Hace unos días, el presidente Andrés Manuel López Obrador hizo una declaración de esas que invitan a levantar las cejas, tanto por la franqueza con la que la dijo, como por las múltiples implicaciones políticas que se derivan de ella: “Ayudar a los pobres es estrategia política”.
Para los críticos, la declaración alimentó la idea de que el interés de AMLO en los pobres no es por convicción, sino por conveniencia, ya que son quienes apoyan a la 4T.
El tema pudo haber dado para más, y quizás podría catalogarse como un error en la pizarra del mandatario, pero quedó rápidamente sepultado por un alud noticioso en torno a la captura de Ovidio Guzmán, una acción que registró 66 por ciento de opiniones favorables a nivel nacional, de acuerdo con la encuesta de EL FINANCIERO publicada el lunes 9 de enero.
Retomo el asunto de “ayudar a los pobres como estrategia política”, analizando qué nos dicen las encuestas de 2019 a finales de 2022, los primeros cuatro años de gobierno de López Obrador, específicamente en el tema de la relación que hay entre recibir apoyos sociales y la popularidad presidencial.
En cada uno de los cuatro años de gobierno, los beneficiarios de programas sociales han expresado una mayor aprobación al presidente López Obrador que los no beneficiarios. Y la brecha entre ambos grupos se ha ampliado con el tiempo: de nueve puntos de diferencia de opinión en 2019, varió a 10 puntos en 2020, subió a 14 puntos en 2021 y aumentó a 18 puntos en 2022.
Ciertamente, la aprobación presidencial ha bajado entre beneficiarios y no beneficiarios en este periodo de cuatro años, pero ha bajado más entre los no beneficiarios, de 65 a 47 por ciento, una disminución de 18 puntos porcentuales, mientras que entre los beneficiarios de programas sociales ha bajado nueve puntos, de 74 a 65 por ciento, además de que se mantiene por arriba de 60 por ciento, a diferencia del otro grupo, abajo de 50 por ciento.
Otro fenómeno que se observa en las encuestas es que el porcentaje de beneficiarios de programas y apoyos sociales ha aumentado de manera importante, sobre todo en el porcentaje de personas que reportan que un familiar suyo recibe apoyos del gobierno.
En 2019, el total de beneficiarios era 28 por ciento, de los cuales 7 por ciento era la misma persona entrevistada y 21 por ciento algún familiar suyo. En 2020 la cifra de beneficiarios subió a 33 por ciento, en 2021 a 42 por ciento y en 2022 a 51 por ciento, siendo la primera vez que se registra una mayoría. Claro, esto es considerando que 10 por ciento de las personas entrevistadas dijo ser quien recibe los beneficios personalmente, mientras que 41 por ciento indicó que un familiar es el beneficiario.
Según esta tendencia, la población que recibe apoyos ha estado cerca de duplicarse en lo que va del gobierno de AMLO. Habrá que ver qué dicen los datos oficiales sobre esto.
En buena medida, la popularidad del Presidente, que sí ha venido a la baja, ha logrado mantener niveles importantes de apoyo entre beneficiarios de los programas sociales, quienes, a su vez, son más cada vez.
Este fenómeno no es nuevo, debo decir. Desde mis primeras experiencias con encuestas en los años de Carlos Salinas (1989-1994) se observaba una mayor aprobación presidencial entre beneficiarios del Programa Nacional de Solidaridad, además de un mayor apoyo al partido gobernante.
En las encuestas de EL FINANCIERO, la intención de voto para presidente también muestra un efecto de los apoyos sociales. Morena cuenta con mayor apoyo entre beneficiarios que entre no beneficiarios de programas sociales, y la brecha no es nada despreciable: nueve puntos en 2021 y 18 puntos en 2022, lo cual refleja que el apoyo a Morena entre beneficiarios subió, mientras que entre no beneficiarios bajó. El efecto estratégico de la ayuda y los apoyos sociales queda más que claro.
Si se le chispoteó o no al Presidente lo que dijo y cómo lo dijo quedará como mera especulación, pero es un hecho verificado, por medio de encuestas, que el apoyo de los programas sociales sí se relaciona con un mayor apoyo político. La ayuda social como estrategia política tiene la suficiente base y evidencia como para que lo demos por sentado.