En medio de los enormes problemas de mediano y largo plazo que
representan para México los cambios en los ámbitos macroeconómico
y político internacional, es necesario darnos una pausa para analizar los otros grandes retos que enfrentamos como comunidad, e identificar las potenciales estrategias que debemos implementar en un entorno regional sobre el cual, en principio, nuestro gobierno local tiene una mayor capacidad de incidir.
Diariamente y temprano en la mañana, durante mi traslado al trabajo, me corresponde ser testigo visual de la densa y enorme cantidad de partículas contaminantes que nublan la visibilidad de la ciudad de Monterrey y que muestran la pobre calidad del aire que, junto con todos mis conciudadanos que viajamos en esa dirección, respiraré durante ese día. El escenario anterior puede llegar a ser deprimente,
dependiendo de la velocidad y fuerza los vientos que ayuden a circular estos gases a otras comunidades fuera de la zona. No obstante a lo acostumbrado que pudiéramos estar con dicho fenómeno, considero que es necesario no evadirlo y cuestionar esta realidad, y comenzar a ocuparnos sobre qué habremos de hacer para remediar tal alarmante situación.
Como lo he comentado anteriormente en esta misma columna, esa enorme masa de gases contaminantes emanados de miles de vehículos automotores, de la mano de los emitidos por los conglomerados industriales de la zona que persisten cohabitando con áreas residenciales, han llegado a colocar a Monterrey y su zona conurbada en el nada digno primer lugar de ciudades contaminadas en América Latina, lo anterior de acuerdo a estudios realizados por la Organización Mundial de la Salud a cerca de tres mil ciudades en todo el mundo.
A principio del Siglo XX, las enormes fumarolas de la industria del acero en Monterrey eran sinónimo de la pujanza económica y del desarrollo industrial de la región; actualmente, estas mismas fumarolas son sinónimo del potencial daño en salud que quienes vivimos en esta comunidad enfrentamos sin poder hacer individualmente mucho al respecto.
En un reportaje reciente, autoridades médicas del Hospital Universitario en el área de neumología indicaron que en presencia de altos niveles de contaminación las consultas diarias se disparan entre 10 y 12 por
ciento, y que las consultas en pacientes con asma o síntomas de alergia controlados pueden aumentar hasta en un 30 por ciento bajo estas mismas condiciones (El Norte, jueves 12 de enero).
A pesar de lo anterior, los programas de respuesta por contingencia
ambiental en el AMM han sido tolerantes en su acción cuando se compara con los niveles permitidos de contaminantes. De acuerdo con el "Sistema Integral de Monitoreo Ambiental (SIMA)", del cual es responsable la "Secretaría de Desarrollo Sustentable", existen 5 niveles de calidad en el aire ordenados de acuerdo al "Índice Metropolitana de Calidad del Aire de México (IMECA)": Buena (0-50), Regular (51-100), Mala (101-150), Muy Mala (151-200) y Extremadamente Mala (201 en
adelante). Por otra parte, si bien un indicador por encima de los 100 puntos IMECAS considera que la calidad del aire es mala, las acciones del "Programa de Respuesta a Contingencias Atmosféricas" son insuficientes y se limitan a avisos a la comunidad hasta que los indicadores llegan a niveles de aire por encima de los 185 puntos, y la suspensión de actividades se limita a las oficinas públicas y lugares recreativos únicamente a partir de los 280 puntos.
Si bien, los enormes problemas de contaminación son producto de décadas de falta de planeación urbana en la zona, es necesario ir más allá de medidas reactivas como las planteadas anteriormente, para comenzar a implementar actividades de orden preventivo y proactivas, incluyendo la imperante necesidad de contar con un servicio de transporte público de vanguardia, eficiente y suficiente para abastecer la gran demanda por este servicio.
En otras palabras, nuestra comunidad enfrenta desde hace tiempo un enorme reto económico en equilibrar óptimamente su desarrollo industrial con el también necesario bienestar de los ciudadanos que conformamos esta comunidad. Así, de la mano de métricas convencionales como el crecimiento en el ingreso, la productividad, y el empleo, se vuelve fundamental colocar de nuevo a la calidad de vida de
nosotros ciudadanos como una variable a cuantificar y dar seguimiento
para medir el desarrollo social de nuestra comunidad, y la capacidad de las acciones del gobierno para incidir en él.
* Doctorado en Economía en la Universidad de Chicago. Es Profesor-
Investigador de la Facultad de Economía de la UANL y miembro del SNI-CONACYT Nivel 1.
Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.