La noticia de la muerte del líder opositor más famoso de Rusia, Alexéi Navalny, en un campo de prisioneros del Ártico es chocante, pero no del todo inesperada porque viene a confirmar que ya no es posible desafiar al régimen de Vladimir Putin desde dentro.
Navalny fue el último político que planteó un desafío real al Kremlin, pero su intento de derrocar al régimen fracasó hace mucho tiempo. Sus cálculos poco realistas sobre lo que podría suponer su regreso a Rusia en 2021 llevaron a desmantelar los restos de cualquier oposición organizada que no estuviera controlada por el Estado ruso.
Navalny acabó en la cárcel, sus partidarios detenidos o huidos al extranjero. Como resultado, cuando se produjo la invasión de Ucrania, hubo muy pocas protestas en la calle.
Durante más de 20 años se centró en identificar la corrupción estatal, materia casi ilimitada en la Rusia moderna, y empleó nuevos métodos para hacer llegar sus investigaciones a un público lo más amplio posible, especialmente Internet, sobre todo a través de su canal de YouTube. Algunos de sus clips más populares tienen decenas de millones de visitas.
Pero las investigaciones sobre corrupción y los blogs no eran suficientes para desafiar realmente el poder de Putin. Por eso Navalny recurrió cada vez más a la acción directa de las protestas callejeras masivas.
Su gran oportunidad llegó en 2011, cuando las acusaciones de fraude generalizado en las elecciones a la Duma de diciembre de ese año, unidas al anuncio del regreso de Putin a la presidencia, sacaron a decenas de miles de manifestantes a las calles de Moscú.
Aunque las protestas no fueron organizadas por Navalny, su carisma y su retórica radical lo convirtieron en el rostro más destacado de las protestas, eclipsando a líderes de la oposición más consolidados como Boris Nemtsov. Sin embargo, las protestas masivas de 2011 y 2012 no lograron impedir la reelección de Putin en marzo de 2012, y finalmente se desvanecieron.
Pero las protestas llevaron al Kremlin a cambiar de rumbo y experimentar con la posibilidad de que la oposición se presentara a las elecciones. Navalny fue el principal beneficiado, al ser inscrito para las elecciones a la alcaldía de Moscú en el verano de 2013. Esta fue su única oportunidad real de conquistar un fortín vedado a la oposición.
Navalny obtuvo un respetable 27 por ciento de los votos. Pero también mostró sus límites. Moscú era entonces una de las ciudades más proclives a la oposición, una de las pocas regiones donde Putin obtuvo menos del 50 por ciento en las elecciones presidenciales de 2012.
Si la oposición podía realmente desafiar al Kremlin, era en Moscú. Pero la participación fue extremadamente baja, del 32 por ciento, y el alcalde en funciones, Sergey Sobyanin, obtuvo el 51 por ciento que necesitaba para evitar una segunda vuelta contra Navalny.
El resultado puso de manifiesto el verdadero problema de la oposición: la dependencia de un grupo de políticos cuya pasión por el cambio no se transmitió a la población en general.
La última ‘apuesta electoral’ de Navalny
Posteriormente, hizo de la participación en las elecciones presidenciales de 2018 su principal objetivo. Su estrategia consistía en causar suficientes problemas a las autoridades en el periodo previo a la votación, en particular mediante diversas manifestaciones callejeras, como para obligar a las autoridades a permitirle presentarse como candidato oficial.
Para ello, creó una red regional de sedes de Navalny que funcionaba en paralelo a su principal organización anticorrupción, FBK (Fundación Anticorrupción). De este modo, podía llegar a todo el país, a diferencia de la antigua oposición centrada en Moscú.
Esta estrategia no produjo el resultado deseado de llevar a Navalny ante las urnas. Pero pareció inquietar a las autoridades lo suficiente como para querer ocuparse de este “problema”.
Navalny sufrió envenenamiento y fue encarcelado en 2021
En agosto de 2020, Navalny cayó enfermo en un vuelo y, según los médicos alemanes que lo trataron, se libró de una muerte casi segura causada por el agente químico Novichok.
Regresó de Alemania en enero de 2021 y fue inmediatamente detenido al aterrizar en Moscú. Las protestas masivas que siguieron fueron inusuales por su escala, pero no suficientes para desafiar realmente al Kremlin. En su lugar, las autoridades prohibieron las organizaciones de Navalni en Rusia y detuvieron u obligaron a huir de Rusia a quienes trabajaban para ellas.
El destino de Navalny se convirtió en el principal punto de discordia de Moscú en sus relaciones con los gobiernos y medios de comunicación occidentales. Navalny fue el tema obligado de los contactos de alto nivel de las autoridades rusas con el asesor de seguridad nacional de Joe Biden, Jake Sullivan, quien advirtió de que Rusia sufriría consecuencias si Navalny moría en prisión.
Pero las presiones pasaron a un segundo plano tras la invasión a gran escala de Ucrania. De la noche a la mañana, el destino de Navalny pareció empequeñecerse ante el telón de fondo de la mayor guerra en Europa desde 1945.
La propia estrategia de Navalny de generar suficientes protestas internas como para derrocar al régimen quedó obsoleta cuando se aplicaron las nuevas leyes contra la oposición y la mayoría de sus partidarios más fervientes huyeron del país. Navalny intentó mantener su relevancia difundiendo sus mensajes desde la cárcel, incluido un llamamiento a poner fin a la guerra mediante la entrega de todo el territorio ucraniano ocupado, incluida Crimea, y el pago de indemnizaciones a Ucrania. No está claro que ganara partidarios en Rusia, pero sin duda atrajo a los exiliados y a los gobiernos occidentales.
El problema es que, con Occidente y sus aliados imponiendo un nivel sin precedentes de sanciones a Rusia, y proporcionando a Ucrania el apoyo militar para derrotar a Putin en el campo de batalla, difícilmente se podría castigar más al régimen ruso por el “caso Navalni”.
El resto es dictadura
Alexéi Navalny fue sin duda un político muy valiente y carismático que planteó el desafío interno más importante al régimen de Putin en la última década. Pero nunca estuvo realmente cerca de derrocar a Putin. De hecho, quizás a menudo sobrestimó su nivel de apoyo dentro de Rusia.
Con la noticia de su prematura muerte en prisión, queda la duda de si podría haber hecho más desde el exilio en Occidente. En última instancia, la muerte de Navalny pone punto final a la época en que la política era política en Rusia. Ya solo queda el autoritarismo personal de Putin.
*Escrito por Alexander Titov, profesor de Historia Europea Moderna en Queen’s University of Belfast.
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