En la columna pasada elaboré una breve reflexión sobre las condiciones necesarias para garantizar que las innovaciones tecnológicas, en forma de acceso a comunicación, información y reducción en los tiempos de procesos productivos, sean traducidas en las condiciones productivas necesarias para incrementar la productividad y el desarrollo de una sociedad.
Parte de las conclusiones fue que este aprovechamiento se logra a partir de la adecuada sincronización entre avances tecnológicos y la acumulación de capital humano que permita absorber y utilizar efectivamente cada una de esas innovaciones en favor de optimizar su bienestar e incrementar la productividad efectiva. Sin embargo, además del aprendizaje y asimilación de la tecnología en los procesos productivos, un segundo reto que enfrentamos en nuestra sociedad contemporánea, y en particular para países en desarrollo como México, es la inversión requerida en recursos energéticos necesaria para garantizar el funcionamiento de todos estos nuevos avances.
El acceso a cada nuevo producto o servicio tecnológico, por ejemplo para el individuo común en forma de teléfonos celulares, tabletas, o computadoras, o para las grandes empresas en procesos productivos altamente mecanizados, representa contar con los recursos de oferta energética necesarios para garantizar el funcionamiento del mismo; esto es, la provisión de cada nueva tecnología requiere de energía (eléctrica, por ejemplo) para su adecuada operación.
En fechas recientes, cuando en los medios de comunicación se trata de estudiar el tema de energéticos, analistas y especialistas se han concentrado a reducir la discusión a un tema de inversión en extracción y explotación de recursos petroleros, cuando en realidad, existen otros muchos temas con impacto social importante, necesarios de investigar y plantear soluciones, siendo uno de ellos el estudio del crecimiento en la demanda de energía del país, y la falta de inversión en nuevas alternativas de oferta energética nacional.
La producción, provisión y distribución de energía en México, en particular la energía eléctrica, está en el corazón de los grandes retos que enfrenta nuestra sociedad en el corto plazo.
Cada día, la demanda de energía que representan el número de usuarios en redes de comunicación, el número de viviendas con requerimientos en instalaciones eléctricas, así como el tamaño de la capacidad productiva en forma de nuevas empresas o empresas de mayor tamaño, se incrementa a una tasa acelerada a nivel nacional e internacional; este crecimiento es diferenciado a lo largo del país y es relativamente mayor en las zonas urbanas.
No obstante lo anterior, en medios o anuncios de política pública gubernamentales, no existe evidencia de inversiones (ya sea pública o privada) que haga frente a este enorme reto.
Esto quiere decir que existe el potencial de enfrentar un rezago importante en satisfacer el crecimiento en la demanda de energía en los próximos años. Por ejemplo, no obstante el precio del consumo diferenciado por zonas que refleja el costo de producción y distribución, en algunos sectores residenciales de Monterrey resulta cada vez más común experimentar fallas eléctricas temporales.
No es difícil de imaginar que, en épocas de calor extremo como verano, la demanda de energía se dispara en función del incremento en consumo necesario para alimentar refrigeradores y aparatos de clima que mitiguen el calor experimentado por estos hogares. Estas fallas, si bien breves y resueltas en relativamente poco tiempo, muestran lo necesario que resulta invertir en infraestructura para poder continuar dando acceso a dicho servicio, particularmente en la época donde se disparan la demanda.
La política pública se ha movido en dirección a fortalecer la construcción de edificios y viviendas con uso eficiente de energía.
Esta política va de la mano de las nuevas certificaciones internacionales sobre el uso eficiente de la energía, mostrando al consumidor opciones de electrodomésticos que son amigables con el medio ambiente al requerir menos consumo de energía para su correcto funcionamiento.
Lo cierto es que, desde un punto de vista económico, si la tasa de crecimiento en la demanda de energía derivada del margen extensivo de mercado (esto es, los nuevos usuarios que se integran al uso de servicios que necesitan de electricidad) excede a la tasa de ahorro derivada de las innovaciones en el ahorro energético, resulta fundamental inversión directa para garantizar la provisión de energía necesaria en el país.
El autor es Doctor en Economía por la Universidad de Chicago y Profesor-Investigador de la Facultad de Economía de la UANL y miembro del SNI-CONACYT Nivel 1.
Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.