Cuando se hacen comparaciones internacionales del mundo laboral, uno de los datos que sobresale es que los mexicanos suelen dedicar más horas a su empleo comparados con otros países.
De acuerdo a la OCDE, en 2019 cada empleado mexicano trabajaba 2,137 horas al año, mientras que el promedio en los países miembros de esta organización era de 1,726; es decir, en promedio en México se dedican 41 horas semanales al empleo, mientras que el promedio de la OCDE es de 33. Aunque este indicador puede considerarse como una muestra del compromiso laboral y ética del trabajo, contraria al estereotipo del mexicano entregado a la fiesta o la nostalgia, también puede ser una cifra que cause cierta inquietud.
Una cantidad alta de horas trabajadas, mientras nuestro PIB per cápita es menor, nos recuerda los problemas de productividad de la economía mexicana. Además, jornadas extensas de empleo pueden ocasionar problemas para el balance entre la vida personal y familiar con el mundo del trabajo, sobre todo si consideramos que algunas personas llevan a cabo jornadas mucho más extensas que el promedio.
Para tener una idea más clara acerca de quiénes son aquellas personas que tienen jornadas extensas que pudieran generar inquietud, vamos a utilizar los microdatos de la Encuesta Nacional de Empleo del último trimestre de 2023.
Ahí se reporta el número de horas trabajadas a la semana y vamos a utilizar como punto de corte 60 horas o más semanales en el empleo. Aunque parece una cifra elevada, el 12.7 por ciento de los empleados reportan permanecer en su empleo jornadas de esa magnitud.
Hay algunas variables que están correlacionadas con estas jornadas. Son más comunes entre empleados de baja escolaridad e ingresos por hora bajos, también en empresas de menor tamaño. Por ejemplo, entre los empleados con ingresos por hora menores a 50 pesos, el 17 por ciento reporta estas jornadas extensas, mientras que esa cifra disminuye a solo 6 por ciento en niveles salariales por hora superiores. Aunque también es importante notar que es una característica que predomina un poco más entre empleados formales y en zonas urbanas.
Además, estas jornadas extensas no se limitan a los subordinados, sino que son algo común entre los propios empleadores y los autoempleados. Así, pareciera que una alta proporción de empleados y empresas con menores ingresos por hora trabajada tratan de compensar esa carencia con jornadas más extensas.
En cuanto a la posible relación de estas largas jornadas de empleo con la vida personal y familiar, es de notar que las jornadas extensas suceden más en la etapa intermedia de la vida productiva, cerca de los 40 años, estando casados y entre los hombres. También son una característica en hogares con un mayor número de niños y adultos mayores que dependen de los ingresos de las personas en edad productiva.
Por el contrario, las jornadas extensas se reducen conforme hay más miembros del hogar participando en el mercado de trabajo. El hecho de que este tipo de jornadas ocurran más entre los hombres y en hogares con menos miembros participando en el trabajo remunerado sugiere que jornadas extensas de trabajo forman parte de arreglos tradicionales de hogares en los que los hombres tienden a llevar a cabo las actividades de trabajo fuera del hogar y las mujeres dentro del hogar.
En la búsqueda por disminuir las jornadas extensas, se ha planteado reducir la jornada máxima estipulada en la Ley Federal del Trabajo de 48 a 40 horas. Actualmente, cerca del 27 por ciento de los empleados formales reportan jornadas superiores a las 48 horas y más de la mitad tienen una jornada mayor a 40 horas, por lo que la iniciativa es un cambio que podría afectar a una proporción importante de empleos.
No es claro cuáles serían las reacciones de empleados y empleadores para saber en qué medida esta modificación legal puede abonar a un mundo laboral con un uso más eficiente del tiempo y con balance adecuado para la vida personal y familiar.
Considerando la alta proporción de población que cumple jornadas superiores al límite legal actual, tanto en el sector formal como en el informal, parece que se requiere mucho más que ese cambio legal para un cambio profundo.
El autor es economista y profesor investigador en la Escuela de Negocios de la Universidad de Monterrey. Sus investigaciones abarcan la economía laboral y el desarrollo económico.