La celebración este sábado de su aniversario 70 como periodista, significará para la premio Cervantes Elena Poniatowska llegar a siete décadas con su oído atento y latiendo con la vitalidad de un corazón de atleta.
“La mirada es importante, pero también el oído. Yo soy periodista y oigo, oigo y oigo”, confesó en una reciente entrevista con EFE la autora, quien la semana pasada cumplió 91 años con la misma curiosidad de cuando, a los 21, debutó como entrevistadora.
El 27 de mayo de 1953, horas después de una conversación con el entonces embajador de Estados Unidos en México, Francis White, Poniatowska escribió su trabajo inaugural en el oficio que su amigo Gabriel García Márquez consideró el mejor del mundo.
“La primera impresión que da el señor White es una impresión de optimismo. Se ve que cree en la felicidad. Al contrario de muchos que han adoptado caras largas y frases despectivas (será por la influencia del existencialismo) el señor White es todo interés, entusiasmo y grandes deseos de querer mucho”, decía el primer párrafo de la historia, publicada en el diario Excélsior.
Titulada Un hombre optimista: El embajador Mr. White, la entrevista fue dada a conocer en dos segmentos. Los primeros dos párrafos en la parte de abajo a la derecha de la portada de sociales y el resto en la página dos, a un costado de una nota sobre un banquete al que asistiría el actor Mario Moreno, Cantinflas.
Si bien Poniatowska, también escritora de cuentos, es reconocida como una de las principales novelistas de México, fue el periodismo la semilla de su escritura, marcada por el humanismo.
Acentos salidos de un salero
Ganadora de una decena de premios, entre ellos el Alfaguara, el Seix Barral y el Rómulo Gallegos de novela, es una de las autoras más reconocidas en idioma español, pero el inicio fue con pocas herramientas, según ha reconocido la propia escritora.
“Entonces ponía los acentos como salero, donde cayeran. Yo creía que escribir era echar acentos, comas, puntos”, le confesó Poniatowska a la novelista española Almudena Grandes, en la Feria del libro del Zócalo, en octubre de 2015.
Después leyó como posesa, trabajó duro y eso le permitió hacerles preguntas sagaces a presidentes, premios Nobel, escritores, pintores y sobre todo a gente de abajo. Varias de sus mejores entrevistas aparecen en libros de no ficción como “Ida y vuelta”, “Palabras cruzadas” y en la colección “Todo México”.
En 1968 se sintió rota al ver cómo el Gobierno asesinó a estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas, investigó, desafió amenazas y escribió La noche de Tlatelolco, pieza publicada en 1971, que desveló los horrores del Gobierno.
“La noche de Tlatelolco es un testimonio coral insuperable; recupera lo invisibilizado por la censura y la decisión de amnesia que llamábamos prensa e información televisiva”, escribió en 1994 Carlos Monsiváis, por entonces uno de los intelectuales más lúcidos de México.
“Mi tema no soy yo”
Elena Poniatowska jamás escribirá su autobiografía ni hará un libro de autoficción. Detesta hablar de ella porque eso la distrae de su divertimento favorito: preguntar.
“No soy de hablar de mí misma. Mi oficio es hacerles preguntas a los demás; no me dedico a pensar en mí misma porque mi tema no soy yo”, dijo a EFE el año pasado poco antes de cumplir 90 años, una idea del otro lado del narcisismo de los periodistas que a día de hoy se asumen más importantes que la noticia.
Indaga, no interrumpe, mira a los ojos de entrevistados, es punzante. Una vez le preguntó a Diego Rivera por sus dientes de leche y el pintor la calificó de “polaquita preguntona”, en referencia a sus orígenes polacos.
Feminista de hechos, en mayo de 1953, cuando el machismo reinaba en México, Poniatowska hizo hablar al embajador White de la emancipación de la mujer y de su capacidad para desempeñar altos cargos con la misma fuerza y constancia del hombre, una idea repetida en su periodismo y sus novelas.
Setenta años después del primer verbo, el oído de Elena Poniatowska sigue con salud y la periodista sigue obsesionada por la vida de los demás.
“Elena Poniatowska se formó como periodista y le dio nueva dignidad al oficio. Desde esa perspectiva, entendió que una de las virtudes de la escritura consiste en escuchar”, comentó a EFE el novelista Juan Villoro al referirse al legado de Poniatowska.