Hoy inicio este espacio desde una plataforma que abre las puertas a la pluralidad de ideas. Mi posición durante 14 años dentro de la Suprema Corte me impedía abordar temáticas que se pudieran judicializar. Ahora, fuera de ese requerimiento de imparcialidad, la independencia de opinión me emociona.
Mi madre prometía muy poco, poquísimo, casi nada. Sin embargo, cuando lo hacía, cumplía. Fue como desde chica imprimí un valor especial a las promesas. Por eso, con Punto de Encuentro no prometo encontrar el hilo negro, no prometo responder todas las preguntas, no prometo tener siempre la razón.
¿Qué sí prometo? Cuestionar y confrontar las posiciones asumidas; traer a la mesa una perspectiva que busque sumar; intentar tomar distancia para entender los argumentos diversos a los míos; agregar dosis de empatía a la visión ajena; y, entre otros, enfocar los temas con miras a construir una conversación social real.
Aprovechando las palabras de Thich Nhat Hanh que dicen que “cuando hay un diálogo verdadero, ambos lados están dispuestos a cambiar de opinión”, te pregunto: ¿cuándo fue la última vez que tuviste un intercambio de ideas aceptando la posibilidad de no tener la razón y cambiar de postura? Yo, en confesión, acepto que me cuesta un trabajo enorme y lo hago con muy pocas personas, pero ahora estoy dispuesta a trabajar en ello y por eso quiero aprovechar ejercicios de reflexión como el que propongo en este espacio.
Entre la complejidad de las relaciones humanas, las connotaciones del lenguaje y sobre todo nuestra propia realidad condicionada, en lugar de conectarnos, nos alejamos y perdemos la oportunidad de ampliar horizontes, de enriquecer nuestras ideas y de cruzar puentes de paz y bienestar.
Lo natural es que creamos tener la razón y defendamos nuestra postura. Lo sano y necesario en una democracia como la nuestra es que esto sea una realidad. Es imposible e impensable que siempre coincidamos, que no exista el debate o que los intereses se amalgamen.
Por ello, con Punto de Encuentro no pretendo evangelizar a la comunión de ideas, ideales, intereses y aspiraciones. Por el contrario, lo que quiero ofrecer es que tengamos confrontaciones respetuosas, cuestionamientos que nos lleven a construir juntos; en ocasiones compartiendo, en ocasiones difiriendo, en ocasiones cediendo, pero siempre avanzando.
Y es que recordemos que los puntos de encuentro salvan vidas, literalmente hablando. Pensemos en estos sitios verdes con señalizaciones pintadas para indicarnos la zona en la que estamos a salvo ante un evento de fuerza mayor, ante un sismo, incendio o similares. Estos espacios de seguridad los podemos replicar intelectualmente y buscar puntos de encuentro que nos permitan unirnos en esquemas de seguridad.
Sí, vivimos un México muy polarizado. Eran tiempos para ello, muchas cosas se tenían que decir e hizo falta levantar la voz para enunciarlas. Hoy los invito a que busquemos líneas y vasos comunicantes, puentes que nos permitan atender las distintas realidades, y que deliberemos sin anticipar respuestas reactivas. Que escuchemos en serio. Que validemos el problema o el objetivo del que está a lado, en frente, atrás, o arriba, aunque no siempre coincidamos.
A lo largo de nuestra historia, nos hemos caracterizado por ser un país solidario y humano, sobre todo en tiempos de catástrofes. Como sociedad hemos demostrado que los sismos, las inundaciones y los huracanes no nos detienen. Frente a una necesidad de rescate, sacamos picos y palas para desenterrar a quien sea sin importar su ideología, religión, tono de piel o estrato social. En esos momentos nos hacemos uno y podemos con todo.
Me parece que es tiempo de sacar a esa mexicana y a ese mexicano que llevamos en el corazón y le demos oportunidad para que, desde la empatía y la solidaridad, pueda extender la mano al diálogo, al respeto, a la tolerancia de lo que nos cuesta más trabajo.
Luchemos por abrir y aprovechar los puntos de encuentro. Pongámonos a salvo.