A algunos sorprendió la victoria de Donald Trump. Este regreso histórico, con una derecha fortalecida en el Congreso y con una Corte que ha demostrado cercanía republicana, ordena la reconfiguración del escenario político de Estados Unidos y conlleva retos importantes para México.
Con una estrategia meticulosa, Trump usó una retórica que capitalizó las inquietudes de su base electoral: valores de control, seguridad y una economía poderosa. Su narrativa resonó con quienes ven en estos principios la única vía para un futuro estable, minimizando la relevancia de derechos civiles progresistas o políticas de inclusión.
El éxito de Trump es un reflejo de la tensión ideológica y económica de una sociedad dividida. Con un discurso que exaltó el sentido de identidad nacional y condenó el abandono percibido por parte de los demócratas, Trump ofreció a los votantes una promesa de seguridad económica y un enfoque directo sobre temas como la inflación y el temor a la desindustrialización. Puso al centro de su discurso el anhelado sueño americano.
Trump encarna una visión económica donde Estados Unidos debe ser autosuficiente y dominador en el comercio global, minimizando el papel de los derechos individuales en favor de una estabilidad nacional. Su enfoque de “América primero” no es solo un lema de campaña, sino una plataforma que busca redimir los principios de cooperación y globalización en términos más unilaterales.
Para su electorado, Trump es el garante de un Estados Unidos que no cede su estatus de líder global. Esta narrativa de poder mundial y liderazgo se convierte en una promesa de estabilidad, en un mensaje claro de que la única vía hacia el éxito social es a través de una economía fuerte y una presencia dominante en el escenario global.
La política migratoria fue una de las piedras angulares de su triunfo. Trump capitalizó el miedo y la frustración de muchos ciudadanos, incluyendo a los votantes latinos y sectorizados que en su pasado pudieron haberse visto mermados con esta visión de antimigración.
Así, pudieron más las promesas de endurecimiento en la frontera, deportaciones masivas y un control minucioso de las personas migrantes. Estas promesas de campaña hoy se ven confirmadas a través de los últimos nombramientos de su gabinete.
De esta manera, los temas centrales de la entonces campaña y ahora presidencia trumpista son seguridad y migración; y, ambas, tendrán un impacto directo en nuestro país. México y Estados Unidos, al compartir más de 3 mil km de frontera, tienen una natural y compleja relación bilateral. Naturalmente que lo que pasa en uno trasciende –para bien y para mal– al otro.
El T-MEC se vuelve fundamental en este contexto. La renegociación de 2026 ofrece una oportunidad estratégica para que México no solo busque mantener sus derechos comerciales, sino también avance hacia acuerdos que garanticen un beneficio mutuo y, al mismo tiempo, robustecen la estabilidad regional. Esa es precisamente la apuesta de nuestro secretario de Economía, quien ha asegurado que tiene confianza en esas renegociaciones.
Si bien la administración de Trump intentará hacer negociaciones extremas y no va a titubear en hacer ofertas agresivas, veo poco probable que exista un rompimiento entre dos naciones que se han visto beneficiadas por décadas de este tratado comercial. Por supuesto que el aumento arancelario cobrará relevancia, pero hay indicios que señalan que estas cuotas sufrirán ajustes hacia arriba a nivel mundial. Esto es, no es una agenda individual con nuestro país.
Así las cosas, México enfrenta tremendo reto. Este escenario podrá ser sorteado con éxito si mantenemos una buena estrategia de negociación cuya base deberán ser las reglas de la astucia y la diplomacia. La operación quirúrgica que tenemos enfrente será una cirugía entre la firmeza y la flexibilidad entre ambas naciones.
El punto de encuentro es claro: el éxito de ambos países depende del beneficio mutuo.