Keiber Bastidas, su esposa Daniela y sus dos hijos ya estaban exhaustos cuando llegaron a las puertas del Darién. Al menos 25 días habían pasado desde el día en que, hartos de que el trabajo intenso de cada mes en Ecuador apenas alcanzara para pagar un alquiler en Guayaquil, decidieron salir de ese país con rumbo a Estados Unidos. El éxodo desde Venezuela cinco años atrás les había dejado la valentía suficiente para empezar nuevamente de cero.
Esta vez fueron 25 días de caminar al sol y al agua por carreteras eternas, arriesgar su vida al ‘muliar’ o encaramarse a camiones de doble remolque en movimiento, dormir en las calles y guardar los pocos pesos ahorrados para comer algo. 25 días de soportar el rechazo y la xenofobia y de vez en cuando recibir la ayuda de personas particulares, sin encontrar albergue ni alimento en esos casi 1.900 kilómetros de carretera hasta Turbo (Antioquia), en el nororiente de Colombia.
Luego tomaron un bote que los llevó en hora y media por el mar Caribe a Acandí (Chocó) y se adentraron cinco días en la selva. Allí evitaron abismos, cruzaron ríos sin saber nadar y vieron cómo muchos se quedaban en el camino por caídas o ahogamientos o por la violencia ejercida por criminales.
Estas son las mismas condiciones que han vivido los casi 500 mil migrantes que han cruzado la selva del Darién en 2023. Las vulnerabilidades se suman y multiplican, y siguen encontrando una respuesta insuficiente e inadecuada. Cada nuevo año el número vuelve a batir el récord, pero la respuesta sigue siendo la desprotección. En todo 2022 fueron 248 mil, y en 2021, 133 mil.
“La cifra de migrantes que han cruzado la selva equivale a más del 11 por ciento de la población de Panamá. Esta es una crisis sin precedentes a la que no se ha volcado la suficiente atención global ni regional; no se han garantizado rutas seguras a los migrantes, ni suficientes recursos para las organizaciones que los atienden”, señala Luis Eguiluz, coordinador general en Colombia y Panamá de MSF (Médicos Sin Fronteras).
Ruta de desatención
Durante 2023, MSF ha recorrido las principales rutas de tránsito de migrantes por Colombia. “Lo que hemos evidenciado y escuchado de ellos es que quienes transitan por el sur del continente están expuestos a una situación de extrema vulnerabilidad: hambre, ausencia de alojamientos y fuentes de agua, cobros excesivos, desinformación y estafas, xenofobia y violencia física, psicológica y sexual. Todo esto inicia mucho antes de que los migrantes lleguen a la selva del Darién, aunque sea allí en donde se hace evidente”, señala Eguiluz.
Una de las rutas desatendidas en Colombia inicia por el puente de Rumichaca, que conecta a Tulcán (Ecuador) con Ipiales (Colombia), por donde ingresaron Keiber y familia.
Allí, MSF conoció también el caso de las familias de Friangerlin y Yucleisy, dos mujeres venezolanas. Caminaban agotadas, envueltas en cobijas y con la piel y los labios quebrados por el frío y la altura. Friangerlin, embarazada, arrastraba un carrito de mercado del que se veían tambalear los pies de un niño que dormía exhausto. Llevaban cuatro semanas viajando. Iban las dos, con sus esposos y cuatro niños, de regreso a Venezuela. Yucleisy recogería a sus otros hijos para salir luego juntos al Darién; Friangerlin aún no estaba segura. “Estoy cansada de migrar”, dijo.
“Saliendo de Guayaquil nos amenazó un grupo de hombres a los que les dicen “los hinchas”. Nos dijeron que, si no les pagábamos, nos iban a quitar los bebés, pero nuestras parejas se revelaron y les dijeron que tenían que matarnos para quitarnos nuestras cosas o nuestros bebés”, contó Yucleisy.
Los relatos de hechos violentos en el sur del continente son una constante. “Desde Perú tomé un autobús que me llevó a Huaquillas (ciudad de Ecuador fronteriza con Perú). Allí unos hombres nos llevaron a 10 migrantes y nos robaron toda la plata, a las mujeres las hacían desnudar, se llevaron los teléfonos también y decían que, si hablábamos, nos mataban. Cargaban cuchillos y pistolas”, contó David Fuentes, un migrante colombo venezolano que trabajó en Perú como vendedor ambulante.
