De los más de 10 mil goles que se han anotado en el Estadio Azteca hay dos que ocupan el pedestal más alto. Los anotó el mismo hombre, en el mismo partido, con su país en hombros y ante los ojos del planeta entero.
El primero fue una trampa, aunque otros lo llaman 'picardía', que en la era de las repeticiones instantáneas sería imposible que subiera al marcador. El segundo fue el sueño hecho realidad de todo niño que ama el futbol. La Mano de Dios y el Gol del Siglo. Argentina echa a Inglaterra del Mundial de 1986 y Diego Armando Maradona terminó por hacer de las canchas mexicanas el escenario del que quizá fue su mejor año como futbolista profesional.
Describir los goles del '10' argentino resulta ocioso cuando tantas veces aparecerán hoy en redes sociales, televisión y cualquier rincón de Internet que le rinda un homenaje por su muerte. Los amantes del futbol los han visto cientos de veces, sus detractores seguro al menos una vez. Basta decir que fueron el inicio de una larga relación de Maradona con México en la canchas y en los reflectores fuera ella.
Tras el Mundial del '86, Maradona se consolidó como ídolo de millones de aficionados en el país, compartiendo en buena medida el cariño de los mexicanos por Pelé, quien 16 años atrás se había consolidado, también en el Azteca, como el máximo referente del balompié global. El argentino era para una generación más joven el mejor futbolista del orbe y sus actuaciones con el Napoli, entonces un equipo más bien poco conocido en México, llegaban a algunas portadas de diarios deportivos nacionales por el brillo de sus actuaciones.
Maradona era, para muchos en este país, una representación en grande del futbol de barrio, de llano, de cancha de tierra o a medio empastar: pelota siempre en el pie, desparpajo, una sonrisa y mucho gol.
Pero sus hitos en la cancha no alcanzaron para compensar sus traspiés fuera de ella y su popularidad cayó con la misma rapidez con la que él lo hacía en sus adicciones. Maradona pasó en México de las publicaciones deportivas a las de espectáculos, casi siempre tras entrar o salir de centros de rehabilitación, en sus escapadas a Cuba con obesidad mórbida, de la mano de Fidel Castro, Hugo Chávez, Evo Morales y otros líderes socialistas latinoamericanos.
En 2008, Maradona volvió a las canchas, ahora desde el banquillo de entrenador de la selección de su país y dos años más tarde se volvió enemigo temporal. Fue su Argentina quien eliminó a México del Mundial disputado en Sudáfrica, en un partido que a todas luces dominaron los sudamericanos, verdugos del equipo nacional también cuatro años atrás, en 2006.
Pasarían diez años para que el Diego volviera a relacionarse con México, ahora de la mano de los Dorados de Sinaloa, quienes buscaron sus servicios de entrenador para el equipo de la Liga de Ascenso. Su llegada fue polémica, pero al final ganó el equipo de Culiacán y los amantes de los memes, quienes se dieron 'vuelo' relacionando las adicciones del argentino con la producción de drogas en la entidad. Dorados tuvo un gran torneo, pese a todos los pronósticos, pero menos de un año más tarde la aventura de Maradona en México llegó a su fin.
Para las nuevas generaciones amantes del futbol, Maradona parece historia antigua. La afición le abrió las puertas a figuras como Messi y Cristiano y al futbol en alta definición. Pero México siempre fue sitio especial para el Diego que 'vengó' en la cancha una derrota por las Malvinas cuatro años antes frente los ingleses y selló para siempre su nombre como uno de los más grandes. Acá no hubo iglesia maradoniana ni hay llanto desbordado por las calles como en su país. Aquí se queda una mano milagrosa y una carrera a gol desde la media cancha que hoy llegó a su fin.