Lapidaria, una de las frases que Miguel de la Madrid pronunció en su discurso de toma de protesta el 1 de diciembre de 1982 marcó el inicio de un modelo neoliberal que también entonces comenzó a gestar su gran crisis. Una crisis que, 36 años después, llevó al triunfo a Andrés Manuel López Obrador en su tercer intento por llegar a la presidencia, con un avasallante 53.1 por ciento de las preferencias. La muestra del hartazgo de una sociedad lastimada por la desigualdad.
"La situación es intolerable", dijo De la Madrid al recibir un país en ruinas de manos de José López Portillo, quien durante su mandato se jactaba de administrar la abundancia, teniendo como telón de fondo un espectáculo del dispilfarro que tuvo como símbolos la Colina del Perro -su casa particular- o el Partenón -la del Negro Durazo-.
Fue así que el presidente entrante incluyó hace casi cuatro décadas el tema que hoy es el centro del discurso lopezobradorista: el combate a la corrupción.
"Mientras que López Portillo habló maravillas de Echeverría, De la Madrid lanza frases como que los puestos públicos 'no deben ser botín de nadie', aludiendo a la corrupción", dice la historiadora Veka González Duncan, quien participó junto con Bernardo Barranco y Carlos Illades en la Mesa de Análisis conducida por Mauricio Mejía en El Financiero -Bloomberg el pasado 1 de diciembre.
La crisis del neoliberalismo no es solo económica. La decadencia del modelo que se consolidó en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari con el Tratado de Libre Comercio -que entró en vigor el mismo día del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el 1 de enero de 1994-, pasa también por la moral.
Para Barranco, AMLO se identifica con el liberalismo del siglo XIX, con su vocación popular, libertaria y democrática. "En su discurso en el Congreso rompió con el neoliberalismo al hacer una narrativa histórica de lo que pasó del sexenio de Miguel de la Madrid para acá, mencionando valoraciones como el crecimiento del país, que en el desarrollo estabilizador era de 8 por ciento, y con el neoliberalismo de un 2 por ciento".
López Obrador tiene un discurso arcaico, pero que apunta a problemas contemporáneos, asegura el historiador Carlos Illades. "El discurso de Podemos en España se refiere a la moral, el de Bernie Sanders en Estados Unidos a la codicia, la inmoralidad de los ricos. Lo que pasa con López Obrador es que lo trata de resolver, al menos en temas doctrinarios, a través de perspectivas decimonónicas, como hacer un catecismo, o una cartilla moral. Pero el problema que apunta es legítimo. Para él la corrupción no es la del agente de tránsito, es la alianza entre el dinero y la clase política, y ese es el discurso de todas las nuevas izquierdas".
Veka González Duncan observa en esas nuevas izquierdas, la de López Obrador incluida, el regreso a fórmulas de los años 70 que, sin embargo, resultan atractivas para los millenials. "No es la izquierda sueca o finlandesa, son fórmulas gastadas de cierta forma, pero que resuenan mucho en la juventud y, en ese sentido, el discurso revolucionario de López Obrador funciona".
La ruptura de López Obrador con el neoliberalismo, de carácter global, y su postura de corte nacionalista, quedaron expuestas en sus discursos del pasado 1 de diciembre.
Tanto en el Congreso como el Zócalo, el presidente prácticamente ignoró el tema de la globalización y aludió a la continuidad en la política de no intervención que años antes han tenido las presidencias mexicanas. Por cautela diplomática -dijo- respetará los principios de autodeterminación de los pueblos y abogará por la solución pacifica de las controversias a nivel internacional, si bien ofreció cooperación para el desarrollo, amistad, defensa de los derechos humanos y respeto de los migrantes.
Respecto a la relación con EU fue conciliador, en favor del "beneficio mutuo". Es momento de cambiar la relación entre ambos países -aseguró- y cooperar en el desarrollo de empleos en México y Centroamérica como alternativa a la migración, en vez de utilizar medidas coercitivas.
Es en la política exterior -advierte Bernardo Barranco- donde algunas regresiones son más simbólicas, aunque el regreso a los nacionalismos es mundial.
"Trump es una apuesta ultranacionalista, Bolsonaro es otra. En México, sí creo que hay ciertos peligros de regresión, pero acotados más a un pasado inmediato", dice.
Los invitados a la toma de posesión de AMLO dan una idea acerca de cuál será la política exterior durante su sexenio, la cual -anunció- dejará de tener representaciones en el extranjero, salvo las embajadas y consulados.
"Es interesante que Jeremy Corbyn haya estado entre sus invitados, pero salvo Ivanka Trump, no había representantes de alto nivel de los países más desarrollados", observa Barranco.
"Eso apunta a uno de los puntos débiles del planteamiento de López Obrador: que tiene un discurso muy pobre acerca de la globalización. Él concibe el desarrollo de la historia nacional como un asunto de aciertos y desaciertos de las clases dirigentes, pero no enmarca a México dentro de un planteamiento global. Tendrá que corregir", considera.
Con el saludo a las naciones centroamericanas y sus referencias a Simón Bolívar o José Martí, el presidente tomó postura ante su vecino del norte, dice Veka González Duncan.
"El tema de los migrantes centroamericanos está en el centro del debate internacional: decir que vamos a buscar estabilidad en la región es una postura contraria a la de Estados Unidos; por otra parte, darle esa importancia a Centroamérica y América Latina, en general, también es un regreso a los años 70".
Centroamérica siempre ha sido importante para la política interna, agrega Carlos Illades. "La idea de las cortinas para evitar la migración incluye a Centroamérica, y es una manera de pensarse desde dentro".
Referirse a la región centroamericana, concluye Bernardo Barranco, no fue gratuito en ese discurso afincado en el pasado. "Es el sueño de la Patria Grande que va más allá de la izquierda, un sueño bolivariano que viene desde la Independencia".