Recientemente, el título de un artículo en una revista especializada en temas de empresas familiares llamó especialmente mi atención y me llevó a comprender por qué se asociaba la economía colaborativa (sharing economy, gig economy) con tecnología y el futuro de las empresas familiares. Encuentro que el tema transversal o que une a los tres elementos, es la dupla emprendimiento-tendencias en el estilo de vida.
Reflexionando sobre los nuevos estilos de vida que se han ido manifestando, debo poner atención a la proliferación de emprendimientos surgidos en la última década. Una evidente crisis económica global derivada de la pandemia por el COVID-19 en la que, entre otras afectaciones, millones de personas en el mundo se quedaron sin trabajo, obligó a la humanidad, en general, a idear nuevas formas de generar ingresos. El resultado es lógico: con un contexto de reducción de las barreras de entrada, la manifestación de una pujante actividad emprendedora ha derivado en la creación de múltiples modelos de negocio.
Ahora bien, si reconocemos por un momento que la columna vertebral de las empresas familiares es la cultura emprendedora, ¿qué implicaciones tendrían para ellas el acceso a la tecnología y los cambios de estilo de vida detonados por la pandemia, que abren la posibilidad para las nuevas generaciones de no anclarse en la empresa establecida por sus antecesores? Ante estos panoramas, hoy más que nunca, las familias empresarias tienen el reto de incorporar las distintas perspectivas generacionales y hacer realidad un legado colaborativo.
Está claro que no es sostenible esperar que cada individuo en una familia determinada, sólo por haber nacido en ella, obedezca o siga un camino que no lo identifica. Por el contrario, el amor y la generosidad, cuando se comparte un camino de prosperidad, deben dar espacio también para la independencia y la libre elección de la identidad personal sin renunciar a la identidad familiar, sin olvidar que, en general, aunque los seres humanos buscamos espacios y condiciones que nos den cierta seguridad y comodidad, estamos dispuestos a tomar riesgos por ganar algún grado de independencia y posibilitar sentimientos de realización personal.
¿A dónde quiero llegar con esta reflexión? A que, en la empresa familiar, lo que para algunos puede ser el caldo de cultivo perfecto para seguir acumulando éxitos empresariales, para otros puede resultar una jaula de oro (que por muy dorada, no deja de ser prisión).
Encontrar los espacios conversacionales para conocer las expectativas y aspiraciones de cada miembro de familia es una tarea sencilla, pero tan obvia que en ocasiones se pasa por alto y las consecuencias repercuten en silencios dolorosos y frustraciones eternas. No se trata sólo de garantizar un estilo de vida o seguridad económica, sino que el objetivo es construir de manera conjunta un propósito de trascendencia; y aunque no es algo que pueda solicitarse en un mostrador, el solo proceso para lograrlo es ya garantía de trascendencia.
Ahora bien, el concepto de economía colaborativa ha permanecido ya por varios años en el discurso público, evidentemente por las implicaciones en el dinamismo de los mercados.
La economía colaborativa tiene que ver con modelos de producción, consumo o financiación, basados en el intercambio y aprovechamiento distribuido de recursos disponibles entre iguales (persona a persona, empresa a empresa), a través de plataformas digitales; los modelos de negocio basados en ella permiten utilizar, compartir, intercambiar o invertir recursos o bienes; ejemplos de estos serían plataformas como Uber, Airbnb, Donadora, Ecobici, entre otras.
Un caso ejemplar de esta tendencia se ha dado en Suecia donde ciertas leyes que les dan a los trabajadores el derecho a emprender por un período mínimo de 6 meses al año, han posibilitado el avance del país al segundo lugar en generación de startups digitales, sólo después de los Estados Unidos, con Spotify, Skype, Minecraft, Karma y Mimbly como algunos ejemplos exitosos.
¿Y qué pueden aprender las familias empresarias de este fenómeno económico? Para propiciar la continuidad de las empresas no deben faltar las políticas de emprendimiento que brinden flexibilidad e independencia a las nuevas generaciones (abriendo la jaula de oro).
Estos procesos podrían ser una oportunidad para potenciar la generación de valor y la sostenibilidad de los legados multigeneracionales aprovechando las tecnologías y la orientación emprendedora propia de la gig economy.
Al identificar el talento, retar al statu quo y confiar en las capacidades de quienes quieren emprender, sumarse a estas tendencias posibilitaría que las nuevas generaciones vivan la resiliencia y satisfacción de contribuir significativamente al legado del cual han sido parte.
Al final, para todas las empresas, familiares y no familiares, serán los emprendimientos de base tecnológica, o nuevos modelos de negocio que resuelvan verdaderos dolores de la humanidad, los que definirán las tendencias económicas globales en las próximas décadas. Y no es la tecnología la que marca tendencia, sino la sociedad y sus estilos de vida.
Tal como lo declara el historiador económico Louis Hyman: “La historia del trabajo muestra que la tecnología no suele impulsar el cambio social. Por el contrario, el cambio social suele estar impulsado por las decisiones que tomamos sobre cómo organizar nuestro mundo”.
La autora es directora del Instituto de Familias Empresarias del Tecnológico de Monterrey.