Deliberadamente copiar las ideas, palabras o creaciones de otra persona sin su conocimiento y permiso o sin reconocerlo con una cita apropiada, no siempre fue un hecho reprobable. En la Edad Media el conocimiento era un bien colectivo y los copistas eran los héroes que permitían difundir el conocimiento y las artes.
Con la invención de la imprenta el trabajo creativo se fue convirtiendo en un bien privado. En el siglo 18 surgieron las primeras leyes autorales y en el siglo 19 quedaron establecidas las normas para las notas a pie de página.
Todavía hoy la educación artística se basa en la reproducción de obras clásicas. Obras de dominio público (que ya no son monopolio de su autor) o copias aceptables de ésas, adornan millones de casas.
Hay sectores en los que prácticamente toda la obra está registrada y los plagiarios acaban pagando indemnizaciones millonarias.
Es el caso, en la música, de Led Zeppelin, Madonna y los Rolling Stones. Muchas de las canciones de los Beatles contienen letra y melodía de canciones folklóricas de dominio público (como All you need is love).
En la literatura el copión más famoso fue William Shakespeare: fusiló trama, personajes y lenguaje de muchos de sus contemporáneos, incluso a Miguel de Cervantes, que en El Quijote hace una parodia de los plagiarios.
Los novelistas Stephen Ambrose y Jacob Epstein publicaron muchos libros que son prácticamente iguales a los de otros autores. Ellos alegaron que “mejoraron” los textos y por ello vendieron más que los escritores originales.
En el diseño gráfico y en las campañas publicitarias hay mucha piratería de las creaciones exitosas.
En el periodismo el plagio adquiere características específicas porque es muy fácil detectarlo. Varios premios Pulitzer han tenido que ser devueltos porque se descubrió que se usaron trozos de reportajes o entrevistas ajenas para aderezar piezas ganadoras.
Plagiarios famosos en la política fueron Benjamín Franklin, que publicaba como propias, en Estados Unidos, las ideas de pensadores europeos, y Martin Luther King, cuya tesis universitaria era una calca de otra y quien adornaba sus discursos con ideas de escritores poco conocidos.
Más recientemente, el senador Joe Biden tuvo que retirarse de la campaña presidencial de 1988 porque se reveló que era un plagiario serial, desde la universidad y a lo largo de toda su carrera. Incluso el discurso en que anunció que abandonaba la carrera es una imitación.
Ridículamente, en un discurso Melania Trump reprodujo frases muy conocidas de Michelle Obama.
EN LA ACADEMIA
En Estados Unidos cuando te inscribes en una universidad o academia militar o cuando te contratan como profesor o investigador, tienes que firmar que conoces las reglas de integridad intelectual y las penas por violarlas.
Las normas incluyen, además del plagio, hacer que otro haga mi trabajo; copiar a otros sus tareas o respuestas de examen o permitir que alguien te copie; entregar el mismo trabajo en más de un curso; usar notas (acordeones) durante un examen.
Para los científicos es complicado porque el conocimiento es acumulativo y obligadamente se tienen que partir de hipótesis y teorías previas. Por eso se permite hacer atribuciones generales en los manuales de texto, en los libros de historia y en las enciclopedias.
En un ambiente de alta presión laboral, los investigadores, y los profesores que quieren adquirir la definitividad, están sujetos al aforismo publish or perish (publicar o perecer). Se les pide más cantidad que calidad. Se premia el trabajo prolífico, más que el original. Por desesperación muchos acuden a prácticas poco éticas que les pueden arruinar la carrera.
Está todavía fresco el escándalo de la ivermectina. Un investigador fabricó un estudio en que mostraba que era efectiva contra el Covid-19 y eso dio confianza a otros para hacer lo mismo. Al final se concluyó que no tenía el valor terapéutico que se presumía.
Algo similar sucede con los alumnos, que luchan por mantener un buen promedio en una edad en la que hay muchas distracciones. En los primeros semestres es común que los maestros descubran que alguno de sus pupilos está plagiando un texto o lo cita mal. El castigo es tomar un curso sin crédito en el Centro de Escritura. Ahí se aseguran de que aprenda las reglas de la cita, la paráfrasis, el entrecomillado y la síntesis.
Si después de eso, insiste en aprovechar el trabajo ajeno, el profesor informa al jefe de departamento y a la junta disciplinaria. De acuerdo con la gravedad del caso, se declara reprobada la asignatura, se suspende la inscripción por un año o se expulsa al infractor.
La internet facilita el copy and paste sin atribución, pero hay programas muy poderosos que revisan léxico, sintaxis y semántica y la comparan con repositorios gigantescos de textos de cada materia.