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La Fórmula 1 en América: Lección de altura

El Gran Premio de Miami tuvo como ganador a Max Verstappen, pero además de la emoción de la carrera está la gran ‘fiesta’ de celebridades en torno a la F1.

Max Verstappen, Sergio Pérez y Gianpiero Lambiase en podio del GP de Miami.

Desearle lo mejor repitiendo eso que se dice en los días de cumpleaños y también en año nuevo. Pleno en su bienestar, con toda la fortuna y conforme en el afecto. No más.  

Magnífico lo del amor y la salud. Pero, como que suena poco elegante lo del dinero. El vulgo lo ha dicho mil veces hasta que lo ha convertido en ley: con dinero baila el perro.

Mientras que don Francisco de Quevedo en el siglo XVII puso por nombre a una letrilla satírica: «Poderoso Caballero es Don Dinero» y así, con esa sentencia, la remató.    

El billete. La lana. La plata. La feria. Términos amigos que van como los ríos al mar de la prosperidad, de la abundancia, de la riqueza o del poder. Tanto entre los hombres como entre las naciones.

Ajá. Que las cosas le hayan salido bien. Que hubiese recaudado mucho. Que fuera muy aguzado en los negocios o mandando a los demás, es lo que le dio como resultado su acervo de riqueza.

Eso que, por mucho que brille, es poco, frente a la opulencia. Ella, es ni más ni menos que el excedente basto en las finanzas.


Sabemos de grandes imperios a lo largo de la historia, pero no fueron todos tan opulentos; como según se cuenta del egipcio, del romano o del británico hasta una parte del siglo previo.

Luego, ha venido siendo el tiempo de los Estados Unidos de América que es –probadamente– una sociedad rica.

Pero que, para llegar al punto de la opulencia, todavía les ha hecho falta algo.

¿Qué? –El Savoir Faire.

Son lindos. Se ven sanos y parecen tener satisfechas gran parte de sus necesidades. Pero al mismo tiempo, son moderados, y eso, es señal indiscutible de clase media. 

Entonces, es que viene aquí a colación la Fórmula 1.

Se la ha defendido como un deporte; también porque es un espectáculo; y desde luego, la mejor vitrina para promocionar las marcas y –cómo no– un negocio redondo, ya que jugando en ella se puede hacer de mucho peculio. 

Falta algo

Que ha estado pendiente de conversar más, es su glamour y luego de ello, su sentido del exceso. 

Una competición entre 20 cochecitos de menos de 800 kilos corriendo, para que uno llegue primero a la meta, le ha parecido a los ingenuos que es toda su esencia.

Lo que no está puesto sobre la mesa, con claridad, es que, tal como digna heredera de El Circo Romano y también de la hípica inglesa: su impronta tiene la habilidad de ir muy bien con la gente –de verdad– chic.

Aquella casta casi divina que conoce al derecho y al revés la destreza para hacer un arte del trato entre el público más distinguido. El estilo de vida a lo alto. Lo más especial.

El encanto de las minorías. La distinción por la fineza yendo por encima de las demás condiciones. Lo imposible como regla de vida.

Desde hace años

En 1950 cuando empezaron las carreras de esta categoría que se volvió suprema, nadie imaginó por dónde iba a transcurrir. 

Hubo una coincidencia magnífica, al menos de tres bandas: la televisión que empezaba a ser universal; la gran importancia del automóvil para las nuevas sociedades y la necesidad del ser humano, para encontrarse con héroes a quienes venerar.  

Bernie Ecclestone que era un hábil vendedor inglés de autos deportivos –usados– supo poner de acuerdo a los equipos, distribuyendo los ingresos, a las televisoras y claro: a las sedes donde se realizaban las justas, para centrarse todos como si fueran uno ¡Bingo! 

Por ello nacieron Silverstone, Monza y Spa como los templos. Y en especial Mónaco, en donde se inició un tejido formidable de mitos.

Fueron arribando las luminarias, los influencers y las celebridades de cada época.

Más tarde, se incorporaron otras naciones: Japón, Canadá, algunos países privilegiados de Latinoamérica y de manera muy importante, también: China, Malasia y Singapur.

En un par de guiños con los ojos, y quién sabe de qué suerte: los jeques de Medio Oriente, cayeron enloquecidos bajo la seducción de ‘El Circo’.

Más reciente ha sido cuando Liberty Media le compró a Ecclestone el tinglado completo y cerró la pinza mágica, al volver un antojo irresistible este deporte para los Estados Unidos. 

 Con el globo planetario en el puño: parece que la fauna selecta de ‘La Carpa’ se puso de acuerdo en algo novedoso y audaz: mostrar al nuevo mundo de hoy que quiere ver las carreras: lo que es la riqueza más allá de la acumulación del capital. 

Conocer de cerca y vivir al menos, tres días en la magnificencia soñada.

Es muy osado y muy lógico que, frente a las posibilidades cada vez más cercanas de un apocalipsis, sobre todo por el mal trato que se le ha propinado al globo: se busque la promesa de una continuación de la marcha humana.

El limbo maravilloso. Otro éxodo.

El calendario y más

De las 23 carreras que se jugarán este año: siete serán en los países árabes y en los Estados Unidos. Los escenarios coinciden en algo. La parafernalia: el lujo, el esplendor, el dispendio.

Sobre todo representados por los juguetes de los asistentes: con incontables autos de alta gama llenando los estacionamientos; relojes de ensueño; gafas de firma, en oro o en titanio; ropa y calzado de precios locos. 

Una detrás de la otra, las manifestaciones de grandeza, despachando champaña sin parar, jamones de pata negra, quesos inverosímiles y cuanto se pueda apetecer que se trae a las mesas.

Se sirve y se devora…

Está puesta la opereta al tope: todo lo que hace falta es practicar la elegante despreocupación al dilapidar una fortuna; conscientes de que, será apenas una leve poda que, se requiere para que la hacienda de cada quien, sea mayor en las fortunas que ya mostrarán en el próximo encuentro.

Para ello hay que aprender los secretos del alto empaque. Ser y parecer, todavía, algo más allá de lo que se es.

La Fórmula 1 ha llegado en firme a suelo de América para educar, en algún aspecto, a su clase alta.

Quitarle eso que tiene el gringo medio, de bobalicón. Su dificultad congénita para hacerse de clase, de distinción, de ese refinamiento al tope.

 Y sobre todo, poder hacerlo con naturalidad.

Una puesta en escena es la celebración cuando llega un nuevo presidente a Washington y otra, armar el boato para la coronación de un rey de Inglaterra. Está bien claro ¿o no?

Para integrarse a la esencia del deporte que nos ocupa, hay que aprender más sobre éste.

Entender las reglas no escritas de la convivencia entre la afición y los protagonistas, dejar en casa lo vulgar para mejorar en mucho la actitud y ser más hedonistas.     

Es evidente que en los escenarios de estas pruebas no cabe ‘el peladito’. Acá, es cosa de darle fuerte al derroche y a la ostentación porque nos lo vienen diciendo que puede ser también, un atracción impar:

¡A Mil Por Hora!

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