Una de las preguntas más recurrentes que me hicieron en esta semana, luego de publicar nuestras encuestas sobre presidenciables en las páginas de El Financiero, es si hay o no un efecto Xóchitl.
La discusión pública se dividió en bandos. De un lado, los que opinan que no hay efecto Xóchitl argumentan que la entrada de la senadora a la contienda presidencial, por disruptiva que fuese, no movió las agujas del apoyo partidista y las coaliciones siguen en sus mismos niveles que antes.
Del lado opuesto, quienes opinan que sí hay un efecto Xóchitl señalan el ascenso meteórico en las encuestas e incluso hablan de un antes y un después en este proceso político.
Ambas perspectivas tienen algo de razón, y también se quedan cortas. Permítame dar una argumentación con base al análisis de las encuestas que publicamos.
En acuerdo con los defensores de que no hay efecto X, nuestros números de apoyo a los partidos no se movieron mucho: el bloque PAN-PRI-PRD tenía 37 por ciento de apoyo efectivo en junio y 38 por ciento en julio, una variación de apenas un punto, mientras que Morena y aliados se mantuvieron estables en 50 por ciento en ambos meses.
Con base en esos números, es correcto decir que las agujas no se han movido, y que el balance de fuerzas se mantiene intacto.
Sin embargo, no hay razón por la cual esperar que la irrupción de Xóchitl Gálvez tenga que mover esas agujas desde ahora, cuando apenas es preprecandidata y no ha ganado la contienda interna. Ya veremos si más adelante, quien resulte ganador del proceso del frente opositor tiene o no efecto en el balance de fuerzas, pero por ahora es muy temprano.
En acuerdo con los defensores de que sí hay un efecto Xóchitl, nuestra encuesta publicada el martes mostró un crecimiento de la ahora llamada señora X, de 14 a 22 por ciento en las preferencias, ubicándola como puntera de la oposición.
Además, en los careos hipotéticos se ve un nivel ligeramente más alto de Xóchitl en julio de lo que tenían Lilly Téllez o Santiago Creel en junio, cuando la senadora aún no entraba a la contienda.
En junio, Claudia Sheinbaum sacaba una ventaja de 22 puntos sobre Lilly Téllez, al obtener 55 y 33 por ciento, en porcentaje efectivo, respectivamente (ver publicación del 28 junio). En la encuesta de julio, la ventaja de Sheinbaum sobre Xóchitl fue de 14 puntos, con 52 y 38 por ciento de apoyo efectivo. La brecha se cerró 8 puntos.
Siguiendo la misma comparación, Ebrard aventajaba por 18 puntos a Creel en junio, y hoy aventaja por 15 puntos a Gálvez. Es un efecto más modesto pero también con una brecha que se cierra.
Todas estas mediciones nos muestran lo que sucede en la superficie, en cómo crece la aspirante presidencial y qué tanto apoyo tienen las y los aspirantes en los careos. Pero lo cierto es que, debajo de la superficie, el efecto Xóchitl podría ser no sólo de gran magnitud, sobre todo entre ciertos segmentos sociales, sino también de mayor impacto político. Esto último nos ayuda a entender por qué el Presidente ha sido tan crítico de la aspirante presidencial. Me explico.
Las encuestas, como radiografía para ver al interior del electorado, indican que el mayor crecimiento de Xóchitl en los careos contra las corcholatas se dio principalmente entre mujeres, entre electores de mayor edad, con menor escolaridad y entre clases bajas.
Esos segmentos son la base de Morena, por lo que podría decirse que el efecto Xóchitl hasta ahora ha sido irrumpir en la falange del apoyo obradorista.
Aclaro, Xóchitl cuenta con más apoyo entre las clases medias, pero su atractivo en los careos, comparada con Creel y Téllez, llegó hasta los simpatizantes obradoristas, quizás por su perfil más popular.
Eso parece una razón suficiente para que el Presidente haya prendido las alarmas. Si acaso hay una campaña de desprestigio contra la señora X, no parece ser para disuadir a los seguidores de la oposición, que están cerrando filas en torno a ella, sino para disuadir a las bases de Morena a no voltear hacia allá. Veremos si funciona.