Las Encuestas

El INE: la convergencia en tiempos de polarización

La convergencia en la confianza en el organismo electoral sugiere que, hoy por hoy, el INE es de todos. Eso ayuda a entender el recelo ante las intenciones de la reforma.

La confianza en el instituto electoral, ya sea en su versión anterior como IFE o en la actual como INE, ha tenido altibajos, pero las encuestas muestran un fenómeno reciente muy peculiar: contrariamente a la tendencia de creciente polarización que se observa en varios indicadores de opinión pública, como la aprobación presidencial, la confianza en el INE ha registrado una convergencia entre los seguidores de los distintos partidos políticos.

Dicha convergencia es el más reciente de varios fenómenos que las encuestas han documentado por lo menos desde el año 2000 respecto del organismo electoral. Entre ellos están también el efecto de ganador (que la confianza electoral suele ser más alta entre los seguidores del partido ganador de las elecciones y más baja entre los opositores) y el efecto de la narrativa de fraude (que las acusaciones de fraude minan la confianza electoral), ambos observados entre 2000 y 2017.

La convergencia en la confianza electoral se observa a partir de 2018 y muy claramente en las elecciones de 2021, precisamente en ausencia de los clamores de fraude electoral, que habían sido la norma en elecciones previas. Veamos lo que la serie histórica de encuestas nos dice sobre todo esto, considerando promedios anuales de confianza en el instituto electoral para simplificar la discusión. (Ver gráfico).

INE Se mantiene confianza ciudadana en el INE, según encuesta (Especial)

Entre los años 2000 y 2011, los partidarios del PAN expresaban el mayor nivel de confianza en el IFE, mientras que entre 2012 y 2017 los priistas eran los que más confiaban en la autoridad electoral. En ambos periodos se ve el efecto de ganador.

En los sexenios con presidentes panistas (2001-2012), los seguidores del PAN promediaron una confianza electoral de 68 por ciento; los priistas, 61 por ciento y los perredistas, 50 por ciento. Durante el sexenio de Peña Nieto, cuando el IFE se cambió en INE, los priistas confiaban más en el organismo electoral que los panistas y mucho más que los perredistas.

Además del efecto de ganador, en 2006 y 2007 se observa una caída notable en la confianza en el INE, particularmente entre los seguidores del PRD, lo cual es muy indicativo de los posibles efectos de la narrativa de fraude, que fue particularmente intensa en esos años y que de alguna manera persiste hasta nuestros días. Tras las elecciones de 2012, la confianza en el IFE registró un promedio anual de tan sólo 32 por ciento entre los simpatizantes del PRD en 2013; y en su debut en la arena política, los morenistas expresaron apenas 29 por ciento de confianza en el INE, en 2015.

En promedio para todo el periodo, la brecha de confianza electoral entre los grupos partidistas rondaba los 20 puntos porcentuales, aunque hay momentos, como los posteriores a las elecciones de 2006 y 2012, en los que se observa una brecha de hasta 30 puntos. Esto sugiere que la narrativa del fraude sí minó la confianza electoral, y además es probable que haya tenido un efecto de polarización.

Las cosas cambiaron a partir de 2018. Al no haber señalamientos tan marcados de fraude, la confianza en el INE comenzó a subir entre los seguidores de los distintos partidos políticos. Este efecto de convergencia se confirmó tras las elecciones de 2021, cuando tampoco hubo acusaciones notables de fraude. En 2022, la confianza electoral de los morenistas ronda 61 por ciento en promedio, apenas dos puntos más que la confianza que expresan los opositores, de 59 por ciento.

Entre 2019 y 2022, la brecha en la confianza electoral entre grupos partidarios se disipó. Con ello, el efecto de ganador se diluyó y el efecto de la narrativa de fraude parece haber quedado atrás.

A pesar de la polarización política que impera en varios asuntos, el INE ha sido un factor de convergencia de opiniones en los últimos años. Tanto tirios como troyanos confían mayoritariamente en la autoridad electoral.

Es ante este sentir convergente de la ciudadanía que el presidente López Obrador presentó su iniciativa de cambiar al INE. Ya veremos si el debate en torno a la reforma electoral reafirma la convergencia de la confianza rumbo a 2024, o si hay algún otro efecto de lo que resulte de la iniciativa, ya sea en su versión original o en su plan B, en la confianza electoral.

Por lo pronto, la convergencia en la confianza en el organismo electoral sugiere que, hoy por hoy, el INE es de todos. Eso ayuda a entender el recelo ante las intenciones de la reforma.

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