Era septiembre de mil novecientos veintinueve, en vísperas de la aprobación del nuevo Código Federal del Trabajo, un ambiente de expectativa influía en la prensa que reportaba con minucia:
A bordo del tren de México arribó ayer, a las 7:25 de la mañana, procedente de la Metropolí, el Sr. Lic. Virgilio Garza Jr. (...) debe regresar hoy a la Metrópoli, caso de no haberlo podido hacer anoche mismo. (El Porvenir, lunes 30 de septiembre).
Así como el destacado industrial regio, enviados comerciales e industriales se convocaron en el Distrito Federal para colaborar con el Gobierno. Apremiante era el asunto y requería de inteligencia. En verdad “Nuevo León ha enviado mentes brillantes a las convenciones en México”, afirmaba un comunicado de la época; y cada hora se esperaban noticias, las reformas afectarían a todo el país. La delegación de la Baja California había pedido que en los telegramas al Gobierno se apreciase un “sincero dolor” pues, de aprobarse la Ley tal cual estaba, significaría “perder a una amorosa madre”. Desde Huixtla hasta Torreón, los ojos estaban “fijos en los representantes populares, porque, nunca como ahora, ha dependido de un sí o un no que se escape de sus labios el futuro nacional”, comentaba otra columna de opinión hace noventa y cinco años. El tema a discusión era, según otros, la ley más trascendental desde el triunfo de la Revolución. Ánimos tensos que, para el empresariado mexicano, no eran desconocidos. Los organismos empresariales en México contaban con décadas de experiencia, habiendo nacido a la par de los gobiernos modernos como voces de consulta y apoyo.
Las convenciones continuaron y la conversación no se detuvo. El 26 de septiembre de 1929, por iniciativa del regiomontano Luis G. Sada y del capitalino Ignacio Torres Cano, se establecieron las primeras mesas de estudio de carácter permanente, dando origen a la Confederación Patronal de la República Mexicana. En aquel entonces se llegó a creer imposible tanto la viabilidad del Código, como la posibilidad de incidir en las decisiones del Gobierno. Hoy sabemos que la Ley Federal del Trabajo de 1931 incluyó las observaciones al “Proyecto Portes Gil” que la Coparmex explicó a los congresistas y al presidente. Desde las cámaras de comercio del siglo XIX, los organismos empresariales, como recintos de inteligencia, asesoran a los gobiernos que cuentan con su cercanía y estrategia. Por ello resultó natural que, en el Acta Constitutiva de la Coparmex, su primera tarea fuese “estudiar las relaciones laborales con el propósito de armonizarlas”.
La Patronal se ha desarrollado junto con el país y la encontramos en su mejor momento. Los organismos empresariales mexicanos mantienen la colaboración e interlocución que les ha conseguido una merecida fama en el mundo. No pude quedarme indiferente ante las similitudes entre aquél entonces y los cambios que ahora atravesamos. Siento una gran confianza en que hoy, como hace noventa y cinco años, la Coparmex extiende propuestas informadas y equilibradas, favoreciendo la resolución de las problemáticas empresariales y buscando la felicidad de todos. Coparmex nació durante la conversación que nuestros antepasados nos legaron, una que mantenemos viva mediante la convivencia y la concordia, porque nadie es mejor que todos juntos.