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Mi lucha por conseguir salud, comprensión y cariño como mujer trans en América Central

Esta es la historia de Isabela, una mujer trans que encontró en la clínica de MSF una mano amiga que la atiende con dignidad y sin estigmas.

En este lugar también se ofrece un servicio prioritario para atender de manera integral a quienes han sido víctimas y sobrevivientes de violencia sexual. (Fritz Pinnow Kawas/MSF). (Fritz Pinnow Kawas/MSF)

Isabela es paciente de la clínica de atención para personas de la comunidad LGBTIQ+ y trabajadoras del sexo de Médicos Sin Fronteras (MSF) en San Pedro Sula, Honduras. Desde julio de 2021, este es un espacio seguro para brindar asistencia médica, psicosocial y de trabajo social a esta población de manera confidencial y gratuita.

En este lugar también se ofrece un servicio prioritario para atender de manera integral a quienes han sido víctimas y sobrevivientes de violencia sexual, con énfasis en la prevención de infecciones de transmisión sexual (ITS), el VIH y la aplicación de vacunas como la del Virus del Papiloma Humano.

Esta es la historia de Isabela, una mujer trans que encontró en la clínica de MSF una mano amiga que la atiende con dignidad y sin estigmas.

Mi nombre es Isabela Morales, tengo 19 años, soy de San Pedro Sula, Honduras. Actualmente estudio psicología. Soy muchas cosas: estudiante, activista, voluntaria en diversas organizaciones y chica trans. Me gusta participar y apoyar para dar visibilidad a la población trans en mi país, que sepan que existimos y que estamos presentes.


Construir una nueva vida

Desde los 12 años tenía un pequeño entendimiento de cómo funcionaban las cosas en mi cuerpo y mi mente. Entendía que muchas de ellas no eran de la manera en la que debían ser. En ese entonces, me identificaba como un chico gay y me negaba a mí misma a aceptarme. Decía: “no quiero ser de esos gais muy femeninos”, tenía muchas cosas interiorizadas negativas y violentas contra mí misma.

Ese chico que se llamaba José murió para mi papá, para mi mamá, se llevó las metas que ellos tenían cuando miraban a José; es una transición social, ese entendimiento de que él ya no iba a estar, que todo se había terminado con él, que José ya no está, ni estará.

Estuve tres años dudando de lo que sentía, tratando de aceptarme y amarme, porque pierdes muchas cosas, muchos privilegios. Cuando eres hombre, una sociedad como la nuestra te permite ser más escuchado y aceptado, porque eres hombre y los hombres tienen más poder, más voz, más voto. Y cuando eres un hombre que quiso dejar de serlo para transicionar a ser una mujer, significa que estás prefiriendo ser mujer y renunciando a esas cosas, te hace un blanco para ser violentada aún más… porque, ¿cómo puedes rechazar esos privilegios si eso es lo que facilita muchas cosas?

Todo tu universo se transforma

El hecho de que yo fui el primer hijo varón de mi papá, él tenía sueños y metas para mí, él quería que su hijo ser convirtiera en abogado, que practicara algún deporte… Y de un día para otro eso ya no va a pasar, ya no es su hijo. Ahora es su hija, y como chica se tiene que enfrentar a todas las violencias que sufrimos como mujeres, como mujeres trans.


Él no se lo tomaba bien y actuaba en respuesta a eso. Por ejemplo, no me dejaba salir, hacía prohibiciones, me restringía vestimentas, tratar de cubrirlo todo, que era una adolescente y que estaba transicionando. Dentro de un país como el mío todo era difícil, el contexto exterior lo hacía más difícil. Sobrellevar las relaciones con mi familia fue realmente complicado.

Desde que empecé a integrarme en asociaciones [de la comunidad LGBTIQ+] he podido agarrar a mis padres y llevarlos conmigo para conseguir que nos orienten, porque yo también como persona trans debía entender que ellos estaban viviendo su proceso, para ellos también era una transición: pasar de tener un hijo a una hija.

La universidad, el trabajo y las amistades

Con mi círculo social como amistades y compañeras al principio fue complicado porque muchas personas se apartaron de mí, porque no se entiende qué es una mujer trans. Hasta personas de la comunidad se apartaron de mí porque estaba ese estigma de “ya eres gay, ¿por qué buscas ser mujer?”, entonces incluso dentro de esos círculos hay caminos que recorrer en nuestro reconocimiento.

En la universidad agradezco a las licenciadas que tengo en este momento porque siempre me respetan cuando les digo que me llamen por Isabela o por mis apellidos, pero no ha sido todo fácil, pues en los listados sigue apareciendo mi nombre antiguo y he tenido compañeros que me cuestionan y me señalan.

Lo laboral se ha convertido en un reto constante: o no soy lo suficientemente femenina o soy demasiado femenina para el puesto, también siempre quieren que me acueste con alguien, con algún superior, con algún gerente: “Te ofrezco tal puesto con tal de que te acuestes conmigo y con tal”. Hasta el momento no he podido conseguir un trabajo de manera digna, en donde se me respete. Cuando logré conseguir uno, les gustaba a todos mis compañeros por puro fetiche, porque las personas trans somos muy fetichistas, me convertí en un fetiche en todo mi ambiente laboral de 6 hombres.

La lucha por encontrar una salud digna

Soy una persona neurodivergente, tengo Trastorno Límite de Personalidad, soy una paciente psiquiátrica. Y todo empezó por esta necesidad de buscar ayuda, esta necesidad de que alguien me guiara y de encontrar un espacio seguro.

Era muy complicado porque si yo podía pagar un psicólogo, ese psicólogo siempre tenía algún prejuicio, sin importar si era público o privado, siempre te violentaba porque podían ser personas conservadoras o heteronormadas.

Con personal médico la discriminación ya no era solo verbal, sino física también; a la hora de canalizarme y moverme las agujas a propósito y quitarlas y ponerlas solo por molestar. Decir “ay, este dice que es trans y que se lama dizque Isabela”, convierten su odio y discriminación en algo físico, porque ya no solo son comentarios, ni insultos u ofensas, sino también era dañar mi salud física.

El área de salud mental también fue difícil porque la psiquiatra me llamaba Isabela dos o tres veces y luego toda la sesión se le olvidaba, no respetaba mis pronombres ni mi nombre. Me ocurrió con varias personas, asistía con otra, y otra, y otra y siempre era lo mismo. O metían temas relacionados con Dios, me decía: “a Dios no le gusta eso”, “las personas como tú se van a ir al infierno”, “¿por qué sacrificas tu salud mental solo por dizque ser trans?”.

Eso fue algo muy pesado. Por mucho tiempo me hicieron sentirme mal, culpable de ser trans, y de que todo lo malo que me pasara en mi cabeza y cuerpo eran culpa mía por querer ser quien soy. Fue muy difícil hasta que conocí a la asociación Red Lésbica en Tegucigalpa. Ellas me dijeron “fíjate que existe una asociación que se llama Médicos Sin Fronteras, puedes asistir ahí, son personas que trabajan con la comunidad, te van a respetar, te van a entender”.

Empecé a recibir terapia con MSF. La verdad mi primera sesión fue salir llorando, nunca había sido un trato tan bonito y respetuoso. Me llamaban Isa porque de verdad querían respetarme y hacerme sentir bien. Y estoy muy agradecida.

También pude empezar a cuidar mi salud sexual reproductiva porque tanta mala experiencia me había cerrado a hacerme exámenes. Poder asistir a MSF y tener la seguridad de que me tratarían con respeto, como Isa, como un ser humano, que todo sería confidencial, nadie me va a juzgar o estigmatizar, sino más bien buscarían ayudarme, ha sido increíble.

Lo que sigue

Es difícil y a veces quieres tirar todo; dejar de existir y descansar eternamente. Creo que encontré una magia y el hecho de tener que trabajar en mi amor propio, buscar empoderarme en otras historias de mujeres trans que tienen un recorrido más avanzado que el mío, ha llenado mi corazón en el aspecto de querer seguir luchando, seguir adelante. Para ser trans en Honduras se necesita mucha fuerza y valentía y sí, es difícil, pero creo que lo mejor que he podido hacer es tratar de trabajar en mí y en mi amor propio.

Somos personas trans, somos seres humanos, existimos y resistimos, y créanme que yo quiero que todo sea mejor para las que viene. Y voy a usar las uñas y dientes, lo que sea necesario, para que todo sea mejor para todas, de tratar siempre la lucha. Eso me llena, me pone tan alegre y feliz pensar que pueda existir una Honduras en la que habrá niñas trans que no van a tener que sufrir tanto, en donde ser trans ya no tendrá que ver con acoso, con meterte aceite, con hormonarse. Ser trans va a ser lo mágico que significa ser trans y yo sé que ellas van a estar de lo mejor en todos los aspectos y vivencias, todo va a ser más lindo. Van a saber que ser trans es algo mágico, que no se puede explicar con palabras.

Ver la vida de las demás me da valentía y fuerza para seguir.

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