“En Perú nos íbamos a subir a una tractomula (camión de doble remolque) y un hombre que iba subido intentó herirnos con un cuchillo. Luego en Ecuador estábamos durmiendo en un parque y un agente policial nos despertó con gas pimienta para que nos levantáramos de allí”, dijo Luis Jesús Wilches, también venezolano.
Como ellos, a diario ingresan por el sur de Colombia cientos de venezolanos y haitianos en su segunda migración, migrantes del sur del continente como ecuatorianos y peruanos, y personas de lugares tan lejanos como China, India, Afganistán, Bangladesh, Camerún y Burkina Faso que aterrizan en Ecuador o Brasil para luego continuar la ruta por tierra.
“Según testimonios de los migrantes con menos recursos económicos, en la ruta por Ecuador solo encuentran apoyo en dos ciudades: Ibarra y Tulcán, muy cerca de Colombia. Luego, en Ipiales, organizaciones locales con fondos internacionales, tienen algunos albergues en los que los migrantes pueden acceder a una ducha, hospedaje una noche y a tres platos de comida, pero luego deben salir”, explica Luis Eguiluz.
Ante el vacío de atención y recursos, son apenas el 2.2 por ciento de los migrantes quienes pueden acceder a estos centros; más del 73 por ciento de las familias deben dormir en la calle o parques públicos y el 75 ciento no tiene acceso suficiente a agua potable, según verificó recientemente la Procuraduría de Colombia. En más de mil 200 kilómetros, desde Nariño hasta Antioquia son casi nulos los auxilios para la población en tránsito.
Keiber cuenta que, en Medellín, la principal ciudad de Antioquia, él, su esposa y sus niños tuvieron que dormir dos noches en el suelo de un peaje, arropados por una sábana. “Decidimos subirnos a una cementera hasta Santafé de Antioquia, un pueblo inolvidable con gente muy amable. Un señor nos vio esperando y nos dio 50 mil pesos (12 USD) para que comiéramos. Luego nos subimos en tractomulas hasta Turbo”, recuerda.
Y luego vino el Darién, una selva de 5.000 kilómetros cuadrados, frontera natural entre Colombia y Panamá. Allí, además de los riesgos geográficos, los migrantes están expuestos a todo tipo de vejámenes por parte de criminales: ataques, robos, secuestros y violencia sexual. “El Darién es lo peor que he tenido que vivir en mi vida, no se lo deseo a nadie. Duramos caminando cinco días por lo que vinimos con los niños. Pasamos demasiados precipicios. En una cascada, después de que pasamos nosotros murió un señor. Tenemos todos los dedos pelados con llagas con sangre”, explicó Keiber mientras sus hijos de 1 y 2 años lloraban.
“Se encuentran muertos, se encuentran mujeres embarazadas flotando muertas. A un señor que venía en el grupo mío, le dio un ataque se murió y tuvieron que abandonarlo. Es muy fuerte. Hay mucho robo en esa selva, secuestran, están cobrando 100 dólares por persona y a la mujer que no pague la violan”, relató Emilady Rodríguez, migrante también venezolana, recién llegada a Panamá, con sus hijas de 7 y 10 años.
“Aunque hay organizaciones humanitarias centradas en Necoclí y Turbo, en Colombia, y en las Estaciones Temporales de Recepción Migratorias (ETRM) establecidas por el gobierno panameño en su costado del Darién la respuesta no es suficiente para cubrir las necesidades”, señala Luis Eguiluz. Ante ello, MSF insta a los gobiernos de países en tránsito hacia Estados Unidos a que coordinen esfuerzos para garantizar rutas seguras y acceso a servicios básicos a la población en movimiento. La crisis humanitaria del Darién requiere respuestas globales.
Desde finales de abril de 2021, MSF brinda atención médica a la población en tránsito que llega a Panamá. Actualmente, MSF cuenta con puntos de atención en las dos ETRM de Lajas Blancas y San Vicente, y en la comunidad indígena de Bajo Chiquito. Allí, de enero a octubre de 2023, MSF realizó 51.500 consultas médicas y de enfermería, incluyendo prenatales y postnatales. 18.000 consultas fueron a menores de 15 años y 888 a mujeres embarazadas. Además, MSF brindó 2.400 consultas de salud mental y atendió 397 casos de violencia sexual, sobre los que lanzó una alerta recientemente.