En medio del huracán Otis, Acapulco quedó en la oscuridad. La electricidad y las comunicaciones desaparecieron. El aeropuerto y carreteras se cerraron dificultando el regreso a casa para los más de 5 mil visitantes que se encontraban en la zona. En esta crónica, seguimos el viaje de un reportero atrapado en la tormenta.
El domingo 22 de octubre, 25 periodistas de 11 estados llegaron a Acapulco para cubrir la XXV Convención Internacional de Minería que esperaba la llegada de 10 mil visitantes. Todo marchaba como se esperaba, hasta el martes 23 de octubre. Ninguno de los presentes había anticipado la violencia con la que caería ese ciclón sobre la Zona Diamante de Acapulco, un lugar donde se estima que se concentra el 47 por ciento de la inversión hotelera de Guerrero.
En el hotel Pierre Mundo Imperial, donde nos hospedamos los periodistas, las medidas fueron prácticamente nulas. Como única línea de defensa los encargados de Protección Civil colocaron cintas azules en forma de X en las ventanas y puertas de cristal, como si con esas señales se pudiera exorcizar al torbellino que, como supimos después, fue capaz de levantar vehículos y prácticamente ‘depellejar’ inmuebles enteros.
Por azares del destino, tras la cena del martes, por la noche, el grupo de periodistas fue separado. Los 12 que tuvieron “suerte” alcanzaron a llegar al hotel Pierre, los 13 restantes, menos afortunados, entre los que me contaba, tuvimos que vivir las peores horas de nuestras vidas atrapados en medio de la tempestad dentro de la van que nos transportaba, debido a que por la inminente llegada de Otis ya no pudimos bajar del transporte hasta después de que la tormenta comenzó a ceder a altas horas de la madrugada.
En el refugio
Dentro del Hotel Pierre, alrededor de las 4 de la mañana del miércoles 25 de octubre, el grupo de periodistas caminó hacia un refugio del Hotel. Cerca de 40 personas se resguardaron en un salón de convenciones, donde pasamos lo que quedaba de la noche.
La mayoría de los huéspedes, que calculo que eran cerca de 400 personas se habían resguardado en sus habitaciones, por temor a que les robaran sus pertenencias, mientras que otros habían buscado protección dentro de los baños de sus cuartos.
Cerca de las 9 de la mañana los empleados del hotel nos llevaron el desayuno al refugio. Una sorpresa en medio del caos. Los buenos modales quedaron a un lado, nuestras manos eran los cubiertos y nuestras mangas la servilleta. En cuanto acabamos de comer, se escucharon aplausos y ovaciones, todos los huéspedes agradecimos a los trabajadores del hotel que, estoy seguro, deseaban estar con su familia como todos los afectados.
Surgió un rumor de que en el vecino hotel Princess había conexión a internet, así que por la tarde un grupo de periodistas caminamos del hotel Pierre al Princess por la playa. En el Princess, las condiciones eran peores: el lobby estaba destruido, y sus huéspedes no tenían comida ni agua. Presenciamos actos de saqueo en tiendas de la playa en ese breve trayecto de apenas 950 metros.
El regreso a casa
A las 8 de la mañana del jueves 26 de octubre, nos informaron que nos podrían evacuar en un autobús, lo que ocurrió a las 14 horas. El camino de Acapulco a la CDMX no fue fácil: árboles y palmeras caídas, deslizamientos y obstáculos en la carretera nos hicieron avanzar lentamente. El operador debía sortear todos los obstáculos y su velocidad no excedía los 20 kilómetros por hora.
Me di cuenta de que había un mundo de gente que intentaba salir de la zona de desastre. Al salir de la zona Diamante de Acapulco para dirigirnos a la carretera Acapulco-México, vimos autos volcados, tiendas destruidas y saqueadas, además de familias comiendo dentro de sus vehículos, porque habían perdido su casa, así como animales sin vida sobre las avenidas.
En el trayecto, deslaves en la carretera, y algo que no esperaba ver, prácticamente no había vehículos sobre la carretera, habría imaginado que nos encontraríamos con una cantidad inmensa de tráfico. Durante el trayecto, el Ejército y la Guardia Nacional tenían distintos puntos de control en la carretera, por tramos nos advertían que debíamos circular por el carril contrario, ya que los escombros y derrumbes eran constantes.
Sorteamos esos obstáculos, pero la buena suerte nos abandonó en ese momento, porque apenas unos metros más adelante, el conductor nos indicó que se le había pinchado una llanta, lo peor, no tenía herramienta y ni siquiera el neumático de refacción. Un trayecto que regularmente tomaría 5 horas y media, se logró hacer en 13 horas. Como periodista, sientes que debiste quedarte ahí para documentar lo que ocurría, como ser humano, la magnitud de la devastación te hacía pensar en que sólo debías enfocarte en llegar a salvo a tu casa.