Casi con entera seguridad, México tendrá por primera vez una presidenta de la República a partir del primero de octubre de 2024.
Quienes serán las candidatas de las dos principales fuerzas políticas del país, Claudia Sheinbaum, por Morena y sus aliados, y Xóchitl Gálvez, por parte del Frente Amplio Opositor, alguna de ellas dos, ocupará la presidencia de la República, que será encabezada por una mujer por primera ocasión en la historia.
Pero, además, el Instituto Nacional Electoral (INE) resolvió que de las nueve candidaturas a gobiernos estatales y a la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, cinco deben corresponder a mujeres, por lo que es muy probable que la cantidad de gobernadoras o jefa de gobierno aumenten, respecto a las nueve que hoy existen.
El Tribunal Electoral está en proceso de corregir la disposición, pero en cualquier caso, aún si solo hubiera la obligación de tener cuatro candidatas, sigue siendo válida la expectativa de que habrá varias gobernadoras más.
Desde hace varios años, la legislación mexicana exige que haya paridad de género en las candidaturas a la Cámara de Diputados. En la legislatura que comenzó en el año 2021 y culmina en 2024, 241 de los 500 asientos están ocupados por mujeres, la mayor cifra de la historia.
En el Senado, las mujeres llegan al 50.8 por ciento y por primera ocasión forman la mayoría.
Si usted compara la equidad de género en los órganos de gobierno en México respecto a lo que sucede en otros países, encontrará que aquí se ha avanzado de manera sorprendente y que nuestro país es uno de los que está a la vanguardia en esa composición.
Faltaba que hubiera una presidenta, como ya ha ocurrido en otros países de América Latina, pero la tendremos pronto.
Por esa razón es que sorprende que haya una asimetría tan grande en la composición de género en los niveles de decisión de los ámbitos público y privado.
Los más recientes análisis señalan que el porcentaje de directoras generales de las empresas inscritas en la Bolsa Mexicana de Valores, apenas representan el 4 por ciento del total.
Y si se incluyen las llamadas direcciones relevantes, que incluyen además de las direcciones generales las de finanzas y jurídicas, el porcentaje apenas sube al 12 por ciento.
Además, las mujeres que integran los consejos de administración de esas empresas apenas representan el 11 por ciento del total.
Al paso que vamos, un análisis realizado por el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) señala que llegaríamos a la paridad de género en los Consejos, en el año 2057. Sin lugar a dudas, si se estableciera que la mayor presencia de las mujeres en órganos de dirección es una obligación legal, el resultado sería una mayor equidad corporativa, como ha sucedido en la representación legislativa en México.
Esa obligación legal en el ámbito político ha generado además, que más allá de las normas, en las Cámaras tengamos que las líderes de ambas sean mujeres.
Pero también lo es la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Es probable que en 2024, los tres poderes de la Unión sean encabezados por mujeres.
Pero también entre los órganos constitucionalmente autónomos, hay mujeres encabezando el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el Banco de México o el Instituto de Transparencia (INAI), solo por citar algunos de los organismos más visibles.
Entonces, ¿cuál es la razón de que en las empresas privadas exista tal rezago en la participación femenina?
Todo pareciera indicar que se trata de un fenómeno de orden cultural.
El gran empresariado mexicano ha surgido de capas sociales que tienen una fuerte cultura conservadora, en la cual no se aceptaba que las mujeres tuvieran cargos de decisión.
Claro que hay excepciones. Pero se trata de casos aislados frente a un universo de dirigencia masculina.
En contraste, entre las empresas, direcciones como las de recursos humanos, mercadotecnia, relaciones institucionales, o bien algunas otras que pueden considerarse como “blandas”, sí tienen una fuerte presencia femenina mientras que, como referíamos arriba, las que se presumen como “duras” tienden a ser dominadas ampliamente por los hombres.
No es lo mismo para el caso de las pequeñas empresas. Se trata de un segmento en el que sí hay muchas mujeres a la cabeza.
No es así en otros lugares. La participación femenina en las direcciones de las empresas es mucho mayor en Estados Unidos o en Europa, que en nuestro país.
Así como hay patrones culturales que excluyen a la mujer de los cargos directivos de las grandes corporaciones, la pequeña y micro empresa mexicana, en muchas ocasiones, se convierte en una vía para que las mujeres tengan ingresos adicionales. Por eso, ellas frecuentemente las impulsan y las encabezan.
Actualmente, en el mundo existe un debate a propósito de las ventajas y desventajas de la llamada acción afirmativa o, como algunos también la denominan, discriminación positiva.
Esta conduce a exigir a las entidades que una cierta proporción de puestos o cargos directivos, correspondan específicamente a mujeres.
Me parece que va a ser necesario que en algún momento, de la misma manera que ya se están estableciendo exigencias en materia ambiental, las empresas mexicanas también tengan dichos requerimientos en lo que respecta a la equidad de género, pero ya no solamente en cuanto a la proporción de las mujeres en el empleo o en determinado tipo de puestos, sino directamente en los órganos de dirección de las empresas.
Muy diversas investigaciones han concluido, sin lugar a dudas, que las organizaciones que están encabezadas por mujeres tienen un mejor desempeño que aquellas que tienen al frente a los hombres.
Lamentablemente, a veces la exclusión de las mujeres en cargos directivos refleja la falta de equidad en otros ámbitos, como el doméstico.
La percepción de que una mujer tendrá que hacerse cargo de la formación de los hijos, con frecuencia crea el prejuicio de que no podrá dedicarse por entero a la empresa.
Mientras no se superen esos estereotipos y la equidad de género no se haga presente también en el ámbito doméstico y en la vida familiar, es probable que no avancemos lo suficiente.
Veremos si, al menos a la larga, el puro interés económico de los accionistas conduce a que tengamos más y más mujeres al frente de las empresas.
Será una prueba de esa posibilidad el que a partir de 2024 tengamos por primera vez en la historia a una presidenta de la República.
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