarle que no presentarían cargos contra Tosa, Marjanovic o Pilisi, ni continuarían con la investigación de Jovanovic y Fadel. Los detectives no encontraron ninguna evidencia de deshonestidad o trampa, ni pudieron establecer un vínculo definitivo entre los dos grupos.
Wootten estaba pasmado. ¿Había alguna forma legal de impedir que Tosa y los demás cobraran sus ganancias? preguntó. No, dijo el oficial. No había otra opción, el Ritz tenía que pagar.
Wootten estaba decidido a no dejar morir el asunto, y no fue el único. Mike Barnett, amigo de Wootten y consultor de seguridad de casinos, había estado ayudando al Ritz y a la Policía Metropolitana a comprender cómo funcionaba la predicción de la ruleta. Barnett había volado desde Australia durante la investigación de Tosa, trayendo consigo sus propios cronómetros de ruleta y software predictivo. Aunque no podía asegurar que Tosa usó computadoras, era una oportunidad para convencer a los escépticos de que la predicción de la ruleta no era un mito.
En presentaciones que Barnett hizo ante representantes de los principales grupos de casinos del Reino Unido y ante el órgano regulador nacional, la Comisión de Juegos de Azar, invitó al público a intentar usar un contador manual para cronometrar imágenes de video de una ruleta y una bola en movimiento con la precisión suficiente para que el programa informático hiciera su magia. La mayoría pudo, y una vez que lo habían hecho ellos mismos, parte del misterio se desvanecía. “Para ganar dinero en la ruleta, todo lo que necesitas hacer es descartar dos números”, decía Barnett. Con dos números descartados, las probabilidades mejoraban ligeramente, incluso ante la pequeña ventaja de la casa.
La Comisión de Juegos ordenó a un laboratorio gubernamental probar el sistema de Barnett. El laboratorio confirmó su tesis: las computadoras de ruleta funcionaron, siempre que se dieran ciertas condiciones.
Esas condiciones son, en efecto, imperfecciones de un tipo u otro. En una ruleta perfecta, la bola siempre cae de forma aleatoria. Pero con el tiempo, las ruletas desarrollan defectos que se convierten en patrones. Una ruleta que esté ligeramente inclinada puede desarrollar lo que Barnett llamó una “zona de caída”. Cuando la inclinación obliga a la bola a subir una pendiente, la bola se desacelera y cae desde el borde exterior en el mismo lugar en casi todos los giros. Algo similar puede ocurrir con el equipo desgastado por el uso repetido, o si la crema para manos de un crupier ha dejado residuos, o por una cantidad infinita de otras razones. Una zona de caída es el talón de Aquiles de la ruleta. Esa brizna de previsibilidad es suficiente para que el software supere los rebotes aleatorios que ocurren después de la caída. La investigación de la Comisión sobre el dispositivo de Barnett lo confirmó.
El informe del gobierno validó una idea que muchos creían descabellada. Y también daba recomendaciones a los casinos: ruletas menos profundas; separadores metálicos bajos y lisos entre las casillas numeradas; o evitarlos en absoluto, solo ranuras festoneadas para que la bola se asiente. Estas características de diseño aumentaron el tiempo que una bola pasaba en la segunda fase de su órbita, que es más difícil de predecir, saltando alrededor de las casillas de una manera tan caótica que incluso una supercomputadora no podía determinar hacia dónde se dirigía.
Lo más importante, las ruletas tenían que nivelarse con una precisión extraordinaria. Una comprobación rápida ya no era suficiente. Un minúsculo desnivel podía hacer que la bola terminara en la zona de caída de Barnett. Los casinos de Londres fueron de los primeros en ordenar nuevos equipos para cumplir con las especificaciones. El Ritz cambió todas sus ruletas en unos meses, y la voz se corrió deprisa.
A medida que la industria del juego comenzó a tomarse la amenaza más en serio, se desarrollaron ruletas con sensores láser e inclinómetros incorporados para detectar incluso la mínima inclinación. Las apuestas ganaron popularidad conforme los juegos de azar migraban a Internet y millones de personas en todo el mundo comenzaron a apostar en transmisiones en vivo desde sus computadoras o teléfonos celulares.
Y también allí se buscaron métodos de predicción. De acuerdo con Barnett, hay una nueva generación de jugadores de ruleta en línea que ya no necesitan interruptores operados por humanos para cronometrar la bola y la ruleta. En cambio, usan un software que escanea la transmisión de video y cronometra solo, todo desde una computadora en casa sin guardias de seguridad. Las casas de apuestas están contraatacando con innovaciones como la tecnología de velocidad aleatoria del rotor, la cual emplea software para desacelerar algorítmicamente la ruleta de manera diferente en cada giro.
Hay una forma infalible en que los casinos pueden combatir la predicción: decir “no más apuestas” antes de que la bola esté en movimiento. Pero no la implementarán, pues reduciría las ganancias al limitar la cantidad de apuestas y disuadiría a los jugadores ocasionales. En su lugar, la industria parece dispuesta a pagar un costo a los pocos que conocen el secreto, mientras intenta eliminar las fallas que hacen que el juego sea vulnerable. Entra a un casino en cualquier parte del mundo, mira la profundidad de las casillas, la altura de la cabeza de la rueda, la curvatura del cuenco, y podrás ver cómo Tosa y otros de su estirpe han rediseñado la ruleta.
John Wootten nunca olvidó a Niko Tosa. Una parte de él admiraba al croata, que estaba muy por encima de los sórdidos tramposos de casino con los que estaba acostumbrado a tratar. En todo caso, Tosa impulsó la carrera de Wootten, quien viajó por el mundo para hablar sobre el caso Ritz, en conferencias en Macao, Las Vegas y Tasmania. De vez en cuando Wootten recibía noticias del paradero de Tosa.
Con el paso de los años, Tosa adoptó diferentes nombres con sus respectivas identificaciones falsas, y cambió a sus compañeros de juego.
Pero la mirada penetrante, la nariz larga y aguileña, eran inconfundibles. Apareció en un casino rumano en 2010, captado por una cámara de seguridad con la mano metida en el bolsillo del pantalón. Fue visto de nuevo en Londres, tratando de entrar en un club con una peluca gris poco convincente. Luego Polonia y Eslovaquia.
En 2013, el furioso propietario de un casino en Nairobi contactó a Wootten para hablarle de un croata que había ganado 5 millones de chelines kenianos (57 mil dólares) jugando a la ruleta. El jugador observaba la ruleta durante unos segundos y luego hacía apuestas “en vecinos”. Al cuestionarlo, actuó como si estuviera “esperando una confrontación”, escribió el propietario del casino en un correo electrónico. ¿Podría ser el mismo croata que visitó el Ritz casi una década antes?
Cuando Wootten confirmó que se trataba del mismo hombre, el dueño del casino movió sus contactos para que Tosa fuera arrestado en Kenia. Wootten le deseó suerte y tomó el incidente como una señal de que las medidas defensivas de la industria estaban funcionando. Tosa debía estar desesperado, viajando hasta África para encontrar ruletas vulnerables.
Wootten se jubiló en 2020, después de que el Ritz cerrara sus puertas de forma permanente durante la pandemia de Covid-19. A lo largo de los años había reunido un gabinete lleno de dispositivos cada vez más ingeniosos: PalmPilots, teléfonos móviles reprogramados, auriculares, botones en miniatura y cámaras. Conocía a un jugador que había escondido un cronómetro de ruleta en su boca y había oído rumores de otro que había tratado de incrustar quirúrgicamente un microprocesador en su cuero cabelludo.
Sin embargo, nadie había atrapado a Tosa ni siquiera con una memoria USB. ¿Podría ser que el hombre que había contribuido más que nadie a encender la alarma sobre la ruleta computarizada en realidad no había usado una?
Wootten sabía, también, que algunos de los primeros pioneros del campo habían observado un fenómeno curioso. Después de usar la tecnología predictiva miles de veces, desarrollaron una intuición de dónde caería la pelota, incluso sin la computadora. “Es parecido al deporte, en algún momento todo encaja, miras la ruleta y simplemente lo sabes”, dijo en una entrevista Mark Billings, jugador y autor de Follow the Bouncing Ball: Silicon vs Roulette. Los casinos lo llaman reloj “cerebral”. Todo lo que se necesita es una zona de caída y una mente potente y bien entrenada.
Wootten y Barnett debaten el asunto hasta el día de hoy. La ruleta computarizada era una buena explicación para el personal del casino, que no quería pensar demasiado en la mala calidad de sus ruletas, y para Wootten, que quería demostrar su teoría a todos los ejecutivos que se habían reído de él. Pero cuando hablé con Barnett, argumentó que la ruleta del Ritz era tan vieja y predecible que Tosa no habría necesitado una computadora para vencerla. “Hasta un ciego le hubiera ganado a esa ruleta”, dijo.
En aquel entonces, él también había querido creer. “Quería entrar en Scotland Yard en mi caballo blanco y exponer el modus operandi”, recordó. “El problema era que no había la más mínima evidencia”.
Sin eso, dijo Barnett, solo quedaba una cosa por hacer: “La única forma en que realmente lo sabremos es si hablas con Niko”.
Supuse que sería difícil localizar a Niko Tosa, quien siempre ha procurado no ser encontrado. Efectivamente, no había ningún rastro de él en registros inmobiliarios o corporativos, ni en las noticias o las redes sociales. Me las ingenié para conseguir una lista de sus compañeros de juego y partí de allí, pero todos eran caminos sin salida.
Los socios comerciales de sus compañeros del Ritz, Pilisi y Marjanovic, ignoraron las llamadas y los correos electrónicos y bloquearon mi número cuando envié mensajes de texto. Encontré a un empresario serbio que parecía conocerlos a ambos, pero dijo que había perdido el contacto hace años y que él mismo estaba tratando de localizarlos.
Finalmente, me di cuenta de que las diferentes direcciones que Tosa había dado a los casinos a lo largo de los años se concentraban en el mismo tramo de la costa croata, al sur de Dubrovnik.
Eran pequeños pueblos en su mayoría. Esperaba que alguien hubiera oído hablar de él, así que envié a un colega a preguntar. Tras varios fracasos, encontró a un vecino y le mostró la fotografía de Tosa. Tiene una residencia cerca, dijo el vecino, justo al final de la calle de la tienda local. Búscalo allí.
Mi colega encontró a Tosa afuera de la casa, arreglando un vehículo. Fue amable, aunque dijo que no hablaba con periodistas. Le dio un número de teléfono, pero no contestó las numerosas veces que llamé.
En noviembre, volé a Dubrovnik, la pintoresca ciudad medieval que fue una de las locaciones de Juego de Tronos. El día que llegué, una tormenta desde el Adriático dejó una fuerte lluvia y mandó a sus hoteles a los pocos turistas que había. La residencia de Tosa estaba a una hora en coche por una sinuosa carretera costera. No había nadie en casa, así que puse una nota en una carpeta de plástico para protegerla de la lluvia y la deslicé debajo de la puerta.
El único café de la ciudad estaba abierto y lleno de lugareños fumadores. Era un lugar sin pretensiones decorado con carteles de El Padrino. Pedí un café y entablé conversación con el barman. ¿Sabía que el que acaso fuera el jugador de ruleta más exitoso del mundo vivía al lado? No, dijo. Él no apostaba, creía que era una buena manera de perder dinero.
Le mostré una foto de Tosa. Dijo que no reconocía al hombre, aunque tenía curiosidad por saber cómo había encontrado la foto. Después de un rato, dejé una propina, me despedí y me alejé, derrotado, en dirección a mi auto. El barman salió corriendo bajo el aguacero. “Acabo de llamarlo”, dijo. “Él es un buen amigo, quería consultar con él primero. Está en Dubrovnik”. Tosa me llamó unas horas más tarde y acordamos vernos en un restaurante de pescado en el antiguo puerto.
En persona era más alto y más parecido a un pájaro de lo que esperaba. Me vio afuera en la calle y me abrazó torpemente bajo su paraguas. Ya dentro, me presentó a un amigo y un pariente más joven que hablaban bien inglés y traducían cuando era necesario. Niko Tosa, explicaron, no era su verdadero nombre. Accedí a no publicar su nombre real, porque decían que tenía enemigos menos indulgentes que John Wootten.
Tosa fue a veces enigmático, jovial, irritable, paranoico, franco. También generoso: insistió en comprar una ronda de whiskies de malta. Admitió fácilmente que jugaba a la ruleta usando documentos de identidad falsos y que se disfrazaba con una peluca y una barba falsa. “¿Qué tiene de malo?” preguntó. No tuvo ningún problema en referirse a algunos de sus antiguos compañeros de juego como delincuentes. Uno de ellos había sido asesinado a tiros en Belgrado en 2018, en una disputa entre la mafia balcánica.
Pero insistió en que nunca había usado una computadora en la ruleta. La idea era como algo de James Bond, dijo entre risas, y agregó: “Somos campesinos”. Cuando lo presioné sobre las computadoras, levantó las manos exasperado y comenzó a discutir con su amigo. ¿Está enojado?, le pregunté. “No, así es como habla”, respondió el amigo. “Está preguntando cómo puede hacerte entender”.
Empecé a sospechar que Tosa había accedido a hablar conmigo para aclarar ese tema. Entre copas de vino blanco y platos de calamares, exclamó: “¡Puedes llamarme Nikola Tesla si tengo un dispositivo así!”.
Entonces, ¿cómo lo hizo? Con práctica, me contestó. Me mostraron un video de una brillante ruleta que Tosa tenía en casa para entrenar su cerebro.
¿Cómo había aprendido? Un amigo le enseñó: Ratomir Jovanovic, el croata que había dado la desastrosa demostración en el Colony Club. La Policía de Londres tenía razón en que los dos estaban trabajando juntos.
El estado de la ruleta es vital, dijo Tosa. Por eso había buscado una mesa en particular en el Ritz, había jugado en esa ruleta lo suficiente como para confirmar que podía vencerla.
Había sido capaz de identificarla a simple vista incluso después de que el casino la moviera al salón Carmen.
Creo que le creí cuando dijo que no usaba una computadora. Más tarde, para comprobar mi cordura, me puse en contacto con Doyne Farmer, el físico cuyas proezas en la predicción de la ruleta se relatan en The Eudaemonic Pie.
“Creo que es concebible que alguien pueda hacer lo que hacemos sin una computadora, siempre que la ruleta esté inclinada y el rotor no se mueva demasiado rápido”, dijo Farmer, quien ahora es profesor en la Universidad de Oxford. Comparó el reloj cerebral con el talento musical, sugiriendo que podía activar partes similares del cerebro, aquellas dedicadas al sonido y al ritmo.
Por otra parte, si Tosa hubiera escondido un pequeño dispositivo, no creo que me lo hubiera confesado. Me parecía una vida incómoda, viajar por el mundo en busca de casinos donde no lo reconocieran, esperando a que los equipos de seguridad se dieran cuenta de que era demasiado bueno. Tosa contó que los esbirros de los casinos lo habían golpeado más de una vez. Compartiendo el pan en Dubrovnik, le pregunté si alguna vez se sintió perseguido. Parecía desconcertado por la pregunta. “¿Por qué razón?” Los casinos eran la presa; él era el cazador.
Su pariente dijo que podía recordar el día, años atrás, en que Tosa apareció con un Ferrari. Su ciudad natal al pie de los Alpes Dináricos no es rica para los estándares croatas, aunque Tosa es de una familia prominente.
Él parecía compartir rasgos que he visto en otros jugadores profesionales: una aversión a la rutina de nueve a cinco y la necesidad de vivir en sus propios términos, sin importar los riesgos.
En última instancia, lo que lo diferenció de otros predictores de la ruleta fue su voluntad de ir a lo grande. La mayoría de los jugadores solo se atreven a ganar unos cuantos miles de dólares a la vez, por temor a ser descubiertos. “Como ardillas”, dijo Tosa con desdén. Si no lo hubieran arrestado en el Ritz, afirmó, habría regresado la noche siguiente y ganado 10 millones de libras. Al casino le salió barato.
Hacia el final de nuestro encuentro, Tosa preguntó cuándo se publicaría mi reportaje. ¿Por qué quería saber? Estaba planeando su próximo viaje internacional, dijo sonriendo. No quería que yo arruinara su identidad falsa.
Con la colaboración de Vladimir Otasevic, Daryna Krasnolutska, Peter Laca y Misha Savic
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