CIUDAD DE MÉXICO.- Los niveles de aprobación del trabajo del Congreso son particularmente bajos. Y así ha sido a lo largo del tiempo. En la serie de Parametría, la cual empezó a evaluar al legislativo desde 2002, muestra que la calificación del trabajo de los diputados y senadores es consistentemente baja a lo largo del tiempo. En enero de este año, más de la mitad de la población dijo desaprobar la forma en la que los diputados federales y los senadores realizan su trabajo (54 por ciento y 56 por ciento, respectivamente) y únicamente tres de cada diez aprobaron en cierta medida al Congreso.
Por ello resulta irónico que haya tanto interés entre los integrantes de diferentes partidos por ser miembros del Congreso. En días recientes no sólo ha habido gran interés público en saber los nombres de los candidatos a diputaciones de mayoría, sino también los de representación proporcional. Es paradójico que se quiera ser miembro de una institución con niveles de aprobación tan bajos.
Antes de 2000, en las administraciones presidencialistas de los gobiernos priistas, el Congreso era un poder desconocido para el ciudadano. Antes de la administración del expresidente Fox el Congreso era un ente más bien ausente para el ciudadano promedio. La celebre frase: "El presidente propone el Congreso dispone" abrió un capítulo inédito en la relación entre Ejecutivo-Legislativo, pero sobre todo hizo que este último se hiciera presente ante la opinión pública.
Hubo un evento público que provocó que el ciudadano se preguntara: ¿Qué es Congreso? ¿Qué facultades tiene? ¿Desde cuándo es tan poderoso? En abril de 2002 el expresidente Fox no pudo salir del país para realizar una visita al expresidente Bush en su rancho en Texas. El Senado se lo impidió. Fue un viraje de 180 grados para nuestra tradición presidencialista. La respuesta al ciudadano fue más compleja que la misma pregunta: siempre había tenido el poder de veto, pero nunca lo había ejercido.
Los porcentajes más altos de desaprobación tanto para diputados como para senadores se registraron en 2012, entre abril y mayo; es decir, antes de las elecciones, cuando seis de cada diez desaprobaron el trabajo de estas instituciones. Mientras que en 2008 se registraron los niveles más altos de aprobación, cuando cerca de cuatro de cada diez mencionaron apoyar sus labores. Por más de una década el Congreso ha tenido más números negativos que positivos al ser calificados por los ciudadanos.
En la Cámara de Diputados, la actual legislatura presenta mejores porcentajes que la anterior, aunque los números negativos han subido en los últimos meses, seguramente derivado de la aprobación de las reformas, entre ellas la financiera y la energética, las cuales fueron fuertemente cuestionadas.
Al hacer la comparación con otros congresos a nivel internacional, los legisladores podrían encontrar algo de consuelo. Dos ejemplos de ello son la imagen del Congreso chileno y del estadounidense. Ambos tienen una imagen tan crítica como la mexicana.
En el caso de Chile, de acuerdo con datos de la consultora GFK Adimark, siete de cada diez personas desaprueba la forma en la que el Senado y la Cámara de Diputados hacen su labor (68 por ciento y 71 por ciento), mientras que solo 24 por ciento aprueba a los miembros del Senado y 21 por ciento a los diputados.
En cuanto a los homólogos estadounidenses, éstos registran menores porcentajes de aceptación en comparación con los legisladores chilenos y mexicanos. De acuerdo con la empresa Gallup, únicamente 16 por ciento de los ciudadanos norteamericanos aprueba la forma en la que el Congreso hace su trabajo, mientras que 76 por ciento lo desaprueba. El caso de Estados Unidos es muy notable. A diferencia del mexicano, hay una caída de 2001 a la fecha en sus porcentajes de aprobación. En el caso de México, la desaprobación de los legisladores ha sido constante, otro dato consolador.
Ahora bien es importante explicar a qué se puede deber esta baja aprobación. Un primer elemento son los bajos niveles de información que hay entre el ciudadano promedio. Poca gente sabe qué hace el Congreso, cuántos miembros tiene y cuál es su papel en el sistema político. Solamente 12 por ciento de los encuestados sabe que la Cámara de Diputados está compuesta por 500 diputados, 19 por ciento señala un número diferente y 70 por ciento acepta su desconocimiento en el tema. En el caso de la conformación del Senado es aún más preocupante, sólo 7 por ciento mencionó de forma correcta que éste estaba compuesto por 128 representantes, 22 por ciento dio otra cifra y 70 por ciento afirmó no saber el dato. Sin embargo, cuando se pregunta si cree que el número de diputados o senadores que tenemos son muchos o pocos, siempre responderá que son muchos, aunque no sepa cuántos son.
El ciudadano promedio además de no tener idea de la importancia que representa el Congreso y lo fundamental de su trabajo, tampoco tiene muy claro qué hace. Legislar finalmente es una tarea abstracta. La mayor parte de que los diputados son conocidos por su labor de gestión y lo que hacen su oficina, pero poco por su récord de votación.
Es muy difícil que en esta elección intermedia votemos realmente por nuestro representante en la Cámara de Diputados. En general no sabemos quiénes son los candidatos a nuestro distrito y terminamos votando por un partido en general.
En realidad la calificación del trabajo que hacen los legisladores pasa por la importancia que les demos a su actividad y por nuestro nivel de preocupación por su labor. Un indicador de esta falta de preocupación es ignorar el distrito en el que votamos y quién será nuestro representante. La mayor parte de los ciudadanos no sabe siquiera el distrito en el que habita o vota. ¿Usted sabe en que distrito vota? Si la respuesta es "no" difícilmente sabrá quién es su diputado. En consecuencia difícilmente podrá evaluar de manera objetiva su trabajo en la Cámara de Diputados.