“La comida es un largo camino hacia el postre”, escribe Ernesto de la Peña en Los sabores escondidos de la Ciudad de México y ese camino seguramente nos llevará hacia unos ‘suspiros’ o unos ‘besos’ de nuez de la calle Cinco de Mayo, en el Centro Histórico, donde un letrero anuncia un dulce viaje al pasado: “Dulcería de Celaya: casa fundada en 1874″.
Sus vitrinas llenas de jamoncillos, merengues, cocadas y dulces de leche, han visto nacer dos siglos y el transcurrir de tres: el paso del Porfiriato, la Revolución Mexicana, el cambio de una ciudad que se recorría en trajinera a una embotellada en automóviles, el nacer del Metro, sismos y todo tipo de historias a través de sus 148 años de vida.
“La Dulcería Celaya podría ser considerada Patrimonio Cultural de la Nación”, afirman en el libro Los sabores escondidos de la Ciudad de México.
Así nació Dulcería Celaya, una de las más antiguas
Este inmueble tiene una decoración estilo francés siglo XIX que permite hacer un recorrido a la ciudad de antaño.
Fue fundado por la familia Guízar de Arias en 1874, originalmente en la calle de Plateros (hoy Madero), justo al lado del café La Concordia, donde los hermanos Alfredo y Luis buscaban conquistar paladares con todo tipo de dulces tradicionales a una ciudad que había moldeado sus paladares al estilo conventual del Virreinato: con una fascinación por el azúcar y los postres.
A inicios del siglo XX se decidió ampliar la avenida Cinco de mayo, zona de callejones culinarios conocidos como ‘De la Olla’ y ‘De las Cazuelas’; con ello, los hermanos Guízar movieron su negocio a la ubicación actual, en el número 39 de esa vialidad. Con el tiempo abrieron una sucursal en la colonia Roma.
Durante sus comienzos, los dulces los llevaban a la Ciudad de México desde distintos estados del país, pero las ventas crecieron tanto que decidieron comparar las recetas a sus proveedores.
Así, llevaron al sótano de su casa cazos de cobre, un pequeño horno y palas de madera, y comenzaron a fabricarlos: apenas salía una charola diaria.
En la actualidad, hay alrededor de 150 dulces diferentes que retoman las recetas de los fundadores con una variedad envidiable de cualquier cuento de Hansel y Gretel o Charlie y la fábrica de chocolate.
Hay desde dulces que invocan a deidades con su sabor: los ‘aleluyas’ de almendras, nuez, dátiles o pistache, o las ‘glorias’ (de almendra y leche). También otros de memoria conventual, como dulces de leche, huevorreales (supuestamente probados por los virreyes), buñuelos o figuras de mazapán de almendra y rompope.
Preparan camotes, cocadas, reinas, palanquetas, frutas cubiertas, caramelos, charamuscas, chocolatinas, puerquitos de horno, pepitorias, queso de tuna, el huesito de Día de Muertos, las velas de almendra de Navidad y un sabroso etcétera.
Los amantes de los postres siempre recuerdan en lugares como este la anécdota de Pierrette Brillat-Savarin, la hermana del gastrónomo francés del siglo XVIII Jean Anthelme Brillat-Savarin, autor de La fisiología del gusto.
Pierrette tenía casi cien años y, después de cenar tuvo una sensación sobre el final cercano final de su vida, por lo cual cuentan que sus últimas palabras fueron: “trae el postre, creo que estoy a punto de morir”.
- ¿Dónde? Av. 5 de Mayo 39, Centro Histórico de la Ciudad de México, Cuauhtémoc, 06000 Ciudad de México, CDMX.
- ¿Cuánto? Hay precios variables, por alrededor de 30 pesos.