En el sistema político estadounidense, la elección presidencial no depende del voto popular, sino del voto en el colegio electoral. Cada estado tiene un número determinado de miembros de ese colegio, de acuerdo a su población. En dos estados los votos se reparten entre los candidatos proporcionalmente a su votación. En los demás, todos los votos del estado se van al candidato que obtenga más votos ahí (winner takes all). De hecho, hay cincuenta elecciones.
Para ganar, un candidato debe conseguir una mayoría en tantos estados cuantos le permitan sumar 270 votos electorales (la mitad más uno de los 538 distritos).
Lo que ha complicado este arreglo es la gran polarización que ha habido en las últimas décadas. La gran mayoría de los estados están dominados por los demócratas o los republicanos y no es factible que gane un candidato presidencial del otro partido. Esto reduce la competencia a los pocos estados en los que hay un empate.
Estos estados son llamados “columpio”, porque pueden irse a un lado o al otro, o “púrpura”, porque son una combinación de azul (demócratas) y rojo (republicanos).
Entre ellos, el que tiene más votos electorales (19) es Pensilvania, en donde ganó Obama en 2012, Trump en 2016 (con una ventaja de 0.7) y Biden en 2020 (con una ventaja de 1.2). En este año, el promedio de encuestas se ha movido con diferencias de menos de un punto: ni Kamala Harris ni Donald Trump la tienen segura.
Pensilvania fue un estado sólidamente demócrata y actualmente el gobernador y los dos senadores federales pertenecen a ese partido. En 2022 los demócratas recobraron la cámara baja estatal pero el senado estatal ha sido controlado por los republicanos desde hace tres décadas.
El número de ciudadanos registrados como demócratas ha ido cayendo, en tanto que el de los registrados como republicanos ha subido y ya casi los alcanza. Los demócratas dominan en el sureste (Filadelfia y suburbios) y los republicanos en la zona rural en y en el suroeste (Pittsburgh y suburbios).
¿Qué pasó?
La pérdida de empleos industriales ha sido el factor determinante de la caída del voto demócrata y del ascenso de los republicanos. En ningún otro lugar del “cinturón del óxido” es más evidente la decadencia de la manufactura que en este estado. Su principal empresa, la U.S. Steel, que fue la primera empleadora del país, se fue encogiendo hasta quedar en el catorceavo lugar entre las acereras de la nación.
Actualmente está pendiente la autorización para que sea fusionada a Nippon Steel. Tanto Trump como Biden saben que es lo que más le conviene al estado, para mantener el empleo y solucionar el retraso tecnológico de la compañía, pero ambos se han opuesto a la venta alegando consideraciones de seguridad nacional. Evitan así enemistarse con el sindicato y perder sus votos.
El otro tema clave son los combustibles fósiles. El primer pozo petrolero exitoso en el mundo se perforó en el estado (1859). El carbón y el petróleo baratos permitieron la gran industrialización de Pensilvania. El gobierno de Obama introdujo regulaciones ambientales que condujeron al cierre de minas, campos petroleros y ductos.
Como lo ofreció, Trump quitó esas limitaciones (en especial, al fracking), con lo que el estado volvió a disponer de energía a precio accesible y se convirtió en el primer exportador de gas natural. Por eso, el gobernador Josh Shapiro, nieto de un minero de carbón, habla mucho de conservación, pero es ambiguo respecto a estos asuntos.
Lo mismo hizo Biden respecto a sus metas ambientales, lo que le restó voto juvenil. En cambio, Kamala centró mucho su fallida campaña de 2019 en la prohibición del uso del fracking y ha tenido que ir matizando su posición.
Como sucede en todo el país, el voto negro e hispano sigue siendo mayoritariamente demócrata, pero los republicanos han venido mejorando su aceptación en esos sectores.
Los negros, concentrados en las grandes ciudades, están hartos de alcaldes demócratas que les prometen sacarlos de la pobreza y nunca les cumplen.
Los latinos (mexicanos, puertorriqueños, dominicanos y ecuatorianos), establecidos en ciudades pequeñas (Reading, Allentown, Hazleton), en las que ya son mayoría, debido a la progresiva disminución de la población blanca, están frustrados porque logran convertirse en alcaldes o comisionados de condado, pero no disponen de presupuesto suficiente, al haber menos contribuyentes.
El estado se va a ganar por unos cuantos miles de votos. Ni Kamala ni Trump los conseguirán insultándose entre ellos.