Espectáculos

‘Todas las rosas que tú veas, las he sembrado yo’: Memorias de una ‘bella de noche’

Carmen Salinas fue una actriz polifónica, de carácter espontáneo y férrea voluntad hacia los suyos.

La primera actriz, Carmen Salinas (Foto: Cuartoscuro)

Son ya ocho años desde que estuve a punto de perder una entrevista con Carmen Salinas y el trabajo por llegar tarde a la misa para recordar a su hijo fallecido, Pedro Plascencia Salinas, y a su amigo Juan Pascual “Chato” Cejudo.

“Yo no sé, Mangas, aquí ya se está acabado el evento y yo ya me voy a mover”, dijo el fotógrafo Saúl Díaz aquella tarde, cuando al otro lado del teléfono le preguntaba cómo llegar a la tumba del hijo de Carmelita Salinas. Tuve la “genial” idea de llegar en metro al Panteón Español.

Aquel camposanto es una pequeña ciudad mortuoria con calles interminables y letreros medio deshechos que no indican de forma clara la dirección; sin más brújula que el propio instinto, corrí entre las tumbas hasta ver a los fotógrafos retirarse con sus cámaras y tripiés al hombro.

“¡Se me fue la nota!”, pensé. Hasta que vi a esa mujer chaparrita y bonachona agachada sobre la tumba de Pedro Plascencia. Arreglaba las flores que dejaría para su amado hijo. Reportero sin suerte, no es reportero.


“Doña Carmen, ¿me podría regalar una entrevista?”, pregunté con la voz entrecortada. “Mi hijo, llegas tarde y todavía a pedir. A ver, solo déjame acabo de arreglar las flores de mi Pedrito y te atiendo”, respondió la protagonista de Bellas de Noche, “aquí está mi hijo que cumplió 18 años con 11 meses de fallecido. El Chato murió el mismo día que mi Pedrito”.

A diferencia del gris en el resto del cementerio, los mausoleos que rodeaban al del hijo de Carmen eran de un blanco impoluto.

“Vengo cada ocho días aquí. Todas las tumbas que tú ves blancas, las he mandado a pintar y ponerles impermeabilizante porque si no se les cae el techo. Todas las rosas que tú veas, las he sembrado yo y arbolitos de laurel. Ahí ando plantando mis arbolitos y rosales para que no estén solitos los difunditos”, dijo alegre.

Aquel día la acompañaba Marcia Celeste Fernández, quien fuera acusada por la actriz Gaby Spanic en 2010 de tratar de envenenarla. Marcia fue liberada a finales de 2012, cuando las pruebas en su contra fueron insostenibles. Sin dinero, desconfiada del mundo del espectáculo, buscó apoyo en Carmen Salinas, quien la recibió en su casa y siempre confió en su inocencia.


“Ya salió la razón, no hubo tal envenenamiento y se supo la verdad. Es que es absurdo y es estúpido eso, ella tenía que decir su verdad y vieras llegó conmigo sin nada, con las puras ropas de la cárcel”, recordó Carmencita Salinas.

Aquel mes el mundo se cimbró con la muerte de Hugo Chávez, el 5 de marzo, y el ascenso al poder de Nicolás Maduro, quien aún sigue como mandatario en Venezuela. También fue sorpresiva la renuncia de Benedicto XVI, el 28 de febrero de 2013. Carmen Salinas era bastante devota y siguió la primera misa del Papa Francisco en la Capilla Sixtina.

“No me la quise perder la misa del Papa y según yo me iba a echar solo una parte y no, ahí estoy toda lagañosa a medianoche. ¿Te la aventaste, mi hijo? No, qué te la vas a aventar, si tienes cara de pícaro.”

Ese era el encanto de Carmen Salinas: el de la madre mexicana de los barrios limítrofes donde solo la fe y el trabajo duro podía sacar a las familias adelante. Muchos en la fuente la apreciábamos porque nos recordaba al hogar y a esas madres que te persignan antes de salir a enfrentar los peligros citadinos.

“Ahora en cuaresma voy a comer como loca la comida de vigilia, me encanta el pipián, los charalitos con nopalitos y la capirotada. ¡Ajay! ¡Carangasñangas!”, caminábamos hacia su auto mientras me contaba de sus platillos favoritos, “luego si se me olvida y me como un pedazo de carne, me da mucho coraje”.

Estaba tan nervioso por casi perder la entrevista y luego salvarla en el último minuto, que me dieron ganas de fumar. Me llevé a la boca un cigarrillo a lo que Carmen respondió como lo haría una madre preocupada.

“Te ayuda mucho, hijo, que no seas vicioso y que no fumes. El cigarro hace mucho daño, mi’jo y la gente se envejece más rápido. Pa’ que no andes fumando. Mira, por ejemplo, a mi Fernandito Colunga que ya se repuso. Hoy dejó las muletas. Ese muchacho tiene un potencial de recuperación padrísimo porque come muy sano. ¿Sabes cuál es su único vicio? El Quik de chocolatito le encanta, ya hasta le estoy copiando porque con eso te despiertas.”

Pensé que al llegar a su auto, me encontraría con un modesto sedán o algo por el estilo; en cambio, nos aguardaba un lujoso vehículo negro Lincoln.

“¿Cómo ves mi carcachita? Apenas me la acabo de comprar la semana pasada. Súbete para que veas cómo jala. Ahorita te echo un aventón para que no camines todo el panteón”, dijo el tiempo que se subía al auto.

Adentro me platicó de varios de los guiones en los que trabajaba, uno de ellos de Rafael Montero el director de la película Cilantro y Perejil. En ese momento recordó el trabajo tan apasionado que Juan Pascual “Chato” Cejudo hacía como su publirrelacionista.

“Cómo extraño a mi Chato. Si vieras que era re bueno para conseguirme buenos proyectos que me convinieran. Ahora ando batallando mucho para organizarme. Es que él era mucho más que mi mano derecha. Era como un ángel para mí.”

Aquella tarde del 19 de marzo de 2013 Carmen Salinas me dejó sobre la calle Bahía de Santa Bárbara, frente al parque Pedro Salinas, después de permitirme no solo que la acompañarla en su camino a casa, sino de ofrecerme una entrevista que salvo mi chamba.

También lee: