Los bancos centrales han demostrado su capacidad para implementar medidas contundentes con el fin de enfrentar el incremento de la inflación más significativo en una generación. Han tomado acciones para salvaguardar el poder adquisitivo de los hogares y empresas y, aunque aún resta por completar el último trecho hacia la estabilidad de precios, el final está a la vista.
La inflación perjudica principalmente a aquellos que tienen menores ingresos, pues carecen de la capacidad para protegerse contra ella. Con el objetivo de restablecer la estabilidad de precios, y así favorecer a la población, los bancos centrales implementaron una de las políticas monetarias más restrictiva y coordinada a nivel mundial en décadas.
Este episodio ha destacado la importancia de contar con instituciones independientes dentro del Estado, encargadas de salvaguardar la estabilidad de precios. La capacidad de los bancos centrales para operar de manera independiente de los gobiernos les permite tomar decisiones que pueden resultar difíciles y políticamente impopulares con el fin de reducir la inflación.
Sin duda, el devenir de la economía mundial ha ayudado. La recuperación de las cadenas de comercio y la disminución de los precios de las materias primas han contribuido a la desinflación. No obstante, actuando con determinación y en línea con sus mandatos, los bancos centrales impidieron que la alta inflación se afianzara. Sin una respuesta rápida y decidida por su parte, el restablecimiento de la estabilidad de precios podría haber tenido un impacto significativo en el crecimiento y el empleo.
Aún no es el momento de bajar la guardia. La inflación es más baja pero no lo suficiente en ciertas regiones. Tanto los precios de los servicios como los salarios reales se han rezagado en relación con sus tendencias previas a la pandemia, y una recuperación rápida podría generar nuevas presiones al alza en la inflación. Por el momento, los bancos centrales deben mantener su rumbo sin desviarse.
El repunte inflacionario posterior a la pandemia ha sido el último desafío al que se han enfrentado los bancos centrales. En el Banco de Pagos Internacionales, en nuestro más reciente Informe Económico Anual, analizamos el turbulento período que ha transcurrido desde el cambio de siglo, con el objeto de identificar lo que la política monetaria puede y no puede hacer.
Este período ha puesto de manifiesto la efectividad de la política monetaria en controlar la inflación. Pero, además, ha demostrado que las medidas de emergencia implementadas por los bancos centrales, al desplegar su capacidad para asegurar el suministro de liquidez, pueden estabilizar el sistema financiero, respaldar el flujo de crédito a empresas y hogares, y evitar una caída abrupta de la economía. Así, hemos adquirido conocimiento acerca del papel fundamental que desempeñan los bancos centrales como actores clave en la preservación de la estabilidad financiera y de precios.
No obstante, también hemos aprendido que la política monetaria no puede ajustar la inflación con precisión, en particular cuando ésta se sitúa por debajo de los objetivos de los bancos centrales. Los objetivos de inflación deben servir como una guía, no como una obsesión.
Una política monetaria excepcionalmente expansiva y prolongada para estimular una inflación muy baja, pierde eficacia cuanto más tiempo dura, y puede generar efectos secundarios no deseados. Entre ellos, la acumulación de deuda, que ya ha alcanzado niveles máximos históricos, así como distorsiones en los mercados y las inversiones. Además, esta situación reduce el margen de maniobra de los bancos centrales, dificultando el retiro de las medidas de estímulo y la separación entre las políticas del banco central y del gobierno.
Las políticas monetarias funcionan de manera más efectiva cuando forman parte de un esfuerzo coordinado de política macroeconómica. En la actualidad, mientras los bancos centrales continúan esforzándose por mantener la inflación bajo control, observamos el riesgo a nivel mundial de que los estímulos fiscales tengan el efecto contrario, al impulsar la economía y presionar la inflación. Una última lección es que los bancos centrales no pueden lograr por sí solos un aumento duradero del crecimiento económico o de la prosperidad. Para sentar las bases de un mejor futuro económico, se requiere la colaboración de otras políticas públicas, en particular de la fiscal.
Con el fin de lograr beneficios a largo plazo, los gobiernos deben actuar con prontitud para consolidar sus presupuestos. Es necesario reducir el crecimiento de la deuda pública. La sostenibilidad de la deuda desempeña un papel fundamental en la estabilidad de precios, financiera y del valor de la moneda.
Por último, no debemos olvidar que, en el largo plazo, las reformas estructurales son fundamentales para elevar de manera sostenible el nivel de vida, mejorar el bienestar económico y brindar una sensación de seguridad a la población. Esto implica adoptar medidas con un mayor horizonte, como fomentar la competencia, aumentar la flexibilidad de la economía y estimular la innovación. Los escasos recursos públicos deben respaldar la adaptación de la economía a nuevas realidades, como el cambio climático y tecnológico, incluyendo la revolución de la inteligencia artificial. Solo a través de cimientos sólidos podremos construir con vistas al futuro de una manera sólida y así lograr un crecimiento económico sostenible más acelerado y más equitativo.
El autor es gerente general del Banco de Pagos Internacionales.