Más de 10 mil personas, la gran mayoría mujeres; casi el 20 por ciento son menores de edad. Detrás de estas cifras hay historias humanas de personas que han sobrevivido a la violencia sexual y pidieron ayuda en los centros de salud apoyados por Médicos Sin Fronteras en la República Democrática del Congo. Dado el estigma que enfrentan las pacientes que atendemos, estas cifras no llegan a representar la verdadera magnitud del problema: 10 mil 810 personas encontraron la fuerza para buscar ayuda, ¿Cuántas más sufrieron y continúan soportando las consecuencias solas, en silencio?
Si sus historias son a menudo similares, todas las personas que conocimos dicen que soportan su propio dolor a diario. Experimentan así una doble pena, la de las lesiones físicas y psíquicas, esto sin contar la menos visible y tácita, la exclusión socioeconómica.
Léonie, 40 años, Kasai
“Sucedió en el camino de regreso a casa. Caminábamos, mi familia y yo, cuando nos encontramos con hombres que portaban armas. Nos secuestraron y amenazaron con matarnos. Me violaron, delante de mis hijos. Tenían seis años y no pude huir; no quería que los hombres lastimaran a mis hijos.
Ya no soy la misma persona. Siento dolor por todas partes, en la espalda, en la parte baja del abdomen … Pero lo peor es la mirada de los demás, el aislamiento. Cuando llegué a casa, mi esposo me dijo que nuestra unión había terminado. No pudo soportar lo que vio. Me repudió y nos echó de la casa, a los niños y a mí. Vivo con familiares desde hace tres meses. Mis hijos ya no ven a su padre y trato de apoyarlos vendiendo pequeñas cosas al lado de la carretera.
Cuando los miro, siento vergüenza. Es una pena cuando pienso en lo que vio mi hijo mayor, que tiene 12 años y fue testigo de la violación de su madre por seis hombres. Vergüenza por haber sido expulsado de mi casa. Lástima que mi esposo y su familia me hubieran difamado y señalado. A mis hijos les va mal. Cuando los miro, bajo la mirada y ellos también’'.
Félicité, 19 años, Kivu del Norte
“Después de la muerte de mi padre, me fui a vivir con mi tío. Cuando su esposa salió a comprar artículos, intentó sin éxito tener sexo conmigo. Quería que fuera suya, él insistió.
Un día vino a mi habitación y me trajo un refresco. Después de beberlo, perdí el conocimiento: había drogas en él. Me desperté después de que me violara, estaba tan asustada que no sabía cómo hablar de eso. Tenía miedo de denunciarlo, de que la gente se burlara de mí. Pero un día tuve el valor de contárselo a su esposa porque era demasiado difícil vivir con este secreto. Ella me echó de la casa diciendo que estaba tratando de crear un problema dentro de su familia.
Después de eso, ya no sabía qué hacer, solo tenía 17 años y tenía que averiguar cómo ganarme el pan de cada día. No tenía ningún otro lugar adonde ir. Para sobrevivir, me convertí en trabajadora sexual“.
Louise, 28 años, Ituri
“He estado viviendo en un albergue para desplazados internos durante dos años desde el ataque a mi aldea. Volvía de un funeral cuando un hombre que conocía me atrapó y me violó. Me había propuesto matrimonio antes, pero yo me negué a casarme con él. Soy una persona divorciada, mi esposo no cumplía con sus obligaciones, estaba bebiendo y gastando todo nuestro dinero. Mi violador no estaba armado. Me quedé muy conmocionada. Logré llegar a casa y encontrar a mis hijos.
Fui al hospital. Allí me hice una prueba de embarazo y decidí hacerme un tratamiento médico para no quedar embarazada como consecuencia de esta violación”.
Marie, 20 años, Kivu del Norte
“Iba de paseo al campo. Alrededor de las 3 de la tarde, unos hombres nos detuvieron en nuestro camino. Pidieron a los hombres que venían con nosotras que se sentaran en el suelo. Dijeron: “Ustedes, las mujeres, bajen al monte”.
Luego empezaron a violarnos uno tras otro. Una de nosotras gritó y quiso resistirse. Pero empezaron a cargar sus armas diciendo que nos iban a matar si nos seguíamos resistiendo. Así es como nos violaron a todas. Antes de irse, se llevaron nuestros teléfonos”.
Jeanne, 28 años, Kasai
“Fui a ver a mis padres en su pueblo, en el campo; Les traje comida porque son viejos y necesitan mi ayuda. Me encontré con cinco hombres portando armas en la carretera. Me agarraron, me tiraron al suelo … Dos me violaron, y los otros tres esperaron a que terminaran de violarme, después me dejaron allí. Se llevaron todo lo que tenía, el poco dinero que tenía conmigo.
Regresé a casa como pude, sentía dolor por todas partes. Cuando llegué a casa y le expliqué a mi esposo lo que había sucedido, me echó y me separó de mis tres hijos. Fueron confiados a una tía; no me permite visitarlos. Tienen entre dos y seis años, son tan pequeños”.
Bernadette, 28 años, Ituri
“Vengo de un pueblo cerca del lago Albert que fue atacado. Por eso vine a refugiarme aquí. Durante el ataque, uno de los hombres armados me preguntó: entre la vida y la muerte, ¿Qué eliges?
Yo respondí: ¡vida! Entonces me violaron. Muchas veces.
Después de varios días, fui a ver a la agente de salud comunitaria para contarle lo que me había pasado. Luego me refirió a MSF. Allí pude tomar medicamentos y me atendieron psicológicamente. La vida es dura. Sufro mental y físicamente las consecuencias de esta violación. Quiero que la paz llegue a Ituri para volver con mi familia y a mi pueblo”.