En los últimos años, hemos sido testigos de una tendencia preocupante en la política mexicana: ver gobernadores electos que abandonan su cargo antes de completar su mandato para buscar la Presidencia de la República. Este fenómeno plantea importantes interrogantes sobre el compromiso con el servicio público y la estabilidad política a nivel estatal.
Es comprensible que la ambición política sea un motor poderoso en la carrera de cualquier líder; sin embargo, debemos preguntarnos si este deseo de acceder a un cargo más alto debería prevalecer sobre el deber de cumplir con el mandato para el que ya fueron elegidos por la ciudadanía.
Samuel García pretende, o nos hace pensarlo, que está dispuesto a interrumpir el periodo para el que fue electo para representar y velar por los intereses de Nuevo León durante seis años. Antes de iniciar su gestión afirmó en diversas entrevistas que no dejaría la gubernatura por el afán de ser candidato presidencial. Eso no solo deja un vacío de liderazgo, sino que también plantea cuestionamientos sobre la integridad de sus palabras como ejecutivo estatal. El gobernador hizo un compromiso con la ciudadanía y eso, si se ofreció desde la honestidad, debería ser suficiente para hacerle honrar sus propias palabras. Al abandonar esta responsabilidad, deja a quienes confiaron en él, sin la representación y el liderazgo en el que creyeron.
La gestión del estado de Nuevo León requiere tiempo, dedicación y continuidad en la ejecución de políticas y proyectos. Si el gobernador renuncia antes de completar su mandato, se interrumpe el proceso de implementación y con toda seguridad habrá un desajuste en la continuidad de las políticas públicas, que él mismo implementó.
Al solo decir que podría dejar su cargo, el legado de Samuel entra en el campo del embuste, la farsa, la falta de compromiso y la falta de integridad. Que lo haga, a final de cuentas, la ley se lo permite; sin embargo, en este momento es muy dudoso que tenga éxito en esa aventura política. ¿Qué incentivos tiene entonces para abandonar el cargo tan temprano?
Abandonar su mandato, abona a pensar que actúa, sin el menor recato desde la mentira.
Los efectos de decir una cosa, y hacer otra, lo coloca en el grupo de quienes velan más por sus intereses personales, que por cumplir con sus responsabilidades.
Al deslizar la idea de retirarse prematuramente de la responsabilidad de gobernar por seis años, ha contribuido a incrementar el ambiente tóxico que prevalece en estos días en su relación con los alcaldes y el Congreso y la desconfianza entre los ciudadanos.
No haber sido sincero al prometer en su campaña, denigra (sabiendo que no cumplirá lo ofrecido) y afecta la pobre imagen que se tiene de los políticos. Al normalizar la mentira como su estrategia comunicacional, él mismo se despoja de credibilidad. Samuel García tiene la responsabilidad de honrar su eslogan de campaña, “Lo nuevo, que se vaya la vieja política”. El gobernador debe ser congruente entre sus dichos y sus actos.
Quizá mentir hoy, le genere ganancias a corto plazo, pero los efectos en su historia, en su legado como joven político que prometía, se quedará en eso, que prometía, pero no cumplió. Es decir, He did not delivered. Pasará a la historia pública del Estado como uno más que incumplió su compromiso.
Decir que está pensando en contender por la Presidencia, sólo se comprende porque lo están presionando, porque no es quien dice que es, o porque no es más que uno más de la vieja política.
Deseamos que despierte el hombre de estado que parecía que vivía dentro de él, que cumpla su compromiso, que termine sus seis años de gobierno, que lo haga bien, que siga trabajando por “Un nuevo Nuevo León”, y que así trascienda.