A cinco días de que el huracán Otis arrasó las costas de Guerrero, con vientos sostenidos de hasta 270 kilómetros por hora, este puerto y municipios aledaños siguen como zona de guerra: devastados, saqueados y sin servicios.
La ayuda humanitaria sí está llegando, pero a cuentagotas. Marina, Ejército, Guardia Nacional y otras autoridades federales y estatales no se dan abasto para la atención de más de un millón de personas que prácticamente lo perdieron todo y ahora deambulan en la calles en busca de comida y agua.
En su desesperación, muchos han cruzado la línea de lo legal. Hay a en el puerto 16 mil elementos de las Fuerzas Armadas, quienes tienen la orden clara del presidente Andrés Manuel López Obrador de ayudar a la población afectada y poner orden en materia de seguridad.
Y es que a la falta de luz en parte de la ciudad y poblaciones aledañas (y con ello la nula comunicación telefónica o de internet) se suma la rapiña, que no cesa.
Durante los primeros días, miles de establecimientos que quedaron en escombros por el paso de Otis fueron saqueados. Este domingo todavía se vio a personas que llegaban a esos lugares a revisar si aún hay algo que se puedan llevar.
Y de los establecimientos, la rapiña ya pasó a las calles y carreteras. Con la excusa de falta de alimento y servicios mucha gente asalta los transeúntes que podrían tener comida o a los automovilistas y transportistas que, desde diversas partes del país, trasladan víveres.
Juan Carlos, quien viajó al puerto junto con un grupo de familiares y amigos para llevar despensas y una planta de luz, narró que en la carretera un grupo de personas les alcanzó a quitar algunas despensas. Ello habría ocurrido poco después de llegar a la caseta de Palo Blanco, en la entrada de Acapulco.
En tanto, en las calles se ve a decenas de personas haciendo largas filas frente a las pocas gasolineras que ya están dando servicio y frente a lugares que están habilitados para la entrega de víveres. Bajo el rayo del sol y la alta temperatura que, a las 10 de la mañana era de 30 grados centígrados, aguardan en espera de un poco de comida.
En un recorrido panorámico por el puerto se puede observar que la remoción de escombros y liberación de vialidades secundarias no es prioridad. En las calles se ven montones de tierra, árboles, postes y anuncios espectaculares caídos, así como vehículos destrozados.
La costera Miguel Alemán continúa como zona de guerra. Ahí no hay hotel, restaurante, negocio o inmueble particular que no esté en los ‘huesos’. Paredes y ventanas, e incluso techos, están tirados sobre el pavimento y de los inmuebles sólo se ven sus estructuras.
Hasta ahora no se ha restablecido el servicio de transporte. Sólo algunos taxis hacen sus agosto.
Habitantes de la costa chica de Guerrero, incluido el puerto, aseguran que fueron alertados de Otis, pero no como huracán, y hasta la tarde de aquel martes 24 de octubre estuvieron con la idea de una tormenta tropical.
“Nos avisaron que el huracán estaba subiendo de categoría y pasadas las 10 supimos que era (categoría) 5, pero ya no pudimos hacer nada”, dijo a El Financiero Omar Nava Moctezuma, un hombre que habita en la colonia Mozimba.
Él y otros habitantes dijeron que lo que tenían en su mente, como había ocurrido en otras ocasiones, eran fuertes lluvias e inundaciones y quizá algunos deslizamientos de tierra, pero no más. “La verdad nos confiamos y mire lo que pasó, Acapulco quedó destrozado”, dijo David Villarreal Gutiérrez.