Sin dejar a nadie atrás

Buda Trump

El Buda Trump manifiesta el punto desde donde partimos cuando hablamos de felicidad, una ilusión que no debe distraernos de otra más fundamental y verdadera: la felicidad debe estar presente, como un ideal, en todas nuestras actividades.

Hoy celebramos el Día Mundial de la Felicidad, o al menos lo hacen en las oficinas de la ONU, porque el mundo no parece atravesar sus mejores momentos. Aristóteles definía la felicidad como aquello por lo que se hace todo lo demás; todo apunta a ella, decía, y ella misma no aspira a otra cosa. Proponía gestionar los sistemas de ética y política alrededor de este ideal, pues el Estado nace de la necesidad de sobrevivir como sociedad y, cumplida esa función, se conserva para mejorar las vidas de sus ciudadanos. Hace unas semanas, los autores del Trade Policy Uncertainty Index mostraron cómo la incertidumbre económica ha incrementado exponencialmente desde que el ejecutivo norteamericano amenazara con imponer aranceles a diestra y siniestra; ni siquiera la pandemia por Covid generó tanto malestar. El término “incertidumbre” domina el pensamiento financiero global, muy atrás quedó el espíritu de Bretton Woods, y con el Órgano de Apelaciones de la OMC paralizado desde hace 10 años, asistimos al final de la época dorada del libre mercado.

Ciertamente resulta problemático celebrar la felicidad en tiempos como estos, pues ni la situación del mundo ni la de México lo ponen fácil; tampoco ayuda ofrecer meras palabras de ánimo desde una situación particular. Algo que sí podemos hacer es “aceitar el engranaje de la crítica”, utilizar días como este para reflexionar y considerar si acaso Aristóteles pensaría lo mismo hoy que ayer. Hay una famosa película italiana donde el protagonista, un hombre exitoso que atraviesa una crisis existencial, acude a un representante de la Iglesia para confesarle que no es feliz. El religioso responde “¿quién te ha dicho que estás en el mundo para ser feliz?” Y es que un ideal no es un producto posible de manufacturar, sino que funge como una guía que nos indica un objetivo: no está para ser alcanzado, sino para impulsarnos siempre en su búsqueda. Desde que Donald Trump ganó su primera elección se ha vuelto popular una escultura que lo muestra en una pose meditativa, y ahora esta figurilla se ha disparado en ventas, principalmente en Asia, donde se le conoce como el “Buda Omnisapiente del paraíso occidental”. Podemos verlo simplemente como una ocurrencia sarcástica –no hay escasez de memes sobre Trump en China–, pero quedarnos sólo con esa interpretación sería igual de cínico que renunciar a celebrar la felicidad. El Buda Trump manifiesta el punto desde donde partimos cuando hablamos de felicidad, una ilusión que no debe distraernos de otra más fundamental y verdadera, aquella que Aristóteles conocía bien: la felicidad debe estar presente, como un ideal, en todas nuestras actividades, embebida como el impulso que las conforma y dirige hacia un objetivo superior. La felicidad no existe, y aun así, insiste.

Entre 2021 y 2024, México avanzó 20 puestos en el Índice Mundial de Felicidad, ¿esto significa que mejoramos o que el mundo empeoró más rápido? Si algo tenemos claro entre tanta incertidumbre es que nuestra sociedad atraviesa momentos de grave desasosiego, y ahora es cuando los empresarios podemos representar esperanza, pues nada define mejor a una empresa que el incesante deseo de cambiar el estado de las cosas. Una empresa, como un Estado, inicia para sobrevivir, pero solo permanece mediante el imperante deseo de ser feliz.

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