La idea de que a través de los mercados globales el mundo superaría sus dislocaciones quedó atrás. Pero no para siempre. Para empezar, porque los acorazados de dicha idea, pensada como puerto de llegada del mundo y sus comunidades, no solo siguen con nosotros, sino que se ubican en condiciones de poder, innovación tecnológica y presencia en los mercados del mundo.
¿Cómo sustituir esa idea-proyecto sin alterar catastróficamente las relaciones comerciales, productivas y financieras tejidas? ¿A partir de qué plataformas ideológicas y políticas es posible imaginar el cambio? Sin duda contamos con los organismos de estudio y pensamiento de la ONU, destacadamente para nosotros la UNCTAD, la Cepal y la FAO y, ahora, la OCDE y la OMS. También siguen los grupos de investigación en las instituciones surgidas de Bretton Woods que, después del 2008-2009, y particularmente del pandémico 2020, probablemente estén pasando por momentos de reflexión, crítica y autocrítica. Así, podemos decir que, por ahora, el problema principal no es la falta de ideas, ausencia que tanto desesperaba y angustiaba a Keynes y a los suyos en medio de la Gran Depresión y rumbo a la Segunda Guerra. De hecho, me atrevería a sugerir que las ideas, si bien no sobran porque nunca lo hacen, se han estado calibrando hasta acercarnos a lineamientos concretos de políticas de los cuales podría emanar toda una estrategia.
Siguiendo a James Galbraith, habría que poner en situación tres grandes momentos para dirigirnos hacia un desarrollo productivo diferente, congruente con la “verdaderamente grande” de las amenazas que nos asedian y que resumimos bajo el vocablo de cambio climático: uno, de rescate de lo mucho dañado; otro, de recuperación económica, y el necesario de reconstrucción.
Si esto tiene algún sentido y congruencia con la realidad, entonces habría que cuestionar(nos) si estamos dispuestos a imaginar el rescate y la recuperación como componentes de una estrategia mayor articulada por un “nuevo trato verde”, inspirados por la gesta del “New Deal” de Roosevelt, para contribuir a evitar el desastre ambiental global.
La respuesta no es afirmativa. No hemos dado muestras de que estemos dispuestos a emprender una tarea de este calibre, más bien hemos caído presa de la inercia, en cuanto a nuestro desempeño económico, y en una rutina nefasta, en lo tocante a nuestra imaginación e inventiva política. De la política económica y social, desde luego, pero también de la política democrática.
Tan solo por esto, asunto que de ninguna manera resulta menor, es que debemos reclamar de la nueva legislatura altura de miras, que asuma la circunstancia a la que hemos llegado hoy, después de más de treinta años de pasar de crisis en crisis, sin haber sacado mayores lecciones ni arriesgado un ápice en pos de un nuevo curso de desarrollo.
Atrevernos a dar los pasos necesarios, darle al desarrollo su lugar de cambio social que puede ser histórico si, además, nos comprometemos todos con el verbo y la práctica democráticos.