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‘No hay periodista como mi padre’

María Scherer presenta la antología de textos periodísticos de su padre Julio Scherer, un trabajo del que cuenta cuáles fueron sus textos favoritos.

(Ulises Castellanos)

Es un honor y un privilegio estar aquí con mis queridos Diego Osorno y Juan Villoro para presentar “Periodismo para la Historia”, una obra que recopila el vasto legado periodístico de mi padre, Julio Scherer García.

Hace casi diez años que él falleció. Entonces, escribí un texto en Letras Libres en el que repetí una frase, un mantra, en el que siempre he creído como una verdad absoluta: para mí, no hay padre como mi padre.

Hoy que tengo el gusto de presentar esta maravillosa antología, confirmo una vez más que, en eso, no estuve ni estaré nunca equivocada: no hay padre como mi padre.

Y al presentar este libro, me atrevo a decir, con la mirada poco objetiva de mi amor y de mi admiración, que no hubo ni hay periodista como mi padre.

Desde luego, él sería el primero en contradecirme y pedirme que no exagere, y que mantenga la objetividad periodística.

Y es que la modestia y la búsqueda de la objetividad eran parte central, no solo de su trabajo, sino también de su personalidad.

Mucho tiempo, mucha gente, mis hermanos sobre todo, yo incluida, le pedíamos que publicara una antología como la que hoy tenemos el gusto de presentarles.

Nos parecía indispensable contar con un recuento de sus mejores textos. Pensábamos que un libro como éste sería muy útil para los estudiantes de periodismo, pero no solo para ellos, sería imprescindible para los historiadores, o para los que disfrutamos de la buena literatura.

Pero él decía que ese trabajo lo tendríamos que hacer nosotros cuando él ya no estuviera, porque cada vez que tenía en sus manos un viejo texto suyo, lo quería reescribir para mejorarlo.

Así, decía, le iba a resultar imposible reescribir todo lo que había escrito. Él era así, se exigía siempre hasta alcanzar la excelencia.

Un día, mi papá le encargó a Rogelio Flores que recopilara todas las notas, crónicas, entrevistas y reportajes que había publicado hasta entonces. Y Rogelio lo hizo sin pisar Excélsior, por congruencia política, profesional y personal.

A Rogelio le encantó esta chamba, porque quería leer sus primeros trabajos, que no eran tan conocidos. Pero mi papá le pidió que no lo idealizara. Y le advirtió: “Vas a encontrar trabajos hasta mediocres”.

Esto, desde luego, no era cierto. Y al leer este libro, he descubierto, con enorme gusto, pero la verdad sin sorpresa, que mi padre nació con un enorme talento: ¡Ya hubiera querido yo escribir hoy como él lo hacía a sus 20!

De verdad, les digo: cada página de esta antología es una cátedra de oficio periodístico.

A medida que avancé en la lectura de esta antología, me fui dando cuenta de que había textos que nunca había leído. Otros que sí leí y que había olvidado por completo.

Había otros textos que recordaba a medias. Y otros que nunca podré olvidar, porque me alegran o me duelen tanto como la primera vez que los leí, como el último texto del libro, llamado “Morir A Tiempo”. Los invito a leerlo, para que entiendan de qué les hablo.

En estos días, muchos periodistas me han hecho preguntas sobre el libro. Una de ellas es, cuál es mi texto preferido y por qué.

Esa pregunta no tiene una buena respuesta, pero he seleccionado dos que quiero comentar aquí.

El primero es una serie de reportajes escritos en 1962 desde Buenos Aires, que tratan sobre el derrocamiento militar del presidente argentino Arturo Frondizi. Mi papá escribió, y lo cito:

“Si enconada es la lucha política de Argentina, apasionada, implacable es la rivalidad entre los hermanos Frondizi, todos ellos prominentes en la vida pública de su país. Los tres no se quieren entre sí. Proclaman lazos de afecto íntimo y casi intocado en sus raíces profundas, pero sobre la relación fraterna priva la rivalidad ideológica que los consume, que los lanza a uno contra el otro y hace que peleen entre sí.” Fin de la cita.

Mi padre narra el drama de cómo los dos hermanos del derrocado presidente Arturo Frondizi terminaron combatiéndolo políticamente.

Silvio, un intelectual y líder político marxista radical, decía que su hermano era un mero instrumento de los militares y la oligarquía.

El tercer hermano, Risieri, era un destacado académico, rector de la Universidad de Buenos Aires. Era moderado, pero terminó encabezando protestas masivas contra el gobierno de su hermano, por violaciones a la autonomía universitaria.

El padre de los tres hermanos Frondizi era un ateo irredento, como mi padre decía serlo. Su madre era una devota católica, como la mía.

En eso, y en sus grandes diferencias político-ideológicas, los Frondizi me recuerdan un poquito a mi propia familia, claro, sin esas rivalidades tan intensas. Tal vez por eso, este texto me encanta.

Otro texto del libro que me gusta muchísimo es la crónica del funeral de José Vasconcelos. Este pinta a mi padre de cuerpo entero como reportero.

El funeral tuvo lugar en la casa de Vasconcelos. Ahí llegaron el presidente López Mateos, el presidente de la Suprema Corte, el presidente del Congreso, y por supuesto, muchos intelectuales y gente destacada del mundo del arte y la cultura.

Mi papá escuchaba sus conversaciones, los pésames y las palabras de aliento para la viuda. Pero no se quedó ahí, con las celebridades. Se metió hasta la cocina y se puso a platicar con la nieta consentida del exsecretario de Educación.

En un descuido, mi papá se coló hasta la recámara del difunto. Y en el reportaje lo describe todo con prosa impecable, y cito:

“La recámara aparece casi desnuda de fotografías. Cuelgan dos, solamente, de las paredes enyesadas. En ambas aparece él, sonriente, optimista, dijéramos feliz. Pero no son fotografías de esas que sirven para hacer alarde, para hacer sentir que se es poderoso, que se es amigo del presidente de la República, de algún personaje de su talla en un país extranjero. Estas son fotografías familiares. […]

Sobre una mesa de gran tamaño ante la cual solía Vasconcelos trabajar, y entre un mundo de papeles y libros, parece naufragar una fotografía ya muy vieja. Tiene manchas amarillas, huele a humedad. En el reverso indica que fue tomada en Texas, a fines del siglo pasado. Es una fotografía de la familia, cuando José aún no llegaba a un metro de estatura. Aparecen en ella no sólo graves, sino solemnes, su abuela y sus padres, y un poco divertidos los niños. Sin duda es la misma fotografía de que habla Vasconcelos en su Ulises Criollo”.

Hasta aquí la cita. Mi papá narra también cómo abrió los libros que había dejado ahí Vasconcelos y buscó los subrayados para tratar de tener una idea de qué fue lo último que leyó, y cito:

“Hay un libro abierto sobre una cómoda de madera corriente. Es un libro de Federico Nietzsche. Sus páginas fueron las últimas que leyó. Hay frases subrayadas en rojo. Quizá alguno de sus nietos marcó las líneas que él señalara, pues son casi perfectas, y se ocurre pensar que su pulso no tendría ya la firmeza para hacer un trazo recto y decidido a la vez.”

Fin de la cita.

Otro periodista me hizo notar que la mayoría de los textos de la antología, o buena parte de ellos, tenía que ver con la cultura. En estas páginas conviven Rivera, Orozco, Kahlo, Casals, Bergman, Pavlova, García Márquez, Paz… todos los grandes. Eso no sorprende a quienes conocieron bien a mi padre. Él disfrutaba de la cultura en todas sus expresiones y tuvo relaciones intensas con actores y actrices, pintores, poetas...

Yo lo recuerdo cerrando los ojos para escuchar música o disponiendo de horas para ver juntos películas. Mi padre era un hombre que amaba el arte y en el libro ustedes podrán confirmar esa pasión.

Amigas, amigos:

Durante muchos años, cuando a mi papá le pidieron que escribiera, dictara o se dejara entrevistar para que alguien escribiera su propia biografía, él contestó, que por él hablaba su trabajo: sus entrevistas, sus reportajes.

Hoy, con “Periodismo para la Historia”, tenemos una ventana a su vida, a su mente, a su alma y a su espíritu periodístico. Son páginas realmente para la historia de nuestra profesión, de nuestro país y del mundo.

Espero que disfruten de esta obra tanto como yo lo he hecho, y que encuentren en este libro la pasión, la inteligencia, el talento y la integridad de un hombre que dedicó su vida a contarnos la verdad. Gracias por tanto y por todo, papá.

Y gracias a ustedes por su amable atención.

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