La empatía es un valor de gran importancia que nos permite llevar una vida social saludable y enfrentar la complejidad de las relaciones humanas en un mundo diverso y en constante cambio. En este sentido, la empatía desempeña un papel crucial en la creación de comunidades. Los profesionales que estudiamos el comportamiento humano comprendemos que la expresión empática es esencial para el desarrollo humano, especialmente en la búsqueda de un mundo más justo y libre de violencia.
La empatía nos lleva a interesarnos genuinamente por otras personas y a comprender sus preocupaciones y contextos, alejándonos del juicio y la crítica. Esta capacidad de entender las emociones y pensamientos del otro es una parte esencial de la inteligencia emocional, ya que nos permite identificar y gestionar nuestras propias emociones y las de los demás. De hecho, como bien afirmó Stanley McChrystal, el liderazgo efectivo se reduce en gran medida a la empatía.
Hace más de dos mil años, Publio Terencio Afro escribió la frase que resume la esencia de la empatía: “Nada de cuanto es humano me es ajeno”. Esto significa que, como seres humanos, podemos comprender y relacionarnos con las experiencias y emociones de otros. Hemos sentido el dolor, la tristeza, el amor, la frustración, la felicidad y la ira, lo que nos conecta con los demás de una manera profunda.
El poeta Octavio Paz expresó esta idea de manera extraordinaria en su poema “Piedra de Sol”:
“Para que pueda ser, he de ser otro, salir de mí, buscarme entre los otros, los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia, no soy; no hay yo, siempre somos nosotros.”
Sin embargo, la empatía puede ser problemática si no sabemos equilibrarla. Paul Bloom, en su libro “Contra la empatía”, argumenta que puede provocar sesgos y conducir a decisiones impulsivas, pues emplea emociones inmediatas y personales que no consideran aspectos racionales y el anticipar consecuencias a largo plazo. En este contexto, la propuesta es enriquecer la empatía con una compasión racional, lo que implica sí sentir y comprender las emociones de los demás, pero también considerar de manera crítica el contexto más amplio de las situaciones y las consecuencias de las decisiones que tomemos frente a ellas.
Uno de los contextos en los que más se resiente la falta de empatía es cuando nos equivocamos. En el ámbito humano los errores son inevitables. Aunque desearíamos que no ocurrieran, pueden afectar nuestros proyectos, imagen y resultados. La forma en que los líderes reaccionan frente a los errores influye en la lealtad y la confianza de los colaboradores. Según las investigaciones, una respuesta compasiva del líder ante los errores conduce a mejores resultados. Además, estas situaciones pueden ser oportunidades para proporcionar retroalimentación constructiva, ofrecer orientación y compartir experiencias de aprendizaje, incluso de los propios errores del líder.
En ese sentido, la empatía es el primer paso para crear ese entorno de seguridad psicológica que permita no perder de vista el valor de la persona y aprovechar esas experiencias para el crecimiento y aprendizaje individual y organizacional, que es una de las principales responsabilidades de un líder. Con ese inicio entonces podemos movernos a la compasión racional, tomando decisiones más equilibradas y estratégicas, considerando el bienestar a largo plazo y disminuyendo el componente impulsivo que advertía Bloom. Al final, la empatía puede ayudar a los líderes a generar interacciones en las que las personas salgan creyendo más en sí mismas, con mayor confianza en la relación con su líder y en un estado mental y emocional que permita enfrentar con mayores recursos los problemas.
Para desarrollar la empatía en nuestro rol de líderes, aquí hay algunas recomendaciones:
· Escucha activa: Prestar atención genuina a lo que otros tienen que decir sin distracciones ni interrupciones.
· Comunicación abierta y honesta: Fomentar un ambiente en el que los colaboradores se sientan cómodos expresando sus opiniones y preocupaciones.
· Aceptación de las diferencias: Reconocer la singularidad de cada individuo y trabajar en la superación de los sesgos cognitivos a través de la autoconciencia.
· Desarrollo del respeto: Fomentar un entorno de respeto mutuo donde todas las voces sean valoradas y respetadas.
· Sensibilidad al contexto y realidades de los otros: Comprender que las circunstancias personales pueden influir en las acciones y reacciones de los demás.
· Actuar de manera compasiva: Enfocarse en comprender y apoyar a los demás en lugar de juzgar o culpar.
· Perdonar los errores: Reconocer que todos cometemos errores y estar dispuestos a perdonar y ayudar a los demás a aprender de ellos.
· Dedicar tiempo a conocer a los colaboradores y compañeros: Entender sus aspiraciones, desafíos y metas personales.
· Balancear la mente y el corazón: Ejercitar una mente abierta y calmada, además de un corazón sensible y conectado con las necesidades y emociones de los demás.
La autora Profesora del Tecnológico de Monterrey y de EGADE Business School especialista en capital humano, liderazgo, psicología positiva, trabajo en equipo, motivación, educación y comunicación.