Mañana 16 de diciembre mi adorada madre Pita Ubando Covarrubias cumpliría 89 años y seguría tocando el piano, y para celebrarlo, mi adorable y amada mujer, Mayté, me invitó anoche al espectáculo “Alondra de la Parra - Gershwin, la vida en azul”.
El programa musical dedicado a George Gershwin es una verdadera celebración de la enorme genialidad que logró fusionar la tradición clásica con el naciente espíritu vibrante del jazz en la interguerra.
Desde la Rhapsody in Blue, que en 1924 revolucionó la música orquestal al unir los matices del jazz y la majestuosidad sinfónica, hasta las piezas inolvidables de Porgy and Bess y Shall We Dance, la obra de Gershwin traza un recorrido sonoro que captura la esencia de una época y la universalidad de la emoción humana, reflejada en la turbulente New York, gracias a la memoria pictórica que nos la recetan en spots lumínicos con imágenes de la época.
Este digital y analógico programa, tan meticulosamente seleccionado, es más que una colección de éxitos: es un viaje entre el swing, el blues y la música sinfónica, donde cada nota evoca los paisajes urbanos de Nueva York, la elegancia del teatro musical y la nostalgia atemporal del piano de Gershwin, que como leen, es junto al jazz de los 50-60’s, “mi” época.
La interpretación cobra vida de la mano de Doña Alondra de la Parra, cuya inteligencia musical y destreza técnica logran transmitir toda la complejidad y frescura de la obra de Gershwin.
Más que dirigir, Alondra orquesta un diálogo vivo entre los músicos, permitiendo que la orquesta fluya con una flexibilidad impresionante, como si cada instrumento conociera el pulso exacto del jazz y de la partitura clásica al mismo tiempo.
Su liderazgo no se limita a la batuta: en un gesto audaz, Alondra rompe las barreras tradicionales, bajándose del podio para bailar, interactuar con los músicos y entregarse al piano, tocando a cuatro manos en un despliegue de virtuosismo lleno de complicidad.
Es un espectáculo que desborda energía y carisma, transformando la dirección orquestal en un acto performativo donde la música y el cuerpo se funden en un mismo lenguaje.
Las cantantes, con voces tan expresivas como impecables, aportan una dimensión teatral que resalta la rica paleta emocional de Gershwin, navegando entre lo lírico y lo popular con asombrosa naturalidad.
El “solo de batería” fue un instante mágico, casi hipnótico, en el que el tiempo pareció detenerse. A medida que el baterista tomaba protagonismo, la orquesta guardó un silencio expectante, como si cada músico estuviera conteniendo el aliento para dejar que los ritmos hablaran por sí solos. Lo que siguió fue una cascada de sonidos que combinó una técnica impecable con una expresividad visceral, logrando lo inesperado: la batería, a menudo relegada al papel de acompañamiento, se convirtió en el narrador principal.
Cada golpe, cada redoble, cada sutil "brush" sobre los platillos parecía contar una historia: el latido de una ciudad en plena ebullición, el eco del jazz de los años 30, y la intensidad cruda del ritmo que nos conecta con lo más profundo de nuestro ser.
El baterista no solo tocaba, “dialogaba con los silencios”, improvisaba con un arrojo casi teatral y llevaba a la audiencia en un viaje de pura emoción, pues ni break nos dieron; nunca hubo intermedio, nadie quería. Fueron segundos, tal vez minutos, pero el tiempo se desdibujó; la sala entera sintió ese pulso en la piel, como una oleada de electricidad con el que Héctor Flores nos enchinó los cuerpos y encendió las almas, todos queríamos bailar.
Al final del solo, cuando la última nota vibró y el silencio regresó, el público quedó suspendido por un momento, como si todos compartiéramos un mismo pensamiento: habíamos sido testigos de un instante irrepetible. La batería, con su potencia y su musicalidad, nos recordó que incluso el ritmo más primitivo puede convertirse en una obra de arte cuando es tocado con tanta pasión y maestría.
Y el pianista, ni qué decir, más allá de su técnica extraordinaria: su interpretación se siente como la encarnación misma del espíritu de Gershwin. Cada acorde, cada improvisación (en el programa hay incluso un responsable de las improvisaciones en vivo, Thomas Enhco y esto es jazz, no se les olvide) parece un guiño directo al compositor, como si, por un instante, el tiempo se plegara y el propio Gershwin estuviera presente, sonriendo (y fumando) desde el piano.
Este programa no solo honra a un gigante de la música del siglo XX, sino que nos recuerda la capacidad única de la música para conectar lo clásico con lo contemporáneo y exquisitamente digital, el juego que es casi realidad virtual - sin VisionPro - con la inmersión que logran con la pantalla, lo cerebral con lo visceral, y lo estructurado con lo espontáneo, a tal grado que es hasta háptico pues toca nuestro corazón.
Alondra de la Parra y su orquesta nos ofrecen un homenaje lleno de atrevimiento, frescura y una sensibilidad desbordante que deja al público con el corazón vibrando y los oídos maravillados.
Quedo ansioso de ver si para el 2027 alguna virtuosa (como la única Alondra) o virtuoso, nos regalan algo en razón del centenario del Metrópolis*
Felicidades a todo el equipo que dirige Alondra, pues en realidad nos recordaron que aún viviendo “La Vida en Azul”, vivir es increíble (GNP Seguros dixit).
* Hey, Alondra de la Parra, si necesitas, yo te ayudo con el Maschinenmensch 😀