El primer mes de Javier Milei como presidente de Argentina ha sido tan vertiginoso como se esperaba: el libertario implementó la largamente esperada devaluación de la moneda, anunció drásticos recortes del gasto público y una serie de ambiciosas reformas para dar un vuelco radical a la alicaída economía sudamericana.
El éxito de la administración de Milei dependerá sobre todo de que demuestre que puede controlar la inflación y reorganizar una economía que durante mucho tiempo ha sido víctima de malas políticas públicas. El camino para alcanzar este objetivo ciertamente es traicionero, pero el largo historial de fracasos económicos de Argentina no necesariamente impide que se pueda alcanzar la tan preciada estabilidad. Por lo pronto, el mayor reto inmediato es saber si Milei tiene las habilidades políticas para implementar su programa.
Una vez en el cargo, Milei dejó de lado sus promesas de dolarización, identificando correctamente el déficit público como la fuente de los problemas del país, con un desequilibrio que se estima aumentó a alrededor del 5 por ciento del PIB a finales de 2023, según la consultora Equilibra.
En un país normal, eso no es nada que unos pocos años de ajuste cuidadoso no puedan solucionar; para un incumplidor serial como Argentina, sin acceso a financiamiento, con una inflación anual que supera el 200 por ciento y un historial de peleas con los acreedores a la primera señal de dificultades, significa serios problemas.
Por lo tanto, Milei administró su ‘terapia de shock’ para equilibrar el presupuesto haciendo lo que sus predecesores deberían haber hecho hace años, pero que no supieron —como dijo célebremente alguna vez el ex primer ministro de Luxemburgo Jean-Claude Juncker— cómo ser reelegidos una vez que lo habían hecho: eliminando subsidios, reduciendo la estructura del Estado y corrigiendo los precios relativos distorsionados por años de controles. Milei también suspenderá el gasto en obras públicas y, muy en contra de su credo libertario, subirá algunos impuestos.
A corto plazo, estas medidas probablemente agravarán una contracción de la actividad y mantendrán la inflación mensual por encima del 20% en los tres primeros meses del año. El riesgo es que provoquen una mayor depreciación del peso, alimentando más presiones sobre los precios y poniendo nerviosos a inversores y consumidores. Mostrar resultados tempranos en el frente fiscal es esencial para que la posibilidad de un presupuesto equilibrado parezca creíble y, sobre todo, para empezar a registrar cifras de inflación más bajas a partir de abril.
Pero el ancla fiscal por sí sola no será suficiente. Alejandro Werner, exfuncionario del Fondo Monetario Internacional, espera que en las próximas semanas el Gobierno anuncie una nueva fase de su estrategia de estabilización centrada en un mecanismo de tipo de cambio y políticas de ingresos más creíbles.
En la segunda mitad del año, la senda hacia la estabilidad requerirá reformas más profundas y duraderas, como la creación de un marco institucional que dé a Argentina cierto grado de certidumbre fiscal a lo largo del tiempo y un plan monetario creíble que fije las expectativas de inflación y allane el camino para unificar su moneda. Para ello será necesario reconstituir las reservas internacionales del banco central, mediante el aumento de las exportaciones y la obtención de nuevos recursos por parte del FMI. Muchos interrogantes e incógnitas que podrían hacer fracasar la estrategia de Milei.
Por ahora, la cuestión principal será la magnitud de la reacción social contra estas medidas. El presidente parece contar con el respaldo de los votantes, pero no hay que subestimar el impacto del ajuste en un país donde 45 por ciento de la población vive en la pobreza (definida como la incapacidad de cubrir gastos básicos generales como salud, vivienda y educación más allá de la alimentación).
A pesar de los encantos y entretenimientos que ofrece Buenos Aires, la ciudad donde nací, durante una visita el mes pasado pude observar las claras cicatrices que años de malestar económico han dejado en sus distritos más maltratados. La huelga general del 24 de enero, convocada por sindicatos históricamente vinculados al peronismo y duramente golpeados por las reformas, será un buen barómetro de cómo tolera la población las iniciativas de Milei.
El escaso currículum político de Milei —nunca ha ocupado un cargo público y solo fue diputado durante dos años— ya lo ha llevado a cometer algunos errores no forzados. Acusar a legisladores de “buscar coimas” o amenazar con un referéndum si no se aprueban sus reformas equivale a jugar con fuego cuando tú y tu partido solo tienen un puñado de escaños en las cámaras legislativas de Argentina. Aunque los argentinos le dieron un claro mandato de cambio y él fue inteligente al presentar sus audaces reformas como un ataque a los privilegios del establishment, el éxito legislativo depende de obtener cierto grado de respaldo político.
Ahora que comenzó el debate legislativo sobre la propuesta de reforma, debería utilizar su capital político para establecer un acercamiento constructivo con el Congreso, manteniendo al mismo tiempo su retórica antisistema: en privado, muchos legisladores están de acuerdo con el espíritu de las reformas, aunque no correrían a defenderlas públicamente. La oposición también parece estar confundida y centrada en sus propias luchas internas, lo que da a Milei la oportunidad de ir hacia adelante.
Cuando lo entrevisté durante la campaña, Milei me dijo que, según su plan de dolarización, en un año todos los billetes que circularan en Argentina serían dólares. Evidentemente, este tipo de retórica de campaña para llamar la atención dio paso a un enfoque actual relativamente más ortodoxo. Algunos dirían que esta decisión es una traición a sus promesas. Yo, en cambio, veo a un líder pragmático que reconoce el monumental desafío al que se enfrenta y que aún tiene posibilidades de volver a colocar a Argentina en la senda de la estabilización de su tristemente indisciplinada economía.