Por mucho tiempo oculté a mi familia mi punto de vista sobre la política de EU hacia Cuba.
Mis padres habían nacido en la isla y yo crecí con los cuentos de cómo sus familias habían escapado al nuevo y afianzado régimen de Fidel Castro en 1959.
A través de mi niñez (nací en Florida dos décadas después de que Castro tomara el poder) me encantaban los cuentos de la red clandestina de resistencia dirigida por mi abuelo materno para ayudar a sus amigos capitalistas a huir hacia EU a principios de la década de 1960 – cuentos que en ocasiones me contaron directamente ellos mismos. Del lado de mi padre dos tíos habían sido niños de la Operación Pedro Pan, enviados a EU por avión junto con otros niños huérfanos para reunirse posteriormente con sus padres y hermanos mayores.
Yo no soy extraordinario. La primera generación de cubano-americanos nacidos en EU a esa clase particular de emigrados cubanos pasó su juventud inundada en esos relatos – muchos ciertos, otros sin duda exagerados por el tiempo y el mito. Con ellos también comenzó nuestro adoctrinamiento anti-Castro, incluso desde antes de que pudiéramos hablar.
Cuando de adolescente comencé a deshacerme de las creencias de mis padres y abuelos para desarrollar las mías propias, sospeché que encontraría equivocados sus puntos de vista.
Pero yo no tenía razón ya que sus puntos de vista eran parcialmente correctos. Que el régimen de Castro merece una condena total no es una creencia enraizada en el trauma emocional de la experiencia del exilio. Existen hechos objetivos que apuntan a la misma conclusión.
Los hechos muestran que Cuba, más de 50 años después de La Revolución, tiene un historial terrible de derechos humanos, paga a sus ciudadanos el equivalente de apenas 20 dólares al mes, raciona la comida, restringe los derechos de propiedad severamente y amenaza a los disidentes políticos con el encarcelamiento.
Hoy día es más difícil encontrar apologistas declarados de izquierda que apoyen el modelo cubano que en las décadas que siguieron a la toma del poder de Castro, aunque siguen existiendo, sobre todo en Hollywood. Por ejemplo, en 2008 el actor Sean Penn entrevistó a Raúl Castro, el hermano más joven de Fidel y su sucesor como presidente, para la revista The Nation – y combinó la ignorancia y servilismo para crear una muestra incontrovertible de incompetencia periodística.
Hay expertos y políticos que son más sutiles pero a menudo siguen estando equivocados. Aunque reconocen la pobreza de Cuba, apuntan a sus logros en cuidados médicos sin notar la escasez crónica de medicamentos y los médicos que abandonan al régimen. O hablan del alto coeficiente de alfabetización, ignorando la represión a la libertad de prensa y la censura al uso del Internet y de libros controvertidos. Acusan al embargo de EU y las restricciones de viaje de separar a los cubanos del mundo e impedir el contacto con ideales democráticos, olvidando los millones de europeos y canadienses que visitan Cuba cada año.
Y sólo me refiero a la izquierda en EU – ni me preguntes acerca de las hordas de individuos absurdos que visten camisetas del Che Guevara en las capitales de Europa.
Pero al menos la izquierda, a pesar de su instinto exasperante de idealizar tragedias, muestra un útil sesgo cosmopolita y llega al final a la solución correcta acerca de cómo debe de tratar EU a Cuba: permitir viajes y comercio, esperar lo mejor sin tener expectativas y seguir adelante. Después de todo, en comparación con Cuba, ¿cuánta atención pone EU en la política doméstica de, digamos, la República Dominicana?
Los de la derecha tiene el problema inverso: describen certeramente un régimen odioso pero se aferran a la vez a una política cuya ineficacia – ya sea en debilitar al mismo régimen o mejorar la suerte del cubano promedio – está más allá de la duda.
Donde difiero de la derecha y de las generaciones mayores de mi familia – dije que sólo estaban parcialmente correctos – es mi oposición al embargo y al aislamiento general de Cuba. Tengo menos que decir sobre la obstinación de la derecha que sobre las tonterías de la izquierda, pero solamente porque una refutación más obvia necesita menos palabras.
Si las encuestas tienen razón, muchos cubanos de mi generación se encuentran en mi misma posición: con ningún cariño para los Castro o el punto de vista de la izquierda que los idealiza; ningún cariño para la política de aislamiento y el punto de vista derechista que lo acoge; pero mucho amor hacia mi familia a la que nunca quise molestar durante nuestras comidas revelando mi posición contra el embargo.
A pesar de mi inmenso orgullo familiar, simplemente encuentro extraño que Cuba siga siendo un punto focal en la política exterior de EU. Durante una semana en que el rublo ruso se cayó y los piratas informáticos de Corea del Norte despreciaron la industria cinematográfica estadounidense, los encabezados hablaron principalmente acerca de las relaciones de EU con un empobrecido y poco amenazante país de 11 millones de habitantes.
Una buena razón para normalizar la diplomacia es que este asunto debería dejar de importar. Y egoístamente me proporcionaría un tema menos que debo evitar cuando me reúna con la familia durante las fiestas.
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