En un mundo más cuerdo, la noticia de que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) se abriría a la renegociación sería motivo de feliz anticipación. El acuerdo entre EU, Canadá y México, que entró en vigor en 1994, claramente necesita actualizarse para reflejar la economía moderna.
En su lugar, con Donald Trump como presidente de EU, sus dos socios deben estar esperando el proceso con temor. Puesto que el TLCAN ha sido — principalmente de forma injusta — presentado como un villano que ha robado cientos de miles de empleos en el sector manufacturero estadounidense, forzar cambios contraproducentes en dicho tratado puede ser una de las destructivas políticas comerciales que Trump realmente cumpla. Parece muy probable que el proceso de renegociación acabará haciendo más daño que bien.
Sin lugar a dudas, el TLCAN, que fue pionero en muchas de las características de los modernos acuerdos bilaterales de comercio, ha desempeñado un papel de apoyo más que un papel transformacional en sus países miembros. Pero su importancia en la construcción de importantes cadenas de suministro transfronterizo significa que tratar de enmendar el pacto para devolver los empleos a EU sería contraproducente.
Desde el principio, los beneficios del TLCAN han sido exagerados. La idea de que reduciría la emigración mexicana a EU, por ejemplo, resultó ser errónea: la afluencia de maíz estadounidense subsidiado a México sacó a muchos pequeños agricultores del negocio y les animó a buscar empleo al otro lado de la frontera.
Pero los costos han sido exagerados aún más. La idea de que las reducciones arancelarias en el TLCAN han trasladado los empleos manufactureros estadounidenses a México es equivocada. La evidencia muestra que el cambio tecnológico, además de algún impacto de la competencia china, son los verdaderos culpables.
De hecho, si acaso, el TLCAN puede haber salvado empleos en la industria estadounidense. Mediante la introducción de la opción de la mano de obra de bajo costo, las compañías han construido cadenas de suministro eficientes basadas en las ventajas comparativas de las tres economías: EU y Canadá hacen el trabajo más avanzado y calificado, y México hace el ensamblaje más barato. Estas disposiciones probablemente han permitido que EU compita con las importaciones procedentes de China.
Trump ha hablado de elevar las prescripciones en materia de contenido nacional — que les permiten a los exportadores el acceso libre de aranceles al mercado estadounidense — para las mercancías exportadas desde Canadá o México. Supuestamente esto reduciría el incentivo de los fabricantes para conseguir los insumos en China. En su lugar, el costo y la complicación añadidos simplemente llevarán a las compañías a conseguir los insumos principalmente de países fuera del TLCAN y pagar los aranceles.
Lo mismo sucede con las ideas más descabelladas del Sr. Trump, como la de imponer un impuesto fronterizo sobre las importaciones procedentes de México o intentar obligarlo a reducir su competitividad mediante la apreciación del peso. México no es prisionero de EU. Depende mucho del comercio con EU, pero se está convirtiendo en un fabricante de automóviles muy respetado y conectado a las cadenas de suministro mundiales. Ha firmado muchísimos acuerdos comerciales bilaterales con otros países, incluida la Unión Europea.
Si Trump quiere que México dirija su atención a otros países y descuide las relaciones comerciales con EU, está haciendo lo correcto.
Hay muchas maneras útiles en que el TLCAN podría actualizarse juiciosamente, incluyendo la presentación de normas que rigen las corrientes transfronterizas de datos y la modernización de los visados de negocios para que reflejen las nuevas categorías de profesión.
La búsqueda económicamente desacertada y poco realista de la reubicación, o "reshoring", de los empleos del sector manufacturero estadounidense corre el riesgo real de dañar profundamente una parte establecida del sistema de comercio de EU y del resto del mundo.
